Cariño, la muerte es poder

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—Me quedaré con el clan Reyes y punto —declaré molesta—, no hay nada que puedan hacer.

—Respeten su decisión —añadió el líder del clan Gutiérrez—, si no quiere, no y ya.

—Pero...

—Pero nada —los calló a todos—. Hay que tomar un descanso, cinco minutos y nos volvemos a ver aquí.

—Está bien —contestó el Emperador a regañadientes.

Salí de ahí completamente furiosa. Les repetí miles de veces que no les quería dar la hacienda, me quedaría con ella y formaría otra comunidad, no había nada que ellos pudieran ofrecer para hacerme cambiar de opinión. No les importaba, seguían insistiendo e insistiendo sin parar. Estaba estresada, ya no quería volver, sin embargo, tendría que hacerlo.

—¿Estás bien? —Pablo salió de prisa detrás de mí.

—Ya no lo soporto, ¿por qué mierda no entienden? —solté mi cabello y comencé a sacudirlo, creo que era la forma en la que intentaba liberarme del estrés—. Les dije miles de veces que no quiero darles la hacienda y aun así, no dejan de hacerse pendejos.

—Tienes que resistir, ellos no nos la quitarán —Pablo se acercó a mí y por primera vez me di cuenta de lo alto que era, aunque no tan alto como Jack.

—Quizá me maten para conseguirla —le susurré con desesperación.

—No lo harán, no dejaré que lo hagan —insistió—, conseguí el arma.

—¡Qué bueno!, gracias —suspiré aliviada.

Podría esperar que todo saliera mal, que memataran o que comenzaran una guerra contra mi clan, muchas cosas me podrían suceder.El miedo que eso ocasionaba comenzaba a invadir mi cuerpo, corría por mis venascomo un ácido, algo que quieres sacar, pero sin importar lo que intentes, no seva, permanece contigo.

******

El Emperador dijo que quería hablar a solas conmigo. Llegó la hora.

Pablo me dio la pistola, que escondí. Por fuera trataba de que los demás vieran que estaba en calma, aunque la realidad fuera lo contrario. Entré a la sala de juntas rogando que nadie me revisara y descubriera el arma, pero, para los líderes, seguía siendo una niña estúpida, no creían las historias de que yo había asesinado a la llorona, no me creían capaz de dirigir un clan, mucho menos de asesinar.

El hombre que llevaba escondida la pistola se colocó detrás del Emperador, al oído le susurró que si necesitaba algo, le hablara saliendo del cuarto. Yo mientras tanto, observaba sus manos con discreción, viendo que escondía algo, la pistola, en el mismo lugar en el que yo oculté la que me dio Pablo.

El Emperador me miraba inquieto, notaba también su nerviosismo, aunque sospechaba que no era la primera vez que hacía algo así, la forma en que se paraba quería mostrar seguridad. Por las fallas que tenía su plan, podía saber que sí me creían estúpida.

—¿Está bien, Emperador? —pregunté manteniendo la fachada—. Se ve preocupado.

—Sí, yo... pensaba —respondió deprisa.

—Espero que sea en la hacienda —lo miraba sin dejar pasar cada uno de sus movimientos—, no voy a dejarla tan fácil.

—No, no lo entiendo.

Me fijaba en sus manos intentando averiguar cuando sacaría la pistola. Las mías, temblaban, intenté no jugar con el anillo de Jack, sabía que eso era una prueba de que estaba nerviosa.

El tiempo pasaba, la conversación caía en silencios incómodos y largos hasta que uno de los dos decidía volver a hablar. No entendía porque él seguía esperando tanto para actuar, mi cabeza comenzó a pensar que quizá el Emperador no lo haría, que yo estaba siendo paranoica.

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