Jinete entre flores

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Solomon Fitzwilliam James Pendragón de Aetrias, alfa dominante, general de los ejércitos de la nación, príncipe heredero al trono.

El peso del futuro de todo el país sobre sus hombros. Hombros sobre los que ahora descansaba su capa roja y negra, con el blasón real sobre su espalda. Su casaca abotonada a la izquierda con botones de oro con el blasón real. Sus botas relucientes, su cabello rubio completamente retirado hacia atrás con una potente gomina.

El reflejo que le devolvía el espejo era el de un príncipe regio y honorable. Pero su mente estaba en otra parte. Había vuelto a soñar con él. Con sus ojos amarillos, sus mejillas sonrojadas, sus suaves labios, su estrecha cintura presionada contra su cuerpo, su respiración agitada. Esa valentía del jinete al adentrarse en lo desconocido sin ninguna experiencia previa.

No podía sacarlo de su cabeza. Desde la noche de lo ocurrido no podía soñar con otra cosa. Llevaba días amaneciendo con la necesidad de aliviarse solo. Cerrando los ojos y rememorando aquel beso que había trastocado todo su mundo.

Lo había estropeado todo.

La noche anterior, cuando toda la comitiva se había retirado a descansar Solomon y Simon se habían quedado en la parte de abajo de la posada, a la luz de dos velas y con la compañía de dos jarras de cerveza.

El Lord del Este, completamente recostado sobre el respaldo de su silla, una mano ocupada con la jarra de cerveza y la otra sujetándose la nuca en un gesto despreocupado, relajado de volver a estar tan cerca de casa.

Por el contrario, el príncipe reposaba ambos codos sobre la mesa de madera, manos entrelazadas en un gesto pensativo, sus ojos fijos en la jarra de cerveza sin tocar que tenía delante. Solo los suspiros ocasionales de Lord Simon rompían el silencio. Su amigo entendía que el príncipe tenía demasiado en la cabeza y eso afectaba notoriamente su humor. No obstante, sus contestaciones hacia el jinete habían sido desmedidas.

— ¿Entonces no hay paz entre vosotros? — Preguntó Simon, harto de esperar a que su amigo fuera el primero en hablar.

Solomon desvió sus fríos ojos azules por un momento a su amigo antes de devolverlos hacia su cerveza. Sus manos rompieron formación para tomar su bebida y darle un sorbo.

— Ya veo que no. — Volvió a hablar SImon.

— He metido la pata con Ryo, no hay forma de arreglarlo. —Habló por fin el príncipe tras dar un trago.

Simon alzó una ceja, no era ninguna novedad que su amigo había sido quien había cometido el error, fuera cual cuece esta vez. Sin embargo, sentenciar la situación tan repentinamente le parecía un poco exagerado.

— Ya será menos. — trató de calmar a su amigo antes de devolver la jarra a su boca.

—Le besé.

Simon se atragantó con la cerveza.

El Lord del Este alcanzó a depositar la jarra sobre la mesa mientras tosía tratando de recobrar el aire y llenar sus pulmones. Se golpeó el pecho con el puño un par de veces hasta conseguirlo. Respiró hondo y utilizó una de sus mangas para limpiar la espuma de cerveza en su rostro.

— ¿Cómo? — Finalmente preguntó cuando pudo hablar de nuevo aunque acto seguido negó efusivamente con la cabeza, moviendo hasta sus trenzas en aquel gesto. — No, no cómo, ¿Por qué? ¿No ibas a mantenerte alejado de él en ese aspecto?

Solomon se pasó una mano por el cabello en un gesto de hastío. Sabía perfectamente lo que había dicho. Lo lógico y perfecto que parecía su plan y como aquel crío solo su existencia, lo había echado todo a perder.

La Marca del Dragón  {omegaverse}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora