23. Aprender los códigos

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Era el último día que los Berserios estarían en Valho e Ishana se encontraba nerviosa por el viaje. Se había despertado temprano y Gala ya estaba a su lado, siguiéndola allá donde fuese.
Había enviado una respuesta a la carta de Hazel, y no esperaba volver a recibir ninguna.
Jamás había viajado y esperaba que no fuese tan duro como le habían dicho.

El campamento se había levantado por completo y solo las tiendas de los generales quedaban en pie.

-De madrugada partiremos - le explicó Gala - es costumbre que las mujeres de los Generales viajen en el centro del convoy, para situarlas en el lugar más protegido.

-¿Cuántos generales hay?

-En esta misión, cuatro. Al servicio del Emperatror doce.

-De esos cuatro, ¿Todos están casados? - Gala miró a Ishana con curiosidad.

-Solo tres.

"Dos mujeres, a parte de mí"

-¿Sabes cómo debo de referirme a ellas? - Gala negó con la cabeza.

Quería saber cómo debía de dirigirse hacia ellas, en el caso de que fuesen mayores. Tenían la misma posición, por lo que deberían de estar igualadas en cuanto a estatus. Pero desconocía si entre los Berserios existía la costumbre de tratar con formalidad a alguien de mayor edad.

No había visto a su marido antes de partir, por lo que se quedó con las dudas.

Cuando salieron era noche cerrada e Ishana fue guiada por los soldados hasta el carruaje donde viajarían las mujeres de los generales. Iluminadas por las luces de unos faroles, Ishana pudo poner cara a las dos mujeres y descubrió que ambas eran mayores que ella.

-Por fin te conocemos - dijo a los pies del carro la más joven de ellas, que debía de rondar la treintena de años.

Ishana, precavida como de costumbre, hizo un pequeño gesto de cabeza que, dependiendo de los ojos que mirasen, podría interpretarse como un saludo o una pequeña reverencia.

-Es un placer - respondió escuetamente. Durante dos segundos, la mirada de Ishana viajó de una a otra mujer, embargándole una pereza terrible al tener que viajar con ellas.

-Entremos - dijo la mayor - no sería conveniente resfriarnos en medio del viaje.

Miró a Ishana.

-Tengo entendido que es la primera vez que viajas - subió el escalón - Las mujeres como tú nunca lo hacen, espero que puedas adaptarte bien.

"Tienes cara de estúpida"

Con una sonrisa amable, subió tras ellas.

Ishana no participó mucho en la conversación, pero escuchó todo con detalle. Escuchándolas hablar, podría hacerse una idea de qué clase de personas eran.

-He oído que las mujeres de Valho viven exclusivamente para sus maridos - comentó la mayor, mirando a Ishana - Y no es muy común que se divorcien...

Esa era la puntilla.

Ishana no pudo hacer más que sonreír educadamente, con un eje de timidez. No pensaba mostrar su rechazo hacia aquellas dos mujeres, pues no sabía qué consecuencias podría tener.

Al ver que Ishana no respondía de ninguna manera a sus provocaciones, cambiaron el sentido de la conversación hacia dos mujeres totalmente desconocidas para Ishana, convirtiéndose en sus dos nuevas víctimas.

Las horas de viaje eran horripilantes, pero no pensaba admitirlo en voz alta. Sus compañeras debían de estar acostumbradas, porque siguieron hablando durante horas, sin dar una sola muestra de incomodidad o cansancio.

Cuando llegó la noche, Ishana dio gracias de corazón por poder bajarse y estirar las piernas. Fue su propio marido quién fue a buscarla.

-¿Cómo ha estado el viaje? - preguntó Athos caminando a su lado.

-Entretenido - respondió Ishana intentando recordar cómo caminar.

Su tienda ya estaba montada y ambos se quedaron en la entrada, intentando descifrar si la noche anterior había sido una especie de sueño o si realmente su relación tomaría ese camino. Ishana cogió aire y se giró hacia él.

-Es tarde, ¿entramos?

Athos asintió y corrió las telas para que ella pudiese entrar. Una vez dentro, se quitó la armadura con la que había viajado.

-Te prepararé agua tibia para poder asearte - antes de que pudiese responder, Ishana ya estaba fuera. Tardó un buen rato, pero consiguió traer un balde de agua temblaba.

- ¿Podría preguntarte algo? - Athos la miró, esperando que continuase - ¿Los Berserios tenéis códigos formales hacia vuestros mayores?

-Dependiendo del caso - Ishana le pasó un trapo húmedo por la espalda - ¿Gala no te ha explicado?

Unas décimas de segundo el trapo se detuvo, suficiente para que Athos lo notase.

-No - confirmó - ha debido de olvidarse.

"Le pregunté expresamente y respondió que desconocía los códigos. Ahora sé que no es de fiar"

Athos estaba comenzando a conocer a su mujer y sabía que algo no andaba como debía. Aún así, decidió no comentar nada al respecto.

-Las mujeres de los generales tienen tu misma posición, no les debes ningún trato formal ni más especial del que la propia educación te exige - comentó, sacando una pequeña sonrisa a Ishana.

-Gracias.

Aquello cambiaba las cosas.

"Necesito aprender los códigos, costumbres y las actitudes propios de su posición social" pensó con determinación "Es la única manera en la que puedo evitar que me pisen"

Athos detuvo el brazo de Ishana y la miró atentamente.

-Estoy empezando a darme cuenta de que mi mujer igual no es tan débil como yo creía - soltó con seriedad, dejando un poco shockeada a la joven - pero aún así, me gustaría que contases conmigo para lo que necesites. Yo mejor que nadie sé lo difícil que puede ser adaptarse, y más cuando te han enseñado toda tu vida a obedecer a los demás.

Ella asintió.

-Cuento con tu ayuda. Si te necesito, no dudaré en acudir a ti.

Athos resopló levemente. Sin soltarle la mano, se levantó y la obligó a ella a sentarse, dejándola con una mirada de confusión.
Cuando Ishana quedó en la silla, Athos se agachó y le quitó el calzado, levantándole el vestido hasta las rodillas.

Ishana le miró, con el corazón desbocado. No comprendía qué estaba haciendo. Cuando su marido la miró, pudo apreciar un brillo de burla en sus ojos.

-Solo quiero aliviar un poco tus pies - respondió aguantando la sonrisa por el estupor con el que había dejado a su mujer.

-No hace falta - respondió Ishana intentando bajarse el vestido. Athos se lo impidió.

-Llevas un día entero sentada, agradéceme que no haga lo mismo con tus posaderas - y la boca de la joven no pudo abrirse más.

¿En qué momento su marido se había vuelto tan desvergonzado?

IshanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora