Ryo

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El silencio nunca había generado tanta expectación. Las calles cubiertas de un blanco manto de nieve fresca que no dejaba de caer libremente sobre los adoquines de piedra. Las estrechas calles de la pequeña población únicamente alumbradas por las llamas de los farolillos colgantes de cada puerta y ventana. Una luz titilante que acompañaba el silencio previo a una gran celebración.

Las únicas dos tabernas de la aldea abarrotadas de gente esperando el gran momento. Los comensales sentados a las mesas de madera, en silencio, como marcaba la tradición. Algunos rezando, otros comiendo en silencio. Ni una gota de alcohol se serviría antes del gran momento.

Miradas ansiosas y piernas inquietas bajo las mesas. Habían esperado meses aquel momento, pero nadie creía que fuera a pasar antes de lo previsto. ¡Un mes antes de lo previsto! La preocupación inundaba la población, casi en el mismo porcentaje que lo hacía la alegría y la ilusión.

Colina arriba y dentro también de las murallas, el castillo se erigía con todos sus farolillos apagados. Solo se encenderían todos cuando llegase el momento. Esa era la señal para la gran celebración. La guardia personal y caballeros del lord, en silencio, rodilla hincada en el suelo de piedra del patio interior del castillo. Sus cabezas mirando al suelo, espadas desenfundadas y frente a ellos. Ambas manos sobre la empuñadura, como el día que juraron lealtad a su señor. La fría nieve cayendo sobre sus cabezas y sus capas. Era la tradición, y así permanecerían hasta el gran momento.

Un grito desgarrador inundó las estancias personales del Lord y su cónyuge. El omega sobre el lecho, solo vestido con una camisola larga blanca, piernas abiertas, respiración agitada y cuerpo sudoroso. El Lord, su marido, tras él, ofreciendo sus manos para que su pareja pudiera aliviar el dolor atroz de cada contracción. Un batallón de sanadores y criados cambiando el agua hirviente de los recipientes.

El alfa sentado en el lecho tras su omega abandonó una de sus manos para retirarle los rebeldes mechones sudorosos de la frente. Los cabellos oscuros de su omega habían ganado un brillo especial durante el embarazo. Sus ojos de brillo cariñoso y esperanzador, ahora brillaban aterrados y cansados.

—Lo estás haciendo muy bien.- Le susurró el alfa antes de dejarle un beso sobre sus cabellos. - Estoy aquí contigo, lo estaré siempre.

El omega asintió repetidamente con la cabeza mientras trataba de respirar hondo.

Una nueva contracción sacudió su cuerpo y un grito desgarrador abandonó su garganta.

—Isas...- Llamó a su alfa en un lamento.- No puedo más...

Lord Isas se aferró a las manos de su marido, sus ojos turnándose entre la matrona que examinaba el estado del cuerpo de su omega y la mancha de sangre que había dejado el tapón mucoso al principio del parto.

La matrona alzó la mirada de entre las piernas del omega para mirar a los futuros padres y asintió. Allí estaba la señal, aquella tortura acabaría pronto.

—Kane, amor mío. - Le consoló el alfa.- Eres el hombre más fuerte que conozco, sé que puedes hacerlo, sé que puedes traer a nuestro hijo al mundo.

Kane asintió de nuevo mientras varias gotas de sudor caían de su frente, ya había perdido la cuenta de cuántas horas habían pasado. Las manos de la matrona se posaron sobre sus rodillas, la señal para empujar.

—Lo traeré. -Gritó en una contracción mientras empujaba.

Un grito desgarrador cruzó la noche, lo oyeron los guardias de la muralla, lo oyeron los habitantes afinados en sus casas y en las tabernas. Lo oyeron los caballeros en el patio interior del castillo, justo antes de que una figura negra alada descendiera sobre ellos. Apenas mediría un par de metros de largo. Negro como la noche, de escamas satinadas y ojos de color amarillo amanecer.

La Marca del Dragón  {omegaverse}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora