Capítulo 29

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Timothy intentaba seguir de cerca a los policías que llevaban en resguardo a Alfred, quién como todo un caballero, caminaba tranquilo y sin resistirse. Era el propio Tim el alborotador de aquella jefatura.

Gritaba pidiendo explicaciones o consideraciones. Varias veces le ordenaron que se controlara o bajara la voz, pero sus nervios lo traicionaban empujándolo a tratar de encontrar una solución para liberar al amado abuelo.

Estúpidamente, Tim no se apartaba de los judiciales, lo que entorpecía su labor y los irritaba un poco. Al bajar de las patrullas, Timothy empezó de inmediato a alegar sandeces, que evidentemente, fueron ignoradas por los guardianes del orden.

Alfred, en cambio, pedía amablemente que no hicieran caso al jovencito necio que no cerraba la boca. Del mismo modo, le solicitaba a Timothy amable y dulcemente, aunque con rechinidos en sus dientes, que se alejara, que él tendría todo resuelto por la mañana, que era mejor volver al hospital y resguardar a la familia.

Estas fueron sus instrucciones antes de ser llevado a una de las celdas y salir de la vista de Timothy. Sin embargo, el chico alterado pareció haber escuchado lo contrario y justo al ver alejarse a Alfred, el muy inocente gritó ante todos que liberaran al abuelo y que el único responsable de aquel accidente había sido él y no el pobre anciano.

Gritó tan fuerte acompañando su confesión improvisada con un empujón a los guardias, que definitivamente no pudo ser puesto en saco roto.

Su afirmación llamó la atención de los policías de mayor rango, así que fue señalado de inmediato.

-¿Es una confesión? –Uno de los agentes preguntó-.

-¡Sí! ¡Fui yo y no mi abuelo, así que déjelo ir! –Respondió Tim algo aliviado por finalmente haberse convertido en el centro de todas las miradas y oídos-.

Desafortunadamente, lejos de resolver un problema, se acarreó uno más grande al atraerse una acusación falsa y estúpida, pues el agente a cargo mandó a arrestarlo enseguida.

-¡Sí, perfecto! ¡Fui yo, así que dejen a mi abuelo salir! –Exclamó, pero siendo atrapado por dos oficiales-.

-¡Enciérrenlo con el otro! –Ordenó el jefe de la fuerza-.

-¿Qué? ¡No! ¿De qué habla? ¿Cómo que con el otro? ¿Habla de mi abuelo? ¡No! ¡A él, deben dejarlo libre!

Timothy hablaba al aire. Volvió a ser ignorado mientras le decían sus derechos y lo arrastraban a las celdas.

-¡No, no están entendiendo! ¡Ya confesé! ¡Yo me hago cargo de todo y todos los daños que provoqué! ¡Deben liberar a Alfred! ¡Alfred es inocente! ¡Alfred es inocente! ¡¿Escuchan?! ¡Inocente! ¡Él es inocente! ¡INOCENTEEEEEEEEEE! ¡ES INOCENTEEEEEEEEEE! ¡TORITO ES INOCENTE! ¡TORITOOOOOOOO! –Gritaba cada vez más fuerte y dramático mientras era llevado fuera de la vista del público e introducido en un corredor-.

Sus reclamos fueron en vano. Fue arrastrado hacia la misma celda que Alfred. Ya en el lugar, vaciaron sus bolsillos, le quitaron las agujetas y le quitaron cualquier otra posesión que estuviera en sus pantalones. Luego, los oficiales lo aventaron para obligarlo a entrar.

-¡Esto es injusto; ya confesé! ¡Es ilegal lo que hacen! –Seguía en su necedad por verse como el único responsable de los cargos-.

-Ambos están detenidos hasta averiguar la verdad. Usted por el accidente y el otro por portación de armas. –Dijo un oficial para poder callar al escandaloso-.

-¡¿Qué?! ¿De qué...? ¡Demonios! –Exclamó Tim dándose cuenta del error que había cometido-. ¿Entonces había otro cargo? ¿No sólo lo detuvieron por el incidente del auto? –Preguntó ya por detrás de las rejas-.

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