Esto no ha pasado

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Snødeckhus estaba de celebración. La música de gaitas, tambores e instrumentos de cuerda llenaban el gran salón del castillo, canciones y golpes sobre las mesas de manos y jarras de vino acompañaban al ritmo de la música.
Tras un merecido baño para los integrantes de la compañía que había vuelto de tierras inhóspitas, les esperaba un banquete digno de dioses. La noticia del descubrimiento del templo antiguo se extendió como el agua de un río.
El frío ya no parecía importarle a nadie, pues la fiesta se extendía más allá de las puertas abiertas del salón y en el patio donde Kuro había contribuido a encender unas cuantas hogueras.
El cielo del invierno les había dado un respiro de las nevadas. Caballeros, siervos y niños bailaban y compartían comida y bebida hasta donde alcanzaba la vista.
Kuro disfrutaba de dos piezas de venado para él solito. El estómago del dragón no había estado tan contento en años.
Lord Isas permanecía sentado en la mesa principal con un brazo ocupado con una jarra de vino y la otra alrededor de su omega, quien se sentaba a su lado e inclinado, de vez en cuando, le arreglaba los rebeldes cabellos oscuros mal cortados tras deshacerse de su trenza. Isas tendría que arreglar su cabello en algún momento, hacía años que no le veía con el cabello tan corto, volver a verle así le rejuvenecía el rostro. Junto a ellos en la misma mesa Endor, Ludwig y Ulrik, entre otros caballeros. No había protocolo señalado para aquella celebración. Festejaban el hecho de seguir con vida, de una vez más haber desafiado a las inertes tierras del Norte y haber vuelto sanos y salvos. Y, sobre todo, celebraban la hazaña del nuevo futuro Lord del Norte. Ryo. El jinete que festejaba con sus amigos entre jarras de vino.
El príncipe Solomon y Lord Simon recibían agradecimientos de todos los presentes, desde caballeros hasta siervos, por su asistencia a un pedazo tan importante de la cultura del Norte. Ellos, caballerosamente devolvían los saludos con sonrisas educadas y brindis de sus propias jarras de vino. Para Solomon, era un momento más de su trabajo, asegurarse el bienestar con las gentes del norte. Que ese pueblo se sintiera inclinado hacia una amistad sólida con la capital del reino. Lord Simon de Clashäe charlaba y compartía notas sobre las diferencias culturales entre el Norte y su tierra natal en el Este.
— ¡Os lo teníais muy callado! — Se quejó Dana a sus amigos enseñándoles el anillo de madera y hierro que le había obsequiado Kiyo. Hablando casi en un grito para que pudieran escucharla entre la música y la fiesta. — ¡Por supuesto he dicho que sí!
Kiyo, la pareja de la joven, rodeaba su cintura con los brazos y una boba sonrisa coronaba sus labios. El joven aspirante a escudero estaba en las nubes con la idea de casarse con aquella mujer.
— ¡No lo dudábamos, créeme! — Le respondió Elías, en pie junto a Yuu. El joven pelirrojo aún con el rubor sobre las mejillas por lo que habían hecho ambos antes de atender a la celebración.
Dana soltó una carcajada echando la cabeza hacia atrás.
—¡Ni se os ocurra casaros sin avisarme! — les advirtió Ryo con un dedo acusador. — Mándame una carta y Kuro y yo estaremos aquí en menos de un día.
— Espero estar invitado yo también. — Una voz sonó a la espalda del jinete. Una que conocía demasiado bien, para su desgracia.
Dana y Kiyo miraron al príncipe Solomon con un brillo emocionado en sus ojos. Si el príncipe quería asistir a su boda, ellos no se lo iban a negar. Ryo evitó girarse hacia el rostro del príncipe llevándose su jarra de vino a la boca y bebiendo tanto como le permitía su cuerpo. Una reacción que no pasó desapercibida a ojos de Solomon, aunque intentó ocultar su reacción tanto como pudo. Menos un tic molesto en su ojo, casi imperceptible. Elias le sonrió algo más relajado al príncipe y miró tras este algo confundido, como si esperaba a alguien más.
— ¿Lord Simon no os acompañaba?
El príncipe Solomon puso los ojos en blanco por un segundo a la vez que suspiraba.
— Ha cometido el error de decir que es padre. — Explicó. — Ahora está rodeado de gente dándole consejos y preguntándole por su retoño.
— Uuh. — Emitieron aquel sonido Dana y Elias a la vez, mientras Kiyo respondía con una mueca incómoda y el joven Yuu intentaba divisar al lord entre tanta gente.
Entre la marabunta y la bebida, una mano golpeó la espalda de Ryo, quien se atragantó con el vino y echó a toser. Elias dirigió la mirada a Ulrik, caballero de Lord Isas y hombre robusto y fuerte, algo más mayor que su padre. Con barba canosa y poblada aunque gesto bonachón en su rostro.
— ¡Dana, Ryo, subid a cantar vuestra canción! — Les animó con un tono en su voz que reflejaba cuantas jarras de vino había bebido.
Solomon no pudo evitar mantenerse estático, como conteniéndose tras el gesto del caballero de Lord Isas. Ryo dejó de toser y recobró el aire.
— Creo que somos un poco mayores para eso. — Trató de escudarse.
— ¡Oh, vamos! — se quejó el caballero.
El jinete le dedicó una mirada a su amiga y esta se encogió de hombros antes de tomar la jarra de vino de su prometido y darle dos largos tragos.
— Vamos, así no nos lo pedirán más esta noche.
El príncipe observó cómo la joven avanzaba hasta Ryo y le tomaba del brazo para subirse juntos por los bancos de madera hasta una de las largas mesas. Los asistentes de la celebración, contentos al verles subir les vitoreaban.
— Esto va a ser divertido. — Sonó la voz de Kiyo junto a Solomon y a Elias.
El príncipe alzó una ceja, algo desconcertado por lo que estaba sucediendo.
— ¿Qué van a cantar?
— Una canción costera del Norte, la aprendieron de pequeños y desde entonces siempre les piden que la canten. — Le explicó Kiyo.
— En todas las celebraciones. — Matizó Elias.
—En todas. — Repitió Kiyo.
Ryo se colocó frente a Dana, con un espacio entre ellos de apenas un par de metros.
— ¿Lista? — Le preguntó.
— ¡Qué remedio! — Rió ella.
Incluso Lord Kane y Lord Isas dejaron sus conversaciones para admirar a la futura generación del norte y escuchar, una vez más, aquella canción.
Ryo y Dana comenzaron a golpear la mesa de madera con sus botas, poco a poco los asistentes en el gran salón se unían con palmadas y la música comenzó a sonar.
¿Qué haremos con el marinero ebrio?
¿Qué haremos con el marinero ebrio?
¿Qué haremos con el marinero ebrio?
Temprano por la mañana.
A sus voces se les unían los instrumentos, a cada verso que cantaban, las sonrisas aparecían en sus rostros. Puede que fuera porque iba a ser la última vez en mucho tiempo que cantarían aquella canción juntos. Como cuando eran pequeños y el mundo era más sencillo y feliz.
Como el heno se levanta
Como el heno se levanta
Como el heno se levanta
Temprano por la mañana.
Ryo, más relajado, a lo mejor por los efectos del alcohol, siguió los movimientos de Dana quien también comenzaba a bailar sobre la mesa, mientras se les unían las voces de todos los asistentes.
Como el heno se levanta
Como el heno se levanta
Como el heno se levanta
Temprano por la mañana.
Ryo tomó una jarra de vino que le ofreció un asistente y la alzó al aire mientras cantaba la siguiente estrofa en solitario.
Afeita su vientre con una navaja oxidada
Afeita su vientre con una navaja oxidada
Afeita su vientre con una navaja oxidada
Temprano por la mañana.
Dana se le unió en el estribillo.
Como el heno se levanta
Como el heno se levanta
Como el heno se levanta
Temprano por la mañana.
Solomon esbozó una sonrisa divertida y se unió a las palmadas de los asistentes, mientras Dana, durante el estribillo, tomaba la mano libre de Ryo y ambos intercambiaban posiciones girándose mientras bailaban.
Entonces fue el turno para cantar de Dana. Ryo aprovechó para darle un trago a la jarra de vino y acto seguido le tendió la jarra a un comensal para liberar su mano.
Ponedlo en un bote hasta que esté sobrio
Ponedlo en un bote hasta que esté sobrio
Ponedlo en un bote hasta que esté sobrio
Temprano por la mañana.
Ryo se le unió en el estribillo.
Como el heno se levanta
Como el heno se levanta
Como el heno se levanta
Temprano por la mañana.
Como el heno se levanta
Como el heno se levanta
Como el heno se levanta
Temprano por la mañana.
La madera de las mesas crujían, las voces de los asistentes uniéndose a su canto, las risas, el sonido de las jarras chocando. Ryo entendió que aquello era su hogar y que lo iba a echar muchísimo de menos.
Y le volvió a tocar cantar a él.
Ponedlo en el desagüe de la cubierta del barco
Ponedlo en el desagüe de la cubierta del barco
Ponedlo en el desagüe de la cubierta del barco
Temprano por la mañana.
Y de nuevo juntos en el estribillo. Aunque llegados a este puto de la canción ya no eran los únicos que cantaban.
Como el heno se levanta
Como el heno se levanta
Como el heno se levanta
Temprano por la mañana.
La voz de Dana sonó por fin con la última estrofa. Aunque un cosquilleo en el estómago de Ryo deseaba que aquello no acabara nunca. Pues, cuando lo hiciera, habría acabado todo. Su infancia, su vida en el norte, todo.
Dale un poco de agua salada
Dale un poco de agua salada
Dale un poco de agua salada
Temprano por la mañana.
Dana se le acercó y tomó sus manos para saltar en círculos, golpeando la mesa con sus botas al ritmo de la canción.
Como el heno oh...
Como el heno oh...
Como el heno oh...
Temprano por la mañana.
Eso es lo que hacemos con el marinero ebrio
Eso es lo que hacemos con el marinero ebrio
Eso es lo que hacemos con el marinero ebrio
Temprano por la mañana.
Como el heno se levanta
Como el heno se levanta
Como el heno se levanta
Temprano por la mañana.
Los aplausos y los vítores sonaron por todo el salón, incluso los Lores del Norte se levantaron para aplaudirles. Solomon no podía despegar la mirada de Ryo quien, con las mejillas sonrojadas y el pecho agitado de cantar y bailar trató de bajar de la mesa. Por un momento se olvidó de sus obligaciones, de su estatus de príncipe heredero. Viendo al jinete saltando y bailando sobre la mesa, solo podía divertirse. Como si el mañana nunca fuera a llegar. En aquella pequeña burbuja de celebración, donde las responsabilidades quedaban muy lejos.
Entonces Ryo se tropezó bajando de la mesa. Solomon pudo ver como el jinete se aventuraba hacia el suelo con la cabeza hacia adelante. Dio un paso hacia él para detener su caída, pero Elias llegó antes. Agarrando a Ryo por sus ropajes en la zona de su espalda y deteniendo su caída como si el jinete no fuera más que un muñeco de trapo.
El rostro sonrojado y algo ebrio del jinete se alzó sonriente hacia su mejor amigo.
— Gracias, Elias.
El casi-caballero bufó y le ayudó a ponerse de pie con ambos pies sobre el suelo.
— Sí, sí, pero casi te dejas los dientes en el suelo. — Le advirtió cual hermano mayor. — ¿Quién va a vigilarte cuando estés en la capital?
Casi al instante las miradas de Kiyo, Dana y Yuu se dirigieron hacia Solomon, que aún estaba recuperando el aliento por tal susto al ver que Ryo se tropezaba.
— Creo que estará en buenas manos. — Le dijo Yuu a Dana en voz baja y ambos compartieron una risita cómplice.
— Bueno, pero no ha pasado nada. — Se justificó el Jinete.
— Aléjate del vino. — Le advirtió Elias, a lo que Ryo le respondió con una mueca de fastidio. Con una ceja alzada y recordando lo que había visto en Tierras inhóspitas Elias se aventuró a arrastrar a Ryo, aún con su mano agarrando sus ropajes, junto al príncipe Solomon. — Ahora que vas a ser un futuro caballero de la corona, que te vigilen ellos.
Elias no supo si fue el vino quien habló por él o el ambiente festivo y el poco protocolo del momento. Ryo se tambaleó cuando su amigo le soltó. Solomon reaccionó rápido y le colocó una mano a su espalda por si pudiera caerse, pero el jinete miró hacia otro lado molesto y se zafó de su contacto sin ningún pudor.
Un gesto incómodo de Ryo que no pasó desapercibido a ninguno de ellos y que se vio precedido por un silencio incómodo. El jinete rehusaba del contacto y el gesto educado de Solomon. Claramente con actitud de enfado.
Elias miró aquella escena con gesto extrañado, mientras los demás abrían los ojos de par en par temiéndose lo peor de la reacción de su amigo. Borracho o no, era un gesto de mala educación con el príncipe.
Dana acabó carraspeando antes de que la tensión escalara.
— ¿Vamos a ver a Kuro?
Yuu y Kiyo se apresuraron a responder afirmativamente a aquella pregunta. Cuanto antes dejaran esa situación atrás, mejor.
Solomon cambió el gesto de su rostro. Recordando que no solo estaba allí de celebración. Para él, cada minuto era una responsabilidad, un minuto de trabajo. Qué necio pensar que podría relajarse allí. Los amigos del jinete le habían recibido de buen grado, las gentes del norte eran amables, los Lores de Snødeckhus habían demostrado su intención en seguir apoyando la corona. Había cumplido con su objetivos y, sintiera como se sintiese Ryo frente a su destino y su futuro como caballero de la corona, debía cumplirlo.
Y aún así sentía como el estómago se le retorcía de rabia al verlo molesto con él. Él no había elegido ser su pareja destinada, no lo habría elegido ni en un millón de años. No se habría fijado en aquel niñato rebelde y gruñón si no fuera por aquel cosquilleo que emanaba el tacto de su piel.
Por supuesto, no sentía nada hacia Ryo y, por lo que veía del jinete, él tampoco.
— Ve y disfruta de tu noche, Ryo. — Le dijo con gesto serio y autoritario, mientras sus amigos se dirigían a las puertas del gran salón. — Mañana tendremos mucho trabajo.
Los ojos amarillos del jinete hicieron contacto con los brillantes ojos azules del príncipe. Su cuerpo se balanceaba sutilmente de un lado a otro. Un pequeño mareo que se le pasaría de un momento a otro. No tenía que decírselo dos veces, no quería volver a verle en lo que restaba de noche. Esa mirada tan altiva y ese porte orgulloso. No quería volver a oír su voz tan condescendiente a sus oídos. No quería volver a encontrarse con él y que fingiera aquella falsa amistad con sus amigos.
Sin mediar palabra, Ryo se giró sobre sus talones y se dirigió hacia donde se encontraban sus amigos. Solomon respiró hondo al ver cómo se alejaba y se llevó una mano a la barba corta que le había crecido aquellos días durante el ritual en Tierras inhóspitas. Quería haberse afeitado al llegar a Snødeckhus, sin embargo, Elias le había recomendado que no lo hiciera, era mejor esperar al día siguiente, cuando su piel no estuviera tan afectada por el frío.
— Estás hasta el cuello de mierda. — Sonó a su espalda.
Solomon tornó su rostro para encontrarse con Simon, que miraba en la misma dirección en la que se había marchado Ryo. En sus manos, dos jarras de vino, una de ellas fue a parar a las manos del príncipe.
— Ya es bastante problema que ambos sepáis de vuestra situación, pero lo empeoráis comportándoos así.
Solomon dio un largo trago a su jarra antes de responder a su amigo. Iba a necesitar grandes cantidades de vino para sobrevivir aquella noche. Su amigo gozaba de la libertad de hablarle sin pelos en la lengua. Habían batallado demasiadas veces juntos, la confianza da asco.
— Desde que eres padre te has vuelto todo un sabio. — Le provocó el príncipe. — ¿Cuál sería la mejor forma de llevar esta situación en tu opinión?
Simon le miró con una ceja alzada y media sonrisa divertida en sus labios. Hacía mucho tiempo que no veía a su amigo en esa actitud. Solomon, Príncipe de Aetrias, heredero al trono, letal soldado, General de los ejércitos, metódico y calculador... estaba enfadado con un crío de dieciocho años que no le hacía caso.
— ¿Qué? — Volvió a contestarle el príncipe.
— Estás enfadado. — Se divirtió Simon a su costa. — No te gusta que Ryo no te haga caso — Una carcajada salió de la garganta del Lord del Este. — Te recuerdo que eres tú el que le ha puesto condiciones y quien le está tratando como un crío.
Solomon volvió a dar un trago a su vino, claramente tratando de ocultar su estado de ánimo.
— Te equivocas, no siento nada por él.
Simon inclinó la cabeza a un lado y miró a su amigo con gesto descreído.
— Ya, claro, voy a tener que beber mucho más antes de poder creerme esas palabras. — Acto seguido, Simon dio un trago más a su jarra. — De todas maneras, creo firmemente que deberías hablar con él y poner paz de por medio, o al menos, acordad una tregua.
Solomon suspiró observando el contenido de su jarra.
—Tengo que estar borracho para pensar que tienes razón.
— Va a ser caballero de tu padre y tuyo también, en el futuro. —Prosiguió Simon. — Os quedan muchos años juntos, claro que tengo razón.
Ryo se reunió con sus amigos de camino a ver a su hermano reptil. En su espalda aún quemaba el sutil tacto de la mano del príncipe. carraspeó y alzó ambas manos para retirarse los cabellos hacia atrás. ¿Por qué tenía que estar ahí? Siempre a la vista, siempre cerca.
Kuro alzó la mirada del último pedazo de carne entre sus patas hacia su hermano y sus visitantes. Los ojos del dragón, tan felinos y letales de costumbre, parecían los de un gato mirando un plato de comida mientras devoraba la última pata de venado.
Antes de que se le acercaran lo suficiente, Kuro alzó lo que quedaba de su cena y se lo llevó a la boca de un solo mordisco.
Los ojos del dragón siguieron a Dana, quien, como de costumbre, se abrazó a su rostro. El dragón dejó salir un suave ronroneo de su garganta y se inclinó hacia ella para disfrutar de aquel abrazo.
— Tu hermano ya va un poco borracho. — Le susurró la chica a su oído.
Kuro alzó los ojos hacia Ryo, quien se acechaba con un gracioso balanceo en su andar.
«¿Todo bien?» sonó la voz de Kuro en su cabeza, a lo que Ryo le hizo un gesto con la mano para que no se preocupara.
— Solo han sido tres jarras, voy un poco "contento", pero se me pasará enseguida.
La verdad sobre la mesa, Ryo tenía una buena resistencia al alcohol. Tal vez por el frío, por su naturaleza nerviosa o el ejercicio al que estaba acostumbrado, o porque, al contrario de cualquier persona normal y corriente, él volcaba a alturas donde incluso era difícil respirar.
Elias miró por un instante a Yuu, quien le asintió en silencio como si ellos también tuvieran alguna especie de conexión mental, antes de tomar del brazo a Ryo.
— Hey, — le llamó. — quiero hablar contigo un momento.
Ryo sacudió y forzó una sonrisa.
— De verdad, estoy bien. — Trató de convencerle Ryo.
— Ryo me parece que Elias quiere hablarte de otra cosa. — Trató de convencerle Kiyo y de pronto, mientras Ryo miraba uno a uno a sus amigos, el silencio pesó sobre ellos como una losa de piedra.
Dana se abrazó al rostro de Kuro aún más fuertemente con una sonrisa amarga. Kuro notó unas gotas calientes sobre sus escamas. Su amiga estaba llorando.
— Os vais a ir y no es justo. — Se lamentó con un tono entrecortado de su voz.
El dragón cerró los ojos y movió una de sus alas para acunar a su amiga humana.
Ryo observó a su hermano, consolando a Dana, sus ojos fueron de ellos a Kiyo quien se esforzaba en sonreír y aguantar las lágrimas a la vez. Al contrario que Yuu, el joven pelirrojo lloraba en silencio y se abrazaba sus propios brazos como un chiquillo desprotegido.
El jinete sintió como sus costillas le apretaran, el peso de sus huesos se volvía insoportable. No, no quería hacer frente a ese momento. Durante años había evitado pensar en ello e incluso había fantaseado con escaparse, pero, como el paso del tiempo es inevitable, por fin había llegado.
Volvió a sacudir la cabeza y parpadeó para retener las lágrimas.
— No. — dijo con voz temblorosa. — No tenemos porqué hacer esto ahora, aún nos quedan dos días.
El jinete dirigió sus ojos amarillos a los ojos chocolate de Elias, quien había sido su mejor amigo, su hermano mayor. La persona con la que se había ganado unos cuantos castigos y con la que habían vivido miles de aventuras desde que tenía memoria.
— Queremos hacerlo bien, Ryo. — Trató de explicarse Elias quien también estaba visiblemente afectado. — Dana empezará con Kuro y yo... quiero empezar contigo.
Jinete y Dragón compartieron una mirada. Ryo podía sentir como Kuro estaba tan roto por dentro como él. No, no era justo. Pero sabían que tenían que pasar por ello.
Ryo asintió en silencio finalmente, dejando que una lágrima escapara de su rostro. Elias y él caminaron hacia un punto más alejado para tener algo de privacidad. Llegaron hasta la zona del muro norte del castillo, a la puerta que les separaba de la ladera que dirigía hacia el lago. Se sentaron sobre los escalones de piedra, en silencio.
Ryo mirando hacia el espeso manto de abetos que cubría la ladera, rememorando todas las veces que habían bajado por ella hasta el lago. Todas las tardes que habían jugado entre los árboles de niños. La primera vez que Kuro escupió fuego fue entre esos árboles y los tres, Elias, Kuro y él recibieron el castigo por quemar dos árboles.
La mano pesada de Elias recayó sobre el hombro de Ryo. Las lágrimas surcaban la pálida tez del jinete.
— Eres la persona más fuerte que conozco, Ryo. — Sonó la voz de su amigo. — Testarudo y rebelde, pero fuerte. Serás el mejor caballero de la corona.
La respiración de Ryo sonó como un suave llanto cuando trató de llenar sus pulmones.
— Eres mi hermano pequeño. — La voz de Elias tembló por un instante. — Y si sucede cualquier cosa en la Capital, estaré allí en menos de un suspiro para darle una paliza a quien sea. Incluso al príncipe si es necesario.
Ryo no pudo más, se giró sobre su asiento en la piedra y se abrazó al robusto cuerpo de Elias. Quien, sin dudarlo, le devolvió el abrazo, no sin antes limpiarse sus propias lágrimas.
— Pobres los de la Capital, que no saben lo que se les viene. —Trató de bromear Elias.
Ryo escondió su rostro en el pecho de su amigo, una punzada le atravesó, pensando que debería contarle su situación con el príncipe. Confiaba plenamente en Elias, sabía que podía contar con él para hablar de ello. Pero la verdad era que, se avergonzaba profundamente de la situación. Siempre había tratado de fortalecerse, mostrarse tan válido como cualquier otro o incluso más. Nunca le había llamado la atención nadie, al menos emocionalmente. Nunca había mostrado curiosidad por relacionarse en ese aspecto con nadie.
Simplemente, nunca se había dado la situación. Siempre había tenido otros intereses, a sus ojos, mucho más emocionantes. Y de repente, como en un cuento malo de príncipes y princesas, aparecía Solomon y ponía todo su mundo patas arriba. Era un cliché andante y se avergonzaba solo de pensarlo.
Casi como si pudiera leerle la mente y su nerviosismo, la mano de Elias le acarició el pelo. Sin duda, su amigo sería un gran padre algún día.
— El Norte siempre contigo, Ryo. — Le dijo en voz solemne.
— El Norte siempre en mi corazón. — Le respondió el jinete.
Yuu fue el siguiente en aparecer y tomó el lugar de Elias, mientras Ryo seguía sentado, casi como clavado en el escalón de piedra. El joven pelirrojo se sentó a su lado y le tomó de la mano. Un agarre que ambos apretaron hasta dejarse los nudillos blancos.
— No dejes que nadie te pase por encima, Ryo, nadie puede volar tan alto como tú.
Ryo y Yuu compartían algo que no podía definirse en palabras. Uno, un omega callado y trabajador, apoyando a su familia desde los primeros rayos de sol hasta el brillar de la primera estrella. El otro, un omega guerrero en vías de demostrarle al mundo que su capacidad de reproducción no era lo que le definía. Ambos fuertes, ambos resilientes.
Kiyo fue el siguiente, tomó el lugar de Yuu y se sentó junto a Ryo pasándole un brazo por encima de sus hombros. Kiyo siempre había sido el tercer humano en su grupo de aventuras, cuando eran pequeños, Dana salía poco a jugar, dado que siempre estaba en las cocinas ayudando a su madre o con la tejedora aprendiendo. Pero Kiyo siempre estaba cuando podía, cuando sus padres le dejaban escaquearse de su faena. Incluso, cuando se postuló para entrenar, como un soldado más del norte, Ryo jugó un papel muy importante, convenciendo a sus padres para que le aceptaran. Juntos habían surcado las montañas del norte, descubriendo cuevas y trepado a árboles.
— Nosotros siempre estaremos aquí para ti, Ryo. — Le dijo Kiyo.
Y por último Dana, la joven llegó y relevó a su prometido para sentarse junto a Ryo.
No dijo ni una palabra. Solo enroscó su brazo con el de su amigo. Ryo apoyó la cabeza en el hombro de su amiga y esta apoyó la propia sobre la del jinete. Simplemente, dejaron salir las lágrimas, en silencio. Mirando hacia el precioso manto de abetos y estrellas frente a ellos.
No hacía falta nada más. No había palabras que valiesen más que ese momento juntos. Ryo tomó la mano de su amiga y esta dejó salir un sollozo.
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Lord Kane apoyaba la cabeza sobre el pecho desnudo de su marido. Las mantas cubriéndoles a ambos tras una apasionada sesión de caricias, besos y unión de sus cuerpos. El Lord Omega dibujaba círculos sobre la piel de su marido de forma distraída, mientras sus ojos miraban directamente hacia la ventana de sus aposentos.
Parte de él pensaba que si llegaba a ver a Kuro alzándose en el aire y desaparecer entre las montañas, significaba que sus hijos habían decidido ser libres y, sinceramente, no se sentiría traicionado.
— Deja de darle vueltas. — Sonó la voz de su marido, como siempre, leyendo su lenguaje corporal como un libro abierto.
— Estamos mandando a nuestros hijos a la jaula de los leones, Isas.
El lord Alfa respiró hondo. No tenía argumentos para rebatir a su esposo. Si la situación con Krelia seguía escalando, un conflicto armado en el continente era una posibilidad más que realista. La sola idea de Ryo y Kuro en el campo de batalla le revolvía las tripas.
— Debería ir con ellos, al menos las primeras semanas. — Volvió a sonar la voz de su omega.
Lord Isas alzó una mano y se presionó el puente de la nariz con dos dedos.
— Tenemos que dejarles crecer, Kane. Este es su momento y, además, estarán más que vigilados.
Kane levantó la vista hacia su alfa, sus ojos azules oscuros brillando con preocupación. Aún tenía pendiente hablar con su marido sobre la información que le había proporcionado su hermano. La propuesta que le había brindado sonaba cada vez mejor en la cabeza del Lord Omega a medida que se acercaba el momento de partida de sus hijos.
— Hay algo más ¿no es así?
Kane asintió en silencio y se abrazó a la cintura de su alfa.
— Es mi hermano. — Comenzó y pudo sentir como los músculos de su marido se tensaban bajo su tacto. — Isas, él... No sé si ha cambiado de verdad o si puedo fiarme de él, pero me ha contado algo que deberíamos tener en cuenta.
Isas no era el mejor ocultando sus sentimientos sobre la familia de su marido en la capital. si por él fuera, les arrastraría por el barro y prendería fuego a todas sus pertenencias para condenarlos a una vida miserable. No tenían derecho a vivir después de cómo habían tratado al amor de su vida. Lo único que había a su favor era una pieza de información que se había guardado muchos años para él mismo. Una información que ni siquiera la familia de Kane sabía que él conocía.
No obstante, las palabras que salieron de los labios de su esposo, le tomaron completamente por sorpresa. Kane procedió a contarle todo lo que sabía, todo lo que su hermano Alexander le había dicho. El accidente de su padre Alfa, el alcoholismo y desesperación de su madre Beta, como Alexander se había convertido legalmente en Lord Van Dekkar y, finalmente, que su hermano tenía dos hijos, el más pequeño de ellos, un omega.
Por un momento, Isas pensó en el agrio humor que tiene el destino, como el tiempo parecía devolver el mal trato a aquellos que lo habían infligido. Su mano en la espalda de su esposo omega, acariciaba su suave piel de arriba abajo. Pensativo, sobre aquella proposición del nuevo Lord Van Dekkar.
— Kane... hay algo que deberías saber.
El lord alfa carraspeó su garganta, a punto de destapar un secreto con el que había convivido años. Su omega alzó de nuevo la mirada hacia él. El gesto serio de su marido le preocupó.
— Fue Alexander quien convenció a tus padres a dejarte ir, fue él quien compareció ante el rey y quien entregó el consentimiento escrito de tus padres para nuestra unión.
Aquella nueva información dejó al omega sin palabras. No, eso no podía ser. Sabía que el rey Leopold había mediado con su familia y era gracias a él y solo a él que se habían podido casar. Su hermano, realizando tal acción... no tenía sentido.
— ¿Cómo? — preguntó incrédulo en voz baja como si temiera que al alzar la voz fuera destruir su realidad.
Isas le miró tras respirar hondo y asintió.
— Leopold me lo contó y me pidió que no dijera nada. — Trató de explicarle. — Alexander nos ayudó, a su manera, al parecer solo quería zanjar el tema y no ser pasto de los cotilleos de la corte.
Isas miraba a su alfa con la boca abierta, no entendía porqué no había sabido de eso antes. Aunque fuera petición del rey, él era su esposo.
— Yo solo quería sacarte de allí, — Se justificó su alfa. — ya habías sufrido demasiado. Cortar con aquella gente era mejor que dejarte creer que uno de ellos había cedido y nos había ayudado.
Lord Kane se sentó sobre el lecho, las mantas cayeron hasta sus caderas. Lord Isas se incorporó y abrazó a su omega por la espalda.
— Perdóname por habértelo ocultado, mi luz. — Le pidió en voz baja y besó su marca en la nuca de Kane.
Kane llevó las manos a las de su marido, de pronto sus mejillas ardían, al igual que sus ojos. Una lágrima se deslizó por su mejilla.
— No te culpo, Isas. — Sollozó en voz baja. — Gracias por salvarme, amor mío.
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Las gentes de Snødeckhus fueron abandonando la celebración de forma paulatina mientras transcurría la noche y se acercaba la madrugada. Algunos, demasiado bebidos para volver a sus casas, dormían sobre los bancos o las mesas del gran salón. Los Lores hacía horas que se habían retirado. Simon había decidido ir a dormir cuando el vino comenzó a arderle en las orejas. Solomon, sin embargo, apoyaba su espalda en la fría piedra del patio interior del castillo. Dejando que el aire helado inundara sus pulmones, encontrando las palabras exactas para poder establecer una tregua con el jinete.
Simon tenía razón. Tenían muchos años de convivencia por delante. Debían establecer desde el principio una relación cordial. Ryo iría a la capital, se convertiría en caballero y viviría la vida como él quería, sin desposarse, sin atarse a nadie. Y él... él cumpliría con su obligación militar y real. Dado el momento, sustituirá a su padre, se convertiría en rey y se desposaría. No importaba con quien, mientras fuera beneficioso para el reino y le diese herederos.
No era nada nuevo, era su obligación como príncipe. Lo sabía, pero.. ¿Por qué pensar en ello le daba dolor de estómago?
Sus ojos azules, en su paseo por aquel patio, llegaron hasta los amarillos ojos del dragón. Kuro le miraba fijamente, una mirada helada y desafiante que le atravesaba. Si no fuera porque ni siquiera podía entenderle, diría que el dragón le acusaba de algo.
Aunque bien pensado, Ryo podía haberle contado todo. El dragón podía odiarlo todo lo que quería, no era el único.
Kuro le miraba con su cabeza reposada sobre ambas patas delanteras. Ryo no le había contado nada, pero tampoco le hacía falta. Podía olerlo, como un hilo perfumado que salía de su hermano y llegaba hasta el príncipe. Una fuerza fatal que tiraba el uno del otro, por mucho que intentaran separarse. Podía oler su sufrimiento, como fruta agria, un olor desagradable que le incomodaba hasta a él mismo. Su hermano humano nunca admitiría aquella situación, ni esas emociones y seguro que estaría dispuesto a vivir así el resto de su existencia.
Pero Kuro no quería verle así, y si eso pasaba por tener que ser más amable con el príncipe, estaba dispuesto a dar su "pata" a torcer. Alzó su cabeza y con un pequeño gesto señaló en dirección a donde se encontraba Ryo.
El príncipe le respondió parpadeando algo confuso, pero un par de segundos le bastó para mirar en aquella dirección, estirar su casaca roja y negra antes de echar a andar en aquella dirección.
«Idiota presumido» Pensó Kuro.
Ryo seguía sentado en aquel escalón de piedra, mirando hacia el horizonte, esperando el amanecer. Sus ojos rojos e hinchados de tanto llorar. Había preferido quedarse allí. Su cabeza, llena de pensamientos que no le dejaban dormir.
Unos pasos se acercaron hacia él. El sonido de una botas golpeando contra el suelo de piedra, acompañado de un sutil olor a cuero y madera.
— Ryo, necesito hablar contigo.
El jinete asintió y se llevó las manos a las mejillas para secarse las lágrimas. Solomon se tensó al ver aquel gesto, Ryo estaba llorando.
— Ryo, ¿va todo bien?
Aquella pregunta le quemó en el estómago, a Solomon no le importaba eso, le daba igual lo que le hacía llorar. Pues lo había dejado bien claro, no podían involucrarse el uno con el otro, debían distanciarse y dirigirse el uno al otro como futuro rey y vasallo. Ryo respiró hondo y se cruzó de brazos bajo el pecho antes de darse la vuelta y hacerle frente.
— Perfectamente, ¿de qué querías hablar?
No podía ocultarlo, tenía los ojos rojos e hinchados, su nariz también estaba ruborizada. Y a punto estuvo Solomon de insistir, pero una pequeña voz en su mente le advirtió de que no lo hiciera, solo empeoraría las cosas. Respiró hondo y enderezó su espalda. Su misión estaba clara y no podía fallar.
— Necesitamos establecer algunas reglas dada la situación. — Comenzó el príncipe y pudo observar como el rostro del jinete se endurecía en su gesto. — Es conveniente y necesario que nadie más conozca esta situación, se trata de un asunto delicado.
— No le he dicho nada a nadie, si es que sospechabas de ello. — Le cortó Ryo de forma abrupta.
Solomon apretó un puño tratando de contener su deseo de reprenderlo por su actitud.
— Bien. — le respondió en el mismo tono increpante. — Tampoco puedes ir por ahí hablándome así, puedes buscarte muchos problemas.
Aquellas palabras hicieron que le temblara un párpado al jinete. Allí estaba siendo condescendiente, fingiendo ser protector con él.
— Perfecto. — Le respondió el jinete. — Prometo ser así solo cuando estemos los dos solos.
Solomon tuvo que apretar los dientes.
— Niño insolente. — le respondió dando un paso hacia él con su paciencia al límite.
Pero Ryo no se iba a amedrentar. No iba a dejarse llevar por su olor ni por sus feromonas, no iba a dejarle que le hiciese sentir de menos. Aunque no sabía muy bien cómo iba a hacerlo.
— Engreído. — Le respondió él. aunque tuvo que dar un paso hacia atrás para mantener las distancias con Solomon.
— ¿Engreído? — Le cuestionó sus palabras con el entrecejo tenso y una ceja alzada, sus mandíbulas tensas y la mirada fija en sus ojos. Solomon dio otro paso hacia él. — Maleducado desobediente.
Ryo dio de nuevo un paso hacia atrás pero su espalda se topó con el muro de piedra del castillo. Sus manos palparon la superficie dura por un momento, como buscando una ruta de escape. Pero ya era tarde, tenía a Solomon, cuán grande era, cortándole el paso.
Abrió la boca para volver a insultarle, no se iba a quedar el príncipe con la última palabra.
Fue entonces cuando identificó algo colgando del cuello del alfa dominante. Una cuerdecita que acababa en un saquito de esparto. Un colgante que conocía muy bien, pues él mismo se lo había dado y cómo se arrepentía de ello. De hecho, le sorprendía que aún lo llevara puesto. Pensaba que lo habría tirado nada más llegar a Snødeckhus. Estaba seguro de que solo lo había llevado consigo por cortesía.
— ¿Por qué llevas aún esto? — Le preguntó enfadado no solo con él, también consigo mismo, avergonzado de habérselo dado. Alargó la mano para arrancarlo de su cuello, pero Solomon fue más rápido agarrando su muñeca y alzando su brazo hasta acorralarlo contra la pared.
La rabia rugía en los ojos del príncipe, como un depredador a punto de lanzarse sobre su presa.
— Es un regalo, y los regalos no se piden de vuelta. — le advirtió con su tono de voz., esta vez más bajo, más cerca de su rostro.
El aire comenzó a oler a una mezcla entre manzana, cuero, clavo, madera y canela. Los dos en posición desafiante habían comenzado a liberar sus olores. Como un pulso entre ellos, esperando que uno de los dos se rindiera.
Ryo alzó sus brillantes y desafiantes ojos amarillos hacia los del príncipe.
— Uno que no te mereces, por mentiroso. — Ryo alzó su mano libre y se aferró a la casaca de Solomon en un gesto amenazante, como quien pide pelea a alguien más bajito que él. Con la diferencia de que Solomon era mucho más alto.
El príncipe ahogó un gruñido en su garganta que ni siquiera parecía humano. Los ojos de Ryo brillaban como hogueras en la oscuridad, un cosquilleo casi eléctrico se extendía desde sus piernas, en sentido ascendente hacia su pecho. El delicioso olor en el ambiente, el vaho saliendo de sus bocas.
Solomon fue el primero en ceder. Cada célula de su cuerpo se entregó a sus instintos y apagó su razón como quien apaga una fogata. Ryo ni siquiera tuvo tiempo para reaccionar.
El rostro del príncipe se inclinó sobre el del jinete, la mano libre de Solomon fue a parar a la cintura de Ryo, quien tembló bajo su tracto. Tacto que ardía, que le hacía temblar y querer derretirse. El jinete cerró los ojos de forma instintiva, su corazón latía tan fuerte que podía oír sus palpitaciones en los oídos. Los labios de Solomon descendieron sobre los de Ryo como una ola abrasadora. Como un sediento buscando agua. Su mano tirando del jinete hacia él juntando sus cuerpos, presionándolos uno contra el otro.
Sin embargo, Ryo parecía tenso, sin saber cómo moverse, cómo reaccionar. Los labios de Solomo eran suaves y mullidos y su barba corta le hacía cosquillas en la cara. El cosquilleo en su estómago amenazaba con conquistar todo su ser y, por primera vez, quiso dejarse llevar, solo un poco, solo un instante.
La mano que agarraba los ropajes del príncipe se aflojó en su agarre y ascendió por su hombro hasta aferrarse a su espalda. Solomon volvió a ahogar un gruñido, esta vez, sobre los labios del jinete. Ryo notó de nuevo un cosquilleo descendiendo por su estómago.
Por fin Solomon soltó su muñeca y pudo abrazarse a su espalda por encima de los grandes hombros del príncipe. Mientras Solomon recorría su espalda con sus manos, atrayéndole hacia él.
Sus labios surcando los del jinete adentrando su lengua en la boca inpropia, explorando aquel lugar, danzando con la inexperta y torpe lengua del jinete. Ryo ahogó un suave gemido en sus labios. Si eso era la locura, estaba dispuesto a dejarse arrasar por ella.
Solomon saboreó el momento, sintiéndose victorioso por los torpes movimientos de los labios de Ryo, era el primero y se aseguraría de ser el último.
Su labios solo se atrevieron a separarse cuando su pulmones les suplicaron por aire. Fue solo entonces cuando Ryo se dio cuenta de que estaba de puntillas. El príncipe acarició su nariz contra la del jinete. Solo por un instante, disfrutando de aquel momento.
Hasta que la razón volvió a apoderarse de él.
Sus ojos se abrieron de par en par, como si acabara de despertar de un largo letargo, su manos tomaron las caderas de Ryo y dio un paso hacia atrás para distanciarse de él. Ryo aún algo desubicado por aquella nube de feromonas y pasión, se mantuvo con las manos sobre los hombros de Solomon.
Miles de pensamientos de advertencia inundaron la mente del príncipe, quien comenzó a negar frenéticamente con la cabeza.
— No, no. — Repetía con la voz entrecortada. — Esto no puede pasar...
Y la verdad cayó sobre Ryo como un jarro de agua fría, la culpabilidad y la vergüenza hizo que su estómago se encogiera sobre sí mismo. No había besado a Solomon, Solomon no le quería, había besado a una desagradable broma del destino que les había enlazado como pareja predestinada. Y como un idiota había caído en la trampa.
Sintió que los ojos volvían a arderle, que la rabia se le acumulaba en el pecho y apretó los labios para aguantar el momento.
Sus manos en los hombros del príncipe le empujaron para quitárselo de encima. No quería verle, no quería saber nada de él y Solomon tenía suerte de que Ryo en aquel momento no iba armado.
— No. — Le contestó el jinete ante el asombro del príncipe por aquel empujón. — Esto no ha pasado.
Ryo apretó los puños y con grandes zancadas, sin dirigirle una mirada más, volvió al castillo.





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Canción original:

La Marca del Dragón  {omegaverse}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora