Sage se había acostumbrado a navegar en medio de una marea de desconocidos, a fingir sonrisas cuando solo el llanto buscaba embargarlo.
—Una hora más, amor. Después nos vamos a casa. —Su esposo tocó su mano y delineó el anillo de compromiso, ese que le había dado años atrás. Era una sortija vacía.
—Lo sé.
Sage entendía que ese evento era importante. Su mente racional le indicaba que ese era el lugar correcto, que no podía cambiar nada. Su corazón, por otro lado, le decía que esto era una locura, que se desangraba por dentro, y solo quería su cama y llorar hasta no tener más lágrimas. Hacer lo que había estado haciendo desde el día anterior cuando leyó la carta de su madre.
—Valhalla es la fragancia del momento. Sus notas cítricas y amaderadas nos dan una sensación de calor en medio del invierno y de frescura propia del paraíso.
Sage frunció el ceño cuando escuchó a Sony recitar esa estupidez marketinera una y otra vez. El modelo en ese momento detestaba cómo olía el maldito perfume. Le enervaba tener sus fosas nasales adormecidas, sus manos, cada parte de su cuerpo. Sage se odiaba a sí mismo más que nunca en ese instante.
—Miro, Román ha llegado. Hay que saludar. —Sony intentó empujarlo, pero Sage lo detuvo.
—¿Estás loco? No voy a ir.
—Vamos, es el dueño de la marca.
—Me vale mierda si es el dueño de la galaxia. No tengo ganas de saludarlo. No tengo ganas de estar acá. Punto.
Sony tensó la mandíbula.
—Yo no tengo la culpa de lo que te ha pasado. Este es un trabajo. Además, haz lo que te digo si estás tan incómodo. Toma un vuelo mañana. Arregla eso.
—No lo voy a hacer. Ya no soy un adolescente para que ella o tú me manden a su antojo. No voy a seguir obedeciendo a mi madre.
Sony hizo una mueca y agarró una copa de champaña de la camarera que pasó a su lado. Sus ojos pronto se desviaron al par de morenas que lo observaban con seducción desde hacía una hora.
—Sage, tu madre te amaba —le aclaró a su esposo—. A su manera, pero lo hacía. Esa carta que te ha dado lo comprueba. Ha sufrido tanto como tú. Acepta que no fuiste el único que se sintió mal.
Sage jugaba con el borde de la copa que tenía en su mano. La cuarta de la noche, y esperaba poder emborracharse un poco más.
—Es una manipuladora. Eso es.
Sony se humedeció los labios y volvió su vista a las mujeres, que ahora le sonreían.
—¿Quiénes son «ellos»?
—¿Cómo?
—Tu madre dice que te alejes de ellos. ¿A quiénes se refiere?
—Estimo que a los Carradine. Son los dueños de todo el lugar, excepto de nuestra propiedad. Tenían una plantación enorme, donde mi padre trabajaba. Mamá les ayudaba en la cocina.
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Jonas D. E Libro 2 (Romance gay +18)
RomanceHace diez años que Sage no vuelve a su pueblo natal. Después de todo, nadie regresa al lugar donde le rompieron el alma. Fausto Carradine fue su gran amor de juventud, uno que lo humilló y lo dejó cuando más lo necesitaba. Sin embargo, hay personas...