Tu partida me dejó vacío. Después de todo, en esa época eras el único amigo que tenía, el único que me hablaba y me aconsejaba. El único que siempre me decía que no me rindiera, mientras que los demás hacían todo lo posible para que lo hiciera.
Estaba solo. No tenía mucho para razonar. Debía salir de esa maldita silla de ruedas cuanto antes. A mi padre jamás le interesó mi salud. Su único hijo era Fausto. Yo solo era un engendro de la naturaleza que deambulaba de un lado a otro. Tú lo sabes. Ni siquiera me dejaba estar presentes en los eventos que realizaba. Mi madre era una pobre infeliz sin voz ni voto, pero debo reconocer que cuando no estaba alcoholizada se preocupaba por mí.
—Quiero ver a un doctor en Baton Rouge. Tu médico no está ayudando a mi recuperación.
Mi padre me miró de pies a cabeza con desdén, como siempre lo hacía. Estaba desayunando.
—¿Para qué? ¿No te basta el dineral que me has hecho perder en los arreglos de tu maldita cadera? ¿Y para qué? Sigues allí, inútil e inservible. —Papá se limpió la boca. Le encantaba sacarme en cara los cuantiosos gastos de las cirugías de su médico personal.
—Por todo eso necesito un nuevo médico. Está claro que el tuyo no da con la tecla.
Me dio una mirada de odio. Le molestaba tanto que las personas le dijeran la verdad.
—Búscalo y págalo tú entonces. De mi seguro médico ya no obtendrás nada.
Miré a mi madre, y ella solo estaba concentrada en la comida.
Moví la silla de ruedas y salí del comedor. Me encerré en mi cuarto durante dos días. No solo te extrañaba a ti, me aterrorizaba pensar que no saldría de esa casa. Sin embargo, la vida me dio otra oportunidad cuando Louis y su padre fueron a uno de los eventos en casa. Louis me recordaba mucho a ti. Era amable y muy divertido, y aunque jamás lo reconozca, sé que perder a Marie Hazel lo destruyó. Mi hermano incluso una vez llegó a jactarse de que se la había robado.
«Nadie roba nada, imbécil. Las personas no son cosas. Se fue contigo. Veamos cómo te las arreglas para mantenerla».
Creo que esa frase fue una de las mejores que escuché en mi vida. La discusión entre ellos se había dado por mí. Para variar, Fausto me estaba molestando y Louis intervino.
—Nadie cree que pueda salir de esto. —La tristeza me embargaba como nada en ese momento.
—¿Y tú? ¿Confías en ti mismo?
—Soy todo lo que tengo. Debo confiar en mí.
Louis sujetó mi mano y se puso de cuclillas a mi lado. Me dio una sonrisa tierna, nada que ver al libidinoso que conocemos ahora.
—Entonces cuentas conmigo.
El padre de Louis tenía muchos clientes importantes, entre ellos varios médicos. Fue así como llegué al hombre que me dio una nueva oportunidad. Trabajaba en Baton Rouge, y me habló con la verdad desde el primer instante.
—Tienes una displasia de cadera no tratada a tiempo, pero creo que podemos solucionarlo —explicó el médico ese día.
A mi lado se encontraban mi madre, el papá de Louis y él.
—¿Y eso sería?
El médico nos mostró las radiografías.
—Sucede cuando la cavidad de la cadera no alcanza a recubrir por completo la porción esférica del extremo superior del fémur. Esto causa que la articulación de la cadera se disloque en forma total o parcial. La mayoría de las personas, como sucede en tu caso, que padecen esta afección nacen con ella. Cuando se diagnostica de manera temprana, un dispositivo para inmovilizar es suficiente para corregir el problema. En tu caso, necesitaremos más trabajo.
—¿Y ahora qué debo hacer? —pregunté con un nudo en la garganta.
—Tienes un desgarro del labrum de la cadera. Esto significa que los cartílagos que recubren la articulación están comprometidos.
—Doctor, díganos que hay solución.
El padre de Louis creo que estaba más nervioso que yo.
Lo miré con tanta admiración. Nunca supe lo que era tener un verdadero padre hasta que lo conocí a él.
—Debemos realizar una nueva cirugía para mover los huesos a la posición adecuada y para que el movimiento de la articulación sea leve. Es necesario, ya que el dolor en este momento debe ser insoportable. Además, si dejamos que avance tendremos a un joven cojo y enfermo que solo se manejará con bastón o silla de ruedas y no podrá vivir sin calmantes.
Resultó que no solo necesité una, sino dos operaciones más para arreglar el desastre de los médicos de mi padre. Parecía una burla que, teniendo tanto dinero, estuviera así de enfermo. El doctor Rancic siempre hizo lo mejor por mí. A partir de allí las cosas empezaron a mejorar.
Cada cirugía conllevaba rehabilitación. Louis me acompañaba a todas las sesiones. Ni él ni su padre me permitieron rendirme. Me hicieron sentir parte de su familia. Cuando conseguí el primer trabajo como arquitecto, les devolví cada centavo que ellos habían puesto en mí, porque mi madre hizo lo que pudo, pero papá decidió no invertir un dólar más en mi recuperación.
Es increíble cómo el destino entreteje historias. Nunca pensé que las personas que más cuidarían de mí y a las que más amaría no serían familiares. Logré mi beca en arquitectura cuando tenía dieciocho años. A partir de allí abandoné mi casa y nunca regresé. Sabía que sería difícil, pero, después de todo, mi vida siempre lo había sido. Había soportado dolor y tristeza, horas de rehabilitación, la falta de cariño de mis padres... Podía con todo.
Comencé a saber de ti de nuevo cuando cumplí los veinte años. Recuerdo ir por la calle y ver tu cara en una esquina. Era una publicidad de perfumes. Allí estabas, el muchacho de sonrisa amplia, con los ojos más bellos que vi en mi vida. Estaba feliz por tu triunfo. También pensé que nunca más volvería a verte ahora que eras famoso.
Comencé a entrenar en esa época. Fue una etapa de mucho sacrificio, pues mis músculos eran inexistentes, pero todo fluyó de la mejor forma. Entrenaba tres horas por día de lunes a lunes. Allí conocí a muchos hombres, y reconozco que salí con varios de ellos. Hay dos con los que siempre me llevé muy bien. Un matrimonio. Los conocí cuando llevaban cinco años juntos. Ambos trabajaban como acompañantes. Sé que no es algo normal, pero debo reconocer que me llamó la atención. Nos volvimos cercanos, mucho, se puede decir. Fue con ellos con quienes tuve sexo por primera vez. Simplemente me hicieron parte. Abrieron el matrimonio conmigo, ya que, si bien en su profesión se acostaban con hombres y mujeres, jamás le dieron cabida en su vida personal. Conmigo lo hicieron. Sé que me amaban, pero yo nunca pude enamorarme de ellos. Los quería, sí. Eran buenas personas y amantes grandiosos. Sin embargo, necesitaba más de la vida, algo que ellos nunca podrían darme. Hace dos años me pidieron que me fuera a Europa con ellos, pero les dije que no. Este es mi lugar. No pertenecía a ese mundo, a su matrimonio, y lamento decir que les rompí el corazón.
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Jonas D. E Libro 2 (Romance gay +18)
RomanceHace diez años que Sage no vuelve a su pueblo natal. Después de todo, nadie regresa al lugar donde le rompieron el alma. Fausto Carradine fue su gran amor de juventud, uno que lo humilló y lo dejó cuando más lo necesitaba. Sin embargo, hay personas...