11. Un juicio justo

60 14 4
                                    

Y reinó el caos.

Ishana dio un paso a su izquierda, queriendo coger distancia del hombre. Los Sumos se alteraron, pasando desde el enfado, hasta el miedo. Athos dejó que las cosas se calmasen y no movió ni un solo músculo.

Todo el mundo conocía la Orden de Caballeros de Ungrick, que estaba al servicio del mismísimo Emperatror. Se decía que tenían beneficios especiales, como una autoridad máxima que les permitía obrar a su antojo sin sufrir consecuencias. Ni los Sumos, ni la guardia, ni ninguna otra figura de autoridad que no fuese el Emperatror, podían juzgarles.

El problema es que se creían simples leyendas. Jamás habían visto en persona un Caballero perteneciente a la Orden. Ni habían oído hablar de alguien que los conociese.

Ishana no estaba segura de si su vida estaba en peligro, pero creía que no. Si ese hombre hubiese querido hacerle daño, no habría acudido a testificar a su favor. Aunque los Sumos no se sentían tan tranquilos como ella; se habían metido en un asunto grave y no se atrevían ni a hablar entre ellos, incluso Joan se agazapó contra la silla, callándose.

-La ley dicta que toda aquella conducta impropia que atente contra los siete pilares, debe de ser castigada - habló Athos - así que, en primer lugar, juzgaremos el caso de abuso a una mujer por parte del denunciante.

Joan levantó la cabeza y miró a su abuelo, buscando un contacto visual que nunca tuvo.

-Traigan a la mujer - tras pronunciar esas palabras, se giró hacia Ishana.

Sus ojos azules penetraron en su interior, cómo si la desnudasen. Sintió miedo, pero se obligó a sí misma a seguir en pie.

Un par de guardias se fueron en busca de Tinnya.

-Siéntate mientras esperamos - ordenó a Ishana, señalando con la mirada un banco de madera.

Ella no se negó y caminó hacia el lugar, trastabillando a causa del dolor de su pierna.

Tal como ocurrió en el juicio anterior, los hechos fueron dados a conocer cuando Tinnya, Ishana y el propio Athos declararon. El castigo para Joan fueron siete días en la cámara oscura.

El joven se revolvió, llamó a su abuelo y gritó obscenidades. Tinnya, muerta de miedo no quiso ni mirarle; Ishana no le apartó la mirada en ningún momento, incapaz de contener su satisfacción.

-Para absolver cualquier pensamiento de venganza, propongo que tenga encierro domiciliario desde el atardecer hasta el amanecer, al menos durante siete meses; que tenga prohibido acercarse a la víctima a menos de doscientos metros y que, en caso de romper alguna de estas normas, sea condenado a las Siete Lanzas.

Ishana fijó su mirada en el abuelo del joven, quién estaba visiblemente molesto. Al fin y al cabo, él había sido el principal culpable de que siempre se pasaran por alto los actos impropios de su nieto.

-Ahora procedamos con el juicio por asesinato - Athos llamó de nuevo la atención de todos.

Tinnya miró a Ishana con los ojos abiertos y esta dirigió su mirada hacia el Berserio.

-Dejaré que sean los Sumos los que hagan su propio veredicto.

Ambas jóvenes le miraron. Si no iba a decir la verdad y su intención era asumir la culpa, ¿Por qué dejar que los Sumos tomasen esa decisión? Podrían ejecutarlo y librarse de los problemas.
Los Sumos Mayores deliberaron entre ellos, discutiendo. Al final, llegaron a una decisión por mayoría.

-Entendemos que Athos, de la Orden de Caballeros de Ungrick, actuó en defensa propia, y además con inferioridad numérica, por lo que le considerarlos inocente y absuelto de toda acusación o castigo.

El Berserio hizo un breve asentamiento de cabeza y se dio la vuelta, con intención de marcharse. Ishana no estaba segura de cómo reaccionar, pero un guardia se acercó y le quitó los grilletes, por lo que entendió que estaba libre y sin cargos.

Hazel se apresuró a ir a su lado.

-¿Estás bien? - ella negó con la cabeza.

-Estoy agotada, Hazel - él asintió, comprendiendo. Cogió el colgante del bolsillo y se lo puso en la mano.

-Por suerte ha salido bien. Nos vamos a casa - ella observó el colgante y miró a los ojos de su marido.

-Dame dos minutos - caminó apresuradamente, dejando a Hazel confuso.

Sentía que debía agradecer al hombre que le acababa de salvar la vida, arriesgando la suya propia. Alcanzó a la gran figura vestida de negro y le llamó.

-¡Señor Athos! - llamó para que el hombre la escuchase - ¡Mis respetos!

Cuando el Berserio se giró, Ishana hizo una reverencia. Tras varios segundos, en los que él no hizo ningún comentario, ella decidió hablar.

-Quisiera agradecerle por haberme salvado la vida - dijo bajando la mirada - y le devuelvo esto, ya que su deuda de sangre ha sido más que saldada.

Extendió el colgante hacia él y Athos lo miró con atención, mas no se movió.
Cuando sus miradas se cruzaron, Ishana sintió un escalofrío.

-Hoy solo he cumplido con mi deber - respondió con tranquilidad - Soy un Caballero de la Orden de Ungrick, vivo para ayudar a quien necesita ayuda. Mi deuda de sangre aún se mantiene, guarda ese colgante.

Ishana se quedó estupefacta, con los brazos aún extendidos y la espalda un poco encorvada. No reaccionó hasta que Athos había desaparecido por la puerta y Hazel llegó a su lado.

"Jamás he conocido a alguien como él".

IshanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora