Linda sonrisa, lindos ojos.

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Freen se encontraba sentada debajo de un árbol en el inmenso campus del colegio luego de haber terminado con el dichoso exámen de matemáticas.

Lo terminó tan rápido que al haberlo hecho, salió del aula de clases para dirigirse justo ahí, dejando a sus amigas y al resto de sus compañeros concentrados en ello.

En sus manos reposaba su libro mientras esperaba a las tres chicas que realizaban su exámen.

Sintió dos suaves, delicadas y tibias manos cubrir sus ojos. Ese toque se le hizo familiar, pero no logró reconocer con claridad.

Su corazón se aceleró estrepitosamente dentro de ella, tal vez debiéndose al susto de no saber quién era, más, su realidad era que su cuerpo había reaccionado a aquel toque sin permiso porque ya conocía a la persona dueña de aquellas manos.

—¿Quién soy? — esa suave voz llena de diversión la hizo relajarse. Fingió pensar un poco.

—¿Tal vez una chica encantadora? — preguntó recordando su conversación un par de días atrás en el cine.

Rebecca sintió sus mejillas arder por un momento, lo cuál esperó un poco para quitar su manos de la vista de la más alta.

—¿Me consideras encantadora? — preguntó con curiosidad.

Ahora era Freen quién sentía la vergüenza apoderarse de ella. Su propio juego se había volteado a su contra.

—Solo repito lo que me dijiste días atrás.

—No lo repetirias si no lo creyeras.

—¿Por qué debería creerlo?

—La verdadera pregunta es ¿Por qué no deberías creerlo? — miró la ceja enarcada de la más baja.

Y que razón tenía.

Lo negaba ante ella solo para molestarla, pero en su mente cada vez que la veía no podía evitar pensar en el encanto que siempre traía con ella, desde su sonrisa y sus gestos que la hacían compaginar exactamente para considerarla de esa manera.

—¿Por qué estás fuera de clases? — cambió la conversación.

—¿Por qué lo estás tú? — la más alta frunció su ceño.

—Becc. — dijo en forma de protesta.

—Está bien, está bien. — se sentó frente a Freen. —. Solo acabé mi exámen de historia.

—Yo justo el de matemáticas.

—Seguro que te ha ido bien. — le sonrió con esa peculiar sinceridad que la caracterizaba. —. Con lo buena profesora que eres.

—Lo sé. — intentó bromear con suficiencia en su voz.

—Eres una convencida. — ambas rieron.

Se quedaron en silencio por un par de segundos sin saber qué más decir. Rebecca miró el libro que reposaba en las piernas de Freen.

—¿Cómo puedes leer tanto?

—Te habías tardado mucho en preguntarlo. — Freen apoyó sus manos en la grama, estirando sus brazos hacia atrás.

La última carta.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora