¿Cómo el pasado queda enterrado y olvidado?
Los reinos se alzan y caen estrepitosamente, pasto del olvido y el misticismo. El abandono de la tierra, buscando vida, buscando suelo fértil. La mancha de sangre de la guerra, que lo empaña todo. La nieve, que sepulta hogares y borra el recuerdo de lo que, en un momento de la historia, fue un pueblo.
Ryo cerró los ojos al amanecer del tercer día.
Sentado sobre un cajón de madera junto a la puerta de aquel templo antiguo que habían logrado desenterrar con la ayuda de su hombres.
La capa de pieles de zorro de nuevo sobre sus hombros. sus labios quemados por la acción del sol y del frío, al igual que sus mejillas. El edificio antiguo se erguía sobre una cumbre baja entre valles. Marcado de nuevo en el mapa, desafiando al olvido y al paso del tiempo. Ochenta hombres dormían apiñados dentro de la vieja estructura. No había mejor forma de pasar una noche en tierras inhóspitas. Un par de hogueras flanqueaban la entrada al templo. Y Kuro, quien no podía adentrarse en el antiguo edificio, por su tamaño, dormía a su lado, con su gran cabeza sobre los muslos de su hermano humano. Aquella noche, el jinete había decidido dormir fuera, junto a su hermano reptil. Pese a su descubrimiento, un cosquilleo en sus sienes le ponía sobre aviso de que lo más importante estaba allí fuera. Sobre la tierra que un tiempo habitaron sus ancestros.
El cielo nocturno, despejado, mostraba todas las estrellas del firmamento.
Y una cosa más.
Las voces habían desaparecido. Tan pronto como pudo comprobarlo, se halló sorprendido de no necesitar más la presencia de Solomon para evadir el fantasma del pasado de su mente.
— Queríais que encontráramos el templo. — Le habló a la nada. Sin embargo, tenía la certeza de que los espíritus del Norte le escuchaban. Acarició la cabeza del aún durmiente Kuro y susurró. — ¿Qué queréis de nosotros?
El astro rey se alzaba de nuevo en el firmamento, arrastrando la oscuridad y tiñendo el cielo de preciosos tonos rojizos y ocres. Llegaba el final de su ritual. Ese día, abandonarían tierras inhóspitas y volverían a pisar suelo firme bajo sus pies.
«Voy a echarlo de menos.» sonó la voz de su hermano en su cabeza.
Ryo curvó sus labios con una ligera sonrisa.
«¿Qué tiene esta tierra que parece que nos llama?» La grave voz de su hermano era la única que resonaba en su mente, pero tenía razón. Algo había allí, entre colinas nevadas y placas de hielo. Como un hilo invisible que tiraba de su pecho.
— Es tierra de magia. — Le respondió el jinete en un susurro.
La tercera mañana del ritual debía ser la última sobre aquellas tierras inhóspitas. Los hombres y mujeres del Norte eran rudos y fuertes, pero la leña del snekkar y las provisiones no aguantarían un día más. Tampoco los cuerpos de aquellos soldados, aunque acostumbrados al frío, vulnerables como todo ser humano a las heladas temperaturas. Lord Isas había dejado claro que nada debía abandonar aquel templo. No podían arriesgarse a sufrir la furia de los dioses tan cerca de su victoria. Por no mencionar que sería una completa falta de respeto a su cultura e historia. Eran fieles soldados del Norte, no una banda de ladrones de tumbas.
Los soldados se tomaron un momento para hincar la rodilla en la nieve frente al templo y proclamar una oración en lengua antigua a los dioses del norte. El príncipe Solomon y Lord Simon, presentaron sus respetos, uniéndose al gesto con el resto de la compañía. No entendieron ni una palabra de la oración que Ryo, esta vez y como protagonista del ritual, ofreció a las antiguas deidades, pero como todos los demás, hincaron una rodilla en la nieve frente al templo. Después de aquel gesto de culto, Kuro alzó el cuello y dejó salir un alarido que tembló entre las montañas.
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La Marca del Dragón {omegaverse}
FantasyRyo es hijo de Lord Isas y Lord Kane, pero no es un noble corriente, en su pecho porta la marca del dragón. Aquella que también poseía el primer rey. "Si quieres casarme en contra de mi voluntad, Más te vale que sea con el mismísimo rey." Cuidado co...