Predestinados contra el destino

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20 años antes

Lord Edward Lendigar y esposa esperaban en la puerta de su hogar con amplias sonrisas en sus rostros a la llegada de su hijo de tierras lejanas. Dos años hacía de la partida de su único hijo que había decidido embarcarse en una aventura. Mientras los Lengidar eran famosos por ser la familia que ideó y puso en marcha el sistema de túneles y desagües que recorrían los subterráneos de la ciudad. Su hijo, Evan, había nacido con un talento innato para las leyes.

Sus padres le habían insistido que estudiara ingeniería en la universidad de la capital. No obstante, no contento con una única formación académica superior, Evan asistió también a clases de leyes, convirtiéndose en el primer ingeniero-abogado de la familia.

Cansados de intentar quitar las ideas justicieras de la cabeza a su hijo, los Lendigar trataron de dirigir la pasión de su hijo al negocio familiar. Motivándolos para añadir esos conocimientos que tanto apreciaba al contexto de la ingeniería.

Pero esos esfuerzos tampoco llegaron a buen puerto, pues, tras finalizar sus estudios, a la tierna edad de veinticuatro años, Evan decidió que quería ver mundo.

Durante dos años se embarcó en una aventura que no parecía tener fin. Mandando cartas a sus padres desde todos los rincones del mundo que podía visitar. ¿De dónde sacaba el dinero para pagar esa mensajería y sus viajes?

La labia del joven Lendigar le había proveído bien de pequeños trabajos aquí y allá, tanto de ingeniero, como de abogado. Pero por fín acababa. Por fin volvía a casa.

Y su madre, la pobre de su madre, una fantasía flotaba en la mente de la mujer. Se imaginaba un carruaje entrando acercándose a la casa familiar y en el interior irían su hijo y su esposa o esposo. Por todos los dioses de Aetrias, su hijo había cumplido ya los veintiséis años, ¿A quién tenía que rezar para que le hiciera abuela?

Para disgusto de su madre, no fue así.

Evan Lendigar llegó a la casa familiar solo, aunque cargado de regalos y anécdotas. Había conseguido su pasaje completamente gratuíto de vuelta a la capital gracias a su encuentro con los B'el Aqua, unos grandes amigos de sus padres. Pero sin pareja y sin hijos.

No dijo cuánto planeaba quedarse, tampoco si ese era su plan, pero sí decía lo mucho que había extrañado el hogar y cómo ver el mundo le había dado una mentalidad mucho más abierta, más valiente y ansiosa. Su padre lo tomó como una gran ventaja y señal de que su hijo se quedaría para hacer crecer el negocio familiar. Y no se equivocaba.

Durante las siguientes semanas, padre e hijo se encerraron en un plan de reforma de la empresa familiar, aportando nuevas ideas, nuevas técnicas bajo un asesoramiento legal impecable.

Fue al mes de volver a la capital. Los Lores Di Renzo invitaron a los Lendigar a un baile en su casa familiar, con la excusa del cumpleaños de su hijo menor, Daniel Di Renzo, un omega que cumplía todas las expectativas del matrimonio Lendigar para su hijo. Joven, hijo de Lores y de unos de muy buena familia, apuesto, educado, y lo más importante de todo, fértil.

Evan no se opuso a asistir a la fiesta, después de tanto trabajo, se sentía animado de asistir a un evento social así. Había estado dos años fuera del ojo de la sociedad y al volver, era el foco de todas las miradas. Aunque todo había cambiado mucho en su ausencia, la mayoría de sus amigos de la universidad se habían casado y tenían hijos o estaban en vías de formar una familia.

Cómodo Di Renzo había sido su mejor amigo durante muchos años y volver a verlo fue toda una alegría. Durante la fiesta, su amigo le presentó a su hermano pequeño y cumpleañero, Daniel. Evan podía jurar que los ojos de sus padres no se separaban de él mientras hablaba con el joven omega. Lástima que no le gustase. Sí, el joven era simpático y agradable, pero ninguna chispa saltaba entre ellos, al menos, por su parte.

La Marca del Dragón  {omegaverse}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora