El Valhalla nos llama

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El gran banquete dio paso a la preparación para la partida. Por primera vez, Ryo no se desplazaría a lomos de Kuro, iría a caballo. Mientras que su hermano alado se desplazaría solo, por el aire. El ritual era una prueba para ambos. Para llevarlos hasta sus límites físicos y mentales y entonces, solo entonces, evaluar sus dotes de liderazgo.

Ocho caballos preparados esperaban en el patio principal del castillo.

Los Lores del norte, los tres caballeros de Lord Isas, Ryo, el príncipe Solomon y su acompañante Simon de Clashäe saldrían por las puertas del castillo encabezando una comitiva que iría seguida de su tío, Elias y los soldados del norte y del príncipe. La compañía se dirigía a la ciudad de Tremsø durante la noche y llegarían al amanecer.

No todos los que les acompañaban formarían parte de la tripulación que partiría hacia tierras inhóspitas, parte de los designados a ello ya les esperaban en Tremsø. Sin embargo, era tradición que la comitiva les acompañará para despedirse en el puerto.

Solomon se dirigió a los aposentos que se le habían facilitado para cambiarse de ropa. Los mismos en los que durmió cuando estuvo con anterioridad en el norte.

En ellos, sobre la cama se disponía su nuevo atuendo. Unos pantalones gruesos con protección interna para el frío de color oscuro, así como una chaqueta superior de cuero curtido negro con adornos de cuero trenzado. La sola visión de aquellas prendas ya le daba una idea de lo pesadas que iban a ser. No le sorprendía, iban a explotar los helados confines del mundo. Por supuesto que necesitaba ropa de abrigo. Junto a su nuevo atuendo, unas gruesas botas para la nieve y una capa negra coronada por pieles de zorro.

Sus pasos rodearon la cama mientras se desvestía, desanudándo los botones de su chaqueta.

Se acercó con paso distraído a la ventana, esa que daba al patio principal del castillo. Dónde preparaban los caballos para su partida.

Aquella iba a ser una prueba difícil.

Una figura con capa y cabellos oscuros se acercó a uno de los caballos, a su caballo. Lo reconocería en cualquier parte. Sus pasos con la agilidad de un felino eran casi magnéticos. Solomon podría quedarse mirándolo durante horas.

Ryo miró hacia ambos lados para asegurarse de que nadie lo miraba acercarse al caballo de Solomon. Solomon se detuvo en su tarea de desvestirse para observar al jinete con curiosidad desde su ventana. Ryo se quitó algo que llevaba colgando alrededor del cuello y lo enganchó en el fuste de la silla del caballo. Volvió a mirar a ambos lados antes de retirarse y dirigirse a su caballo. Los ojos azules del príncipe siguieron los pasos del jinete mientras se dirigían hacia su caballo.

¿Qué había dejado en su silla?

Descubrir qué había dejado en su silla fue motivación más que necesaria para que Solomon no esperara a la ayuda de cámara para vestirse. Se enfundó su atuendo del norte en tiempo récord. Justo cuando se ajustaba la capa aparecía el criado destinado aquella labor, pero allí no había nada que hacer.

Solomon se encaminó con paso firme hacia el patio principal. Dónde ya esperaban los Lores, el jinete y el resto de la compañía principal. Solomon dirigió una mirada y un leve asentimiento de su cabeza a Lord Isas, quien le devolvió el gesto antes de ayudar a su omega a subir al caballo.

El príncipe caminó hasta su caballo, pasando por delante del jinete. Quien, posando un pie en el espolón de su silla se alzó sobre el caballo con una agilidad majestuosa. Por supuesto, para aquel niñato acostumbrado a escalar por muros y saltar entre tejados, subirse a un caballo era demasiado sencillo.

Aunque pudo ver cómo se tambaleaba un poco al caer sobre la silla. Acostumbrado a montar sobre un dragón, el caballo era una montura demasiado pequeña. Debía ajustar la posición de sus piernas. Esas piernas entre las que, el príncipe, no podía ni debía imaginarse cómo debería sentirse.

La Marca del Dragón  {omegaverse}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora