El regalo perfecto.

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Rebecca se sentía excesivamente nerviosa aquella tarde.

Las horas de clases habían pasado más rápido de lo que debería, aún así sintió una pequeña tortura el pasar de las agujas del reloj en su mano izquierda durante el día.

Había estado esperando la tarde con bastante ansias. Compartir tiempo con la castaña le resultaba interesante y el escucharla hablar de cada tema de conversación con tanta intensidad por más simple que fuese que era imposible no prestarle completa atención. Freen era como un libro de misterio con casos sin resolver, de esos en los que van dejando cabos sueltos, ninguno resuelto.

Rebecca tenía esa facilidad con la que podía leer a la gente sin problemas, pero Freen contadas veces eran las que podía lograr leer.

Miró su reloj por décima vez desde que había llegado, fijándose que habían pasado más de quince minutos luego de la hora acordada. Su corazón sintió un pequeño golpe al pensar que tal vez Freen no llegaría. Rió negando mentalmente, ¿Cómo se le pudo haber ocurrido decirle aquello a Freen de tal manera? Tal vez ella se lo tomó a broma cuando lo decía en serio. Se golpeó unas cinco veces mentalmente.

Se puso de pie, con su cabeza completamente gacha mientras su mente procesaba una y otra vez lo que estaba sucediendo.

—¿Te vas a comprar el regalo sin mí, Armstrong? — la voz de la castaña tras de ella la alarmó completamente.

Se giró de golpe, su semblante cambiando bruscamente y casi olvidando que la castaña la había hecho esperar poco más de media hora, se lanzó a sus brazos sintiéndose contenta de que finalmente hubiese hecho caso en lo que le había dicho. Freen por otro lado se sorprendió tanto que se sintió aturdida, aún así, eso no evitó que respondiera a la efusividad de la chica que la acompañaba.

—Tonta, creí que no vendrías. — Rebecca hizo un puchero una vez se separó de Freen.

La castaña se derritió ante tal gesto, queriendo abrazarla una vez más, pero se contuvo.

—Pasaron un par de cosas. — dijo rascándose la nuca. —. Mi padre me dejó encargado algo para entregarle a mi abuelo y se me hizo tarde esperándolo. Lo siento.

Rebecca agradeció internamente que aún así no tuviera que dar explicaciones, se disculpara. Después de todo, se había quedado más tranquila al ver a la castaña aparecer junto a ella.

—No te preocupes. — dijo de forma tranquilizadora. —. Entonces, ¿Qué tienes en mente para Noey?

—¿La verdad? — Freen miró sus manos. —. No tengo ni la más mínima idea. Soy muy mala para los regalos.

—Puedo ayudarte con eso, solo es cuestión de ver. Seguro que encontrarás algo que le guste. — Rebecca la ánimo. Tomó la iniciativa en caminar, pero la mano de Freen la detuvo.

—Antes, necesito pedirte disculpas correctamente por mi tardanza. — la más alta tenía un ligero rubor en sus mejillas.

—Ya te disculpaste antes. — dijo la más baja con su ceño fruncido, mirando su muñeca presa por la mano de Freen.

El corazón de la más baja se sentía como un caballo galopando, por lo rápido que iba y lo fuerte que retumbaba en su lugar. Se sintió extraña, pues, un ligero nerviosismo se estaba apoderando de ella sin saber exactamente la razón.

—Mhm, lo hice, pero eso no es suficiente. — Rebecca no podía despegar su vista de la mano rodeando su muñeca. —. ¿Podemos ir por un helado antes de comenzar con nuestro recorrido?

Freen colocó una cara de cachorro regañado que hizo que Rebecca se derritiera ante ello. No podía negarse, aunque no lo había pensado, era imposible hacerlo cuando se lo pedía de aquella forma tan dulce y encantadora.

La última carta.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora