Hace diez años que Sage no vuelve a su pueblo natal. Después de todo, nadie regresa al lugar donde le rompieron el alma. Fausto Carradine fue su gran amor de juventud, uno que lo humilló y lo dejó cuando más lo necesitaba. Sin embargo, hay personas...
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—Me gusta estar así contigo.
Jonas le acarició el cabello rubio sedoso a Sage mientras escuchaba su declaración.
—Increíble que el bastardo te haya dicho «amor» con la evidencia de lo contrario a pocos metros.
Sage dio un suspiro y se arropó con el cuerpo de su amante. La noche estaba tranquila. Apenas soplaba una brisa que bamboleaba las cortinas del ventanal de la pequeña habitación. La noche tenía la temperatura perfecta para dormir en los brazos de alguien.
Jonas había llegado un tanto extraño, Sage lo advirtió durante la cena que compartieron con Louis. Luego, cuando se lanzó sobre su cuerpo, Jonas respondió con pasión y entusiasmo, pero sus ojos mostraban algo más que deseo.
—¿Estás bien? —indagó Sage al tiempo que dejaba besos cortos y húmedos en su barbilla.
Jonas chasqueó la lengua.
—La verdad es que no.
Sage besó su cuello con ternura. Sus labios apenas podían despegarse de esa piel bronceada a la que se tornaba más adicto a cada minuto.
—Habla conmigo.
—Es algo... un poco difícil.
—Jonas, ¿de verdad piensas que no entendería?
Jonas se enfocó en su amante. Lo sujetó de la nuca y lo besó. Después lo giró en la cama y reposó su cabeza en el pecho. Sage era quien acariciaba su cabello ahora.
—No soy un Carradine, Sage. Nunca lo fui.
—¿De qué hablas?
Jonas se humedeció los labios.
—Mi padre fue hoy a casa para prohibirme que me acerque a ti.
—¿Qué le pasa a ese viejo? Primero Fausto, ahora él ¿Qué tanto miedo me tiene?
—Mucho —aseguró—. La cosa es que me dijo algo, y pienso que en parte tiene razón. He tenido temor de decírtelo.
—Habla. Deja que yo decida si me molesta o no.
—Cuando se hizo la lectura del testamento en el cual mi padre me dejó sin nada, salió a la luz algo muy doloroso. Yo... no soy hijo biológico, sino adoptado.
—Por Dios. —Sage lo envolvió con más fuerza—. ¿Esperó todo ese tiempo para decirlo frente a todos? ¿Humillarte así? ¿Qué has hecho para que te odie de esa manera?
—Existir, supongo —respondió con dolor.
—¿Fausto nunca te dijo nada?
—¿Por qué lo haría?
Sage le besó el alto de la cabeza. Tenía tanta rabia.
