Eran las cinco de la mañana cuando Sage despertó y se quedó con su vista sobre el hombre que descansaba a su lado. El arquitecto que hacía el amor como nadie y lo amaba con el alma. El miedo golpeó la boca de su estómago. Iba a marcharse. Jonas no se retractó de su decisión en ningún momento. El «te amo» no había sido suficiente, o quizá sí, pero llegó quince años tarde. Quería despertarlo, poseerlo, hacerlo suyo una y otra vez. ¿Qué sentido tenía? Lo había perdido.
Sage salió de la cama, se colocó una bata y comenzó a deambular por la casa. Necesitaba ocupar su mente, de lo contrario se volvería loco. Sus piernas pesaban después de la sesión maratónica de sexo. Soltó una risilla. Jamás lo había hecho en un vehículo, y se había sentido increíble. Pensó que podría hacerlo algunas veces más si tenía de compañero a esa bestia que le encantaba el sexo salvaje, de la misma forma que a él. Lavó los platos y copas que había ocupado en los últimos días. Recogió libros y revistas viejas que ocupaban espacio innecesario, del mismo modo que algunas prendas muy abrigadas cuando no tenía lugar en el guardarropa. Juntó todo lo que pudo y lo llevó al sótano. El lugar se había llenado de cajas. Las acomodó lo mejor que pudo cuando encontró de nuevo el cuaderno con los escritos de su madre. Se sentó sobre una de las cajas y dio un respingo cuando no lo hizo con cuidado.
«Maldito Jonas».
Era bastante gracioso que se enojara con Jonas cuando había sido él mismo el que no lo soltaba. Se encogió de hombros y se dispuso a abrir el cuaderno. Los pétalos de rosas pegados en las hojas fueron lo que más le llamó la atención. Un trabajo preciso y de mucho cuidado. Ninguno de los pétalos rojos estaba roto. Acarició el papel amarillento y algo sucio. Olía a humedad. La letra de su madre estaba borrosa en algunas partes, como si...
«Lágrimas».
May había llorado cuando decidió escribir allí.
Sage comenzó a leer, y lo primero que encontró fue el comienzo de la historia de amor entre May y Russell.
El día que Russell Williams llegó a mi vida estaba nublado. Cuando miré sus ojos, entendí el motivo. El sol tenía vergüenza de no ser rival para su belleza. Su cabello rubio esponjoso, un campo de trigales, de esos por los que quieres correr y jamás cansarte. Un cuerpo fornido, con espalda ancha y manos protectoras. Era un sueño, tenía que serlo. Desperté solo en el momento en que me saludó.
El estómago de Sage se retorció. ¿Cómo era posible que palabras tan bellas salieran de su mano cuando todo se fundó en una mentira? Estaba tentado a abandonar la lectura, pero la curiosidad es como un veneno que sabe demasiado bien. Continuó leyendo. Su intriga creció con cada párrafo en donde el amor era el protagonista. Los recuerdos y memorias de sus padres se mezclaban con las propias. Desde el aroma de las tartas hasta el paseo en el atardecer para contemplar el sol cuando abandonaba el cielo.
Siempre soñé con una boda sencilla, algo para mí y para Russell. No necesitábamos testigos. Entendí que el amor solo necesitaba dos personas. Lástima que siempre fui pésima en matemáticas. Quería a Russell solo para mí. Sus caricias me llegaron al fondo del alma y siempre me estremecían, pero él debía interponerse entre nosotros. Si tan solo se hubiera limitado a amar a su propia esposa como lo prometió ante Dios. El pecado rondaba cada vez que él se acercaba a Russell. Me dolía aceptarlo. Me dolía entender que debía compartirlo si quería mantenerlo a mi lado.
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Jonas D. E Libro 2 (Romance gay +18)
RomanceHace diez años que Sage no vuelve a su pueblo natal. Después de todo, nadie regresa al lugar donde le rompieron el alma. Fausto Carradine fue su gran amor de juventud, uno que lo humilló y lo dejó cuando más lo necesitaba. Sin embargo, hay personas...