Flor tras flor, comienza la primavera

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Es una verdad mundialmente reconocida que un alfa soltero, en posesión de una gran fortuna, necesita un omega.

Sin embargo, poco se sabe de los sentimientos u opiniones del omega frente a un mercado lleno de Alfas y betas cuando debuta y entra a formar parte de los solteros disponibles. Esta verdad está tan arraigada en las mentes de algunas de las familias que los rodean, que algunas los consideran de su legítima propiedad.

Un año había pasado desde su debut y seguía soltero.

Frente al espejo y vestido tan solo con sus calzones, Dustan Van Dekkar observaba su delgadísima figura. No entendía qué había de malo en él. Lo había intentado todo. Había cambiado su maquillaje, hecho más dulce sus gestos y sonrisa frente a otros alfas. Cambiado varias veces su forma de vestir para hacerla más llamativa y dulce. Se había privado de la comida en más de una ocasión para alcanzar ese delicado cuerpo que ahora enseñaba los huesos de sus caderas y la sombra de sus costillas.

Y aún así, todos sus conocidos y amigos de su misma generación iban desapareciendo uno a uno tras el compromiso del matrimonio. Dejándolo completamente solo.

Sus ojos azules oscuros como el océano inspeccionaron su reflejo. No era atractivo, no era bello. El color de su rubio era oscuro y sucio y desentonaba con el azul oscuro de sus ojos. En verano debía privarse del sol o toda su tez se llenaba de horribles pecas.

Llevó sus manos a su vientre plano y pellizcó la piel estirándola, en busca de un ápice de grasa a la que culpar de su desdicha.

Recordó a su primo Ryo, él sí era bello. Con su tez pálida, sus ojos brillantes como la luz del sol al atardecer y su cabello oscuro que parecía complementar su apariencia aun estando despeinado.

El cuerpo de Ryo, aunque esbelto, le daba un aspecto fuerte dentro de los límites del desarrollo de los músculos de los omegas. Sus andares despreocupados, su sonrisa pícara. Era todo lo que le habían enseñado que no debía ser y, sin embargo, era su primo el que se llevaba todas las miradas.

¡Y ni siquiera le importaba! Ryo no parecía tener interés en ningún posible candidato al matrimonio. Recordaba el atracón de queso frito que su primo se dio en el festival hacía varias semanas. Prácticamente comió hasta que comenzó a dolerle el estómago. Mientras Alexander y Hugo reían y compartían mesa con él como un amigo más.

Un omega debía mostrarse refinado en la mesa, comer poco o no comer nada si no se trataba de una cena o comida en casa de una familia importante.

Dustan se cruzó de brazos sobre su cuerpo como si tratara de esconderse de su reflejo. La idea de quedarse como un solterón toda su vida le aterraba. Sería el hazmerreír de todos sus conocidos, señalado con pena y dejado en un rincón oscuro con la única compañía de su vergüenza.

¿Tan difícil era encontrar un alfa que quisiera casarse con él?

No pedía gran cosa. No pedía ese cosquilleo en el estómago, no pedía la emoción que teñía las mejillas de rojo, no pedía esa sensación de pertenecer en un lugar con alguien para siempre. Solo quería cumplir con lo que esperaban de él.

Una mañana más, Dustan tragó su agria desesperación y miedo antes de bajar a fingir malestar de estómago para no desayunar con su familia.

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La sombra púrpura bajo los ojos azules claros de Solomon era innegable. Frente a la mesa de su despacho sus dos hombres de máxima confianza, Tristan Von Engel y Simon de Clashäe.

La Marca del Dragón  {omegaverse}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora