27. Trágate tu propia lengua

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Ishana había estado dándole vueltas al hecho de que alguien estaba espiándola. Pero no encontraba el método más adecuado para averiguar quién.

Llevaban semanas viajando y Athos ya no dormía con ella. Al parecer, él y parte de su escuadrón, debían de ir de avanzadilla para investigar terreno. Había estado evitando a Gala en la medida de lo posible y, aunque en un principio sospechó que ella podría ser quién pasase información a las zorras asquerosas, al final casi la descartó. Apenas se interesaba por sus asuntos propios y se limitaba a ir tras ellas, en silencio, y responder sus preguntas.

Tan solo quedaba una parada más antes de llegar a terreno norteño, donde entrarían en guerra. Se detendrían en la aldea de Guija, limitante con la aldea de Valho y donde los soldados recargarían provisiones.

Ishana detuvo a Pelayo y se encargó personalmente de sus necesidades. Su caballo bebía en cada parada que hacían y en cada arrollo por el que pasaban. Comía dos porciones de avena al día y en cada descanso aflojaba la cincha para que pudiese descansar. Esa noche dejó al caballo junto los demás, pastando hierba, tras asearle con su cepillo de cerdas duras hecho de pelo de cerdo.

Estiró y movilizó un poco sus extremidades, antes de irse a pasear por el lugar. Sabía que la aldea de Guija era similar a la de Valho, aunque jamás había estado en ella. Harían una parada de tres semanas antes de continuar el viaje, lo que le daría tiempo a Ishana a comprar y descansar.

Athos se acercó a ella, sorprendiéndola.

-Hola - saludó el hombre.

La joven observó el cuerpo musculoso, cubierto en ese momento por una simple camiseta negra cubierta de sudor. Había estado sin verle durante semanas y ya casi se había acostumbrado a su ausencia, aunque tenerle frente a ella en esos momentos, volvía a ponerla nerviosa.

-Esposo - respondió ella con una leve inclinación de cabeza que le salió de forma natural, provocando que el hombre frunciese el ceño.

-Me gustaría acercarme a la aldea para comer algo, ¿Te gustaría venir conmigo?

Ella asintió.

Se acercaron hasta la aldea caminando, lo que les llevó casi tres cuartos de hora. Aún no comenzaba a oscurecer, pero acababan de llegar del viaje, por lo que a Ishana le pareció que era tarde.
Según llegaron a la aldea, la joven pudo observar la reacción de los civiles. Todos les miraban con asombro y miedo, susurrando tras su paso.

Aquello era normal para Athos, que llevaba siendo Berserio mucho tiempo. Pero era desconocido para Ishana y, aunque sabía que en su propia aldea les habían recibido así, ahora era ella la que estaba en la mira de todos.

Con algo de incomodidad, caminó junto a su marido hasta un restaurante, dónde decidieron cenar y charlar.

-¿Qué quiere comer? - el camarero se dirigió hacia Athos y este sopesó los platos escritos en las pizarras.

-Pollo - dijo secamente.

-¿Y tú? - preguntó hacia Ishana. Esta tardó en decidirse, y acabo pidiendo lo mismo.

-Lo mismo que él, por favor.

Una vez quedaron solos, la joven sacó un tema que llevaba rondando su cabeza bastante tiempo.

-Esta es nuestra última parada antes de llegar al norte. Me preguntaba si sería posible celebrar una pequeña fiesta.

-¿Una fiesta? - se extrañó Athos. Su mujer no pedía cosas, lo que era ya de por sí raro. Pero más aún que quisiese una fiesta; no era la clase de favores que habría imaginado de Ishana.

-Es una especie de despedida - dijo con voz débil - de mi antigua vida. De estos pueblos. En cuanto salgamos de aquí, la vida como Berserio será lo único que conozca. También había pensado que podría ser algo así como una fiesta de las Siete Bendiciones.

Athos asintió. La fiesta de las Siete Bendiciones era una celebración cuyo objetivo era desear suerte a los soldados que partían a batallar. Por supuesto, ellos ya habían tenido una en el momento que comenzaron su marcha, pero tampoco veía mal celebrar una justo antes de ir al norte. El deseo de su mujer no parecía descabellado, y era la primera vez que le pedía algo así.

-No habrá problema. ¿Qué tengo que hacer? - Ishana sonrió.

-Solo darme permiso. He preparado y asistido a muchas celebraciones y fiestas en mi aldea. Creo que puedo organizar una sin problemas.

Cuando el camarero les sirvió la comida, miró con curiosidad a Ishana. Esta vestía ropas propias de la aldea, muy diferentes de las ropas Berserias. Y es que aunque viajase con pantalones para montar a caballo, seguía vistiendo sus vestidos, con los que se sentía más cómoda.

En un momento, Ishana se levantó para acercarse a la barra y pedir una jarra de xugo. Cuando se dio la vuelta, chocó sin querer con un hombre, derramando unas pocas gotas en el suelo y salvando el contenido de la jarra.

-Lo siento - se disculpó con angustia - No le he visto.

El hombre frunció el ceño. A esas horas no era extraño ver a los hombres reunirse en los restaurantes y tabernas para beber, por lo que aquel cliente no se encontraba en su estado más sobrio.

-Deberias de tener cuidado, mujer - le soltó con mala gana, limpiándose una mancha inexistente de la camisa - Además, ¿Qué haces a estas horas aquí? Deberías estar en tu casa sirviéndole la cena a tu marido.

Ishana, por pura costumbre o educación, hizo una pequeña reverencia sumisa.

-Mis disculpas.

-Ni siquiera has dado respetos - le soltó el hombre malhumorado - ¿Cómo puedes hablar sin permiso ante un hombre mayor?

A Ishana se le cortó la respiración. Había olvidado por completo las normas propias de su sociedad.

- Lo siento señor - insistió - pero estoy exenta de cumplir esas normas. Mi condición de Berserio me libera de los protocolos sociales ante cualquier persona que ostente un rango inferior al mío, sea hombre o mujer.

El hombre que tenía frente a ella se carcajeó con ironía. Se hubiese creído o no aquella historia, no le había parecido bien que una mujer cualquiera se tomase aquellas libertades.

-Una estúpida mujer como tú - escupió ofendido - se cree superior a mí. ¡Oídla! ¡Cree que no me debe ningún respeto!

Llamó la atención de los presentes y aquello incomodó a Ishana. Miró de refilón a Athos, quién no apartaba la vista de ella y supo que estaba esperando su reacción. Ella era consiente de que, como mujer de un general Berserio, también tenía un papel que cumplir. Cuadró los hombros y su espalda se puso recta.

-Mi nombre es Ishana. Soy la mujer del General Berserio Athos, del segundo escuadrón del ejercito enviado por el Emperatror para pelear en el norte. Actuamos bajo ley propia y vosotros no tenéis jurisdicción ninguna sobre mí.

-¿Quieres que te lo explique para que lo entiendas? - El hombre se remangó e Ishana comprendió enseguida la situación; cuando alguien hería el orgullo de un hombre -más de un hombre ebrio- este tendía a querer demostrar su superioridad con más impetu aún. El problema estaba en que cuando las palabras no eran su fuerte, solían recurrir a la violencia. Y aquel parecía ser el caso.

Cuando se acercó de forma amenazante a ella, Ishana dio un paso atrás, asustada. Sintió unas manos fuertes sujetarle los hombros, impidiéndole moverse. Cuando miro hacia atrás, vio a Athos.

Su marido miraba con enfado cansado al hombre, quién había cambiado su gesto. Ishana suspiró, aliviada y con algo de burla.

Es muy fácil hacerte el macho delante de una mujer débil, pero cuando tienes a un hombre que casi te dobla el tamaño y con la insignia de los Berserios en el pecho... La cosa cambia. Era casi hasta frustrante.

Pero Ishana, a pesar de que en esas situaciones dependía completamente de Athos, no se contuvo y le sonrió con burla.

"Estúpido. Trágate tu propia lengua"

IshanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora