Capítulo 23: Discurso de aceptación

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Las fáciles conversaciones que solíamos tener se perdieron en mí. Nada de lo que venía a mi mente parecía apropiado, y estaba preocupado de molestarlo antes de llegar a casa de mi padre.

El plan era que interpretara su parte, empezara a echarme de menos, y entonces tal vez tendría otra oportunidad para suplicar que regresara. Era una apuesta arriesgada, pero también era lo único que tenía a mi favor.

Entré en el húmedo camino de grava y subí nuestros equipajes hasta el porche frontal. Papá abrió la puerta con una sonrisa.

—Es bueno verte, hijo. —Sonrió ampliamente cuando miró al empapado pero hermoso chico junto a mí—. Krist Perawat. Estamos deseando la cena de mañana. Ha pasado mucho tiempo desde que... Bueno. Ha pasado mucho tiempo.

En casa, papá descansó la mano sobre su protuberante estómago y sonrió. —Los puse en la habitación de invitados, Sing. No me imaginé que quisieran pelearse con la cama simple de tu habitación.

Krist me miró. —Krist uh... puede uh... tomar la habitación de invitados. Yo dormiré en la mía.

Perth se acercó, su rostro crispado en disgusto. —¿Por qué? Ha estado quedándose en tu apartamento, ¿no?

—Últimamente no —dije, intentando no arremeter en su contra. Sabía exactamente por qué.

Papá y Perth intercambiaron miradas.

—La habitación de Bright ha servido de almacenamiento durante años, así que iba a dejarle que tomara tu habitación. Supongo que puede dormir en el sofá —dijo papá, mirando sus andrajosos, descoloridos cojines.

—No te preocupes por eso, Boon. Sólo intentábamos ser respetuosos —dijo Krist, tocando mi brazo.

La risa de papá rugió por toda la casa, y le acarició la mano. —Ya has conocido a mis hijos, Krist. Deberías saber que es casi malditamente imposible ofenderme.

Señalé hacia las escaleras, y Krist me siguió. Empujé gentilmente la puerta con mi pie y deposité nuestras maletas en el suelo, mirando la cama y luego a Krist. Sus ojos grises se agrandaron mientras escaneaba la habitación, deteniéndose en una foto de mis padres que colgaba en la pared.

—Lo siento, Kitty. Dormiré en el suelo.

―Por supuesto que dormirás en él. —dijo, recogiéndose el pelo en una coleta—. No puedo creer que te dejara meterme en esto.

Me senté en la cama, dándome cuenta de lo infeliz que lo hacía la situación. Supongo que parte de mí esperaba que estuviera tan aliviado como yo de estar juntos.

―Esto va a ser una mierda. No sé en qué estaba pensando.

―Yo sé exactamente lo que estabas pensando. No soy estúpido, Singto.

Alcé la vista y la ofrecí una cansada sonrisa. —Pero aun así viniste.

—Tengo que prepararlo todo para mañana —dijo, abriendo la puerta.

Me levanté. —Te ayudaré.

Mientras Krist preparaba las patatas, los pasteles, y el pavo, estuve ocupado llevando y entregándole las cosas, y completando las pequeñas tareas de cocina que me asignaba. La primera hora fue incómoda, pero cuando los gemelos llegaron, todo el mundo pareció congregarse en la cocina, ayudando a Krist a relajarse. Papá le contó a Krist historias sobre sus chicos, y todos nos reímos de las historietas sobre las anteriores y desastrosas cenas de Acción de Gracias, cuando habíamos intentado hacer algo más que pedir una pizza.

—Su madre era un infierno de cocinera —reflexionó papá—. Sing no lo recuerda, pero no tenía sentido intentarlo después de su muerte.

—Sin presiones, Krist —dijo Perth. Se rio entre dientes, y luego agarró una cerveza de la nevera—. Juguemos a las cartas. Quiero intentar recuperar parte de mi dinero que Krist tomó.

Caminando junto a ti [PERAYA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora