Rebecca Armstrong.

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El día a duras penas salió el sol, se podía sentir un calor irritante para los habitantes de la ciudad, tanto así como para quejarse en cada oportunidad que tenían. Algunos quedaban de un humor completamente deplorable, como era el caso de Ken, quien no paraba de hablar de lo pegostoso que se sentía gracias al calor que irradiaba el sol siendo poco más de las diez de la mañana, sin embargo, Freen se encontraba completamente cómoda en aquel mueble de extensión en la parte trasera de su casa, intentando ignorar completamente a su hermano quien intentaba quejarse por décima vez en menos de diez minutos para demostrar su descontento con el clima.

Su vista estaba centrada entre las líneas formadas por letras negras bien moldeadas, entre aquellas letras que dejaban sentimientos plasmados en ella. Amaba la lectura, amaba todo lo que tenía que ver con las historias románticas, con la poesía, con el arte.

Sus finos dedos tuvieron entre ellos una página para pasar a la siguiente. Estaba completamente sumida y perdida en uno de los poemas de Gabriela Mistral.

Probablemente había perdido la cuenta de que vez era que leía aquel libro, pero era de sus favorito, no tenía manera alguna de como dejar de leerlo. Sus ojos desbordaban un brillo especial cada vez que su vista iba avanzando en cada palabra de aquellos versos.

Por otro lado, Ken intentaba llamar la atención de su hermana quien además de parecer completamente desconectada del mundo por aquel libro, no borraba aquella genuina sonrisa de su rostro.

-Freen, ¿Serías tan amable de prestarle un poco de atención a tu hermano? - soltó un suspiro audible antes de cerrar su libro.

-Te he prestado mucha más atención de la que debería. Sabes perfectamente que los sábados por la mañana son sagrados para mí y la lectura. - se sentó para poder mirar mejor a su hermano. -¡Solo te he oído toda la mañana quejarte del clima! - esta vez fue ella quién se quejó.

-¡Pero es la verdad! - Freen rodó los ojos. -Solo te estoy pidiendo un minuto de tu tiempo. Necesito tu ayuda, o más bien, un consejo. - lo miró con una ceja arqueada.

-¿Para qué soy buena? - Ken tomó un poco de aire antes de hablar.

-Quiero presentarles a mi novia.

-¿Novia? - preguntó Freen confundida.

-Sí, Freen, novia. Solo que no sé como invitarla a cenar sin que se sienta incómoda. - la castaña se hubiese reído en su cara por eso, pero aún seguía un poco atónita por las palabras de su hermano. -¿Puedes dejar de mirarme de esa forma?

-Lo siento, es que me ha tomado por sorpresa. - acabó por disculparse.

-¿Qué te sorprende? - ahora el confundido era Ken.

-Es que... Con nuestros padres pensabamos que eras gay. - la única respuesta que recibió fue un golpe en su brazo. -¿Pero qué te sucede? Eso ha dolido, idiota.

Ken solo fue capaz de comenzar a reírse al punto de que sus lágrimas salían y su abdomen comenzaba a resentirse de tanto reír, causando que llevara sus manos a este. Freen no entendía nada en absoluto, solo era capaz de observarlo mientras pasaba su mano por su brazo. Una vez calmado, pudo hablar nuevamente.

-Dios, Becky tenía razón. - Freen frunció su ceño. -Ella alguna vez me hizo el comentario de que en el colegio se rumoreaba que yo era gay. ¿De verdad has creído eso, Freen?

-Para comenzar ¿Quién es Becky? Y segundo, sí, lo llegué a creer.

-Becky es mi novia. - una sonrisa se formó en sus labios al nombrarla. Freen lo encontró adorable. -Ya hablaremos del otro tema, pero realmente necesito tu ayuda, por favor.

La última carta.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora