La academia

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Los golpes suaves sobre su puerta eran un mero formalismo.  Sabía perfectamente lo que venía después. Ulla abrió la puerta de sus aposentos y tras ella le siguieron dos jóvenes betas que se encargaron de abrir las cortinas de las ventanas y de depositar la tina con agua fresca y paños para que pudiera arreglarse.

Ryo apretó los párpados en un gesto incómodo cuando la luz del sol cayó sobre su rostro. Con gesto cansado se incorporó hasta quedar sentado sobre el colchón, la sábana cayó sobre sus caderas, mostrando su torso desnudo, los abdominales perfectamente definidos de su esbelto cuerpo. La marca en forma de pezuña de reptil sobre su pectoral izquierdo.

Hacía días que el personal del servicio que le atendía ya no cuchicheaban ni soltaban risitas azoradas al verlo semi desnudo.  La preocupación por su estado de salud debido al calor y debido al celo había ocupado por completo sus mentes.

Hacía una semana que había pasado su celo y aún olía extraño, ácido, era muy molesto.

Escuchó como Ulla repartía órdenes a diestro y siniestro, como si se tratara de la Capitana de un batallón. En cuanto abrió los ojos, frente a él se extendía uno de los brazos de la mujer sosteniendo aquel maloliente té. 

Ryo emitió un quejido asqueado y tomó la taza para ingerir el brebaje de un único trago. Asqueroso.  Pero gracias a eso se encontraba mucho mejor.

A los pies de su cama, se extendían unos pantalones marrón oscuro, una blusa blanca y una casaca de botones también marrón. Cierto, ropa para entrenar, pues aquel era su gran día.

Solomon esperaba a Ryo en el comedor privado para la familia real. Había ordenado que lo llevaran hasta allí en cuanto estuviera listo. Sentado solo, frente a platos con suculentos trozos de carne, huevo, queso, pan tostado. El Rey había decidido recibir su desayuno en sus aposentos. Solomon sabía bien qué significaba eso, Andros estaría con él. Y sinceramente agradecía no verle, había tenido que aguantar las miradas de su padre durante los cuatro días que había durado el celo de Ryo. Soportando cómo el olor del Omega, alterado por la medicación, le molestaba a él más que a nadie y le volvía irascible y de mal humor. Aquel no era el olor natural de Ryo y le molestaba, le atacaba directamente a los nervios.  Mientras para los demás, el olor era solo notable de forma sutil en las sirvientas que atendían a Ryo y en el pasillo de sus aposentos, Solomon lo tenía anclado en lo más profundo de su nariz.

La puerta del comedor se abrió y tras ella, aquella esencia se volvió más notable. Ulla entró en el comedor y tras ella Ryo, completamente vestido y preparado para partir a la academia militar.

— Buenos días, su alteza. — Le saludó Ulla con una reverencia.

— Buenos días. — Le devolvió el saludo con toda la educación que pudo invocar mientras el olor de Ryo se le acercaba cuando el jinete se sentó frente a él. — Ryo, — Sus ojos azules se dirigieron a los amarillos del jinete. — ¿Has descansado?

El joven omega se limitó a asentir en silencio. Notaba en la voz de Solomon un punto de enfado y algo muy dentro de él le advertía de no provocar la ira de una alfa dominante.

El jinete se sirvió un pedazo de carne, algo de pan y queso.  Gracias a su nueva medicación, las náuseas tras el celo habían disminuído.

— Me alegro, te espera un día muy importante. —Seguía hablando el príncipe. — Tomaremos el carruaje a la academia y nos reuniremos allí con Simon. Él se encargará de tu educación durante el curso inicial.

Ryo levantó la mirada de su plato mientras masticaba. ¿Iban en carruaje? ¿Kuro no iba con él? ¿y por qué le acompañaba el príncipe?

— Pensaba que mi entrenamiento incluiría a Kuro desde el principio.

La Marca del Dragón  {omegaverse}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora