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— Esto es tu culpa —culpó al pelirrojo quien ahora también estaba como ella, no había escapatoria, su vida acabaría ahí.

— ¿Mi culpa?, ¿quien corrió sin ningún plan? —le reprochó molesto, ya había acabado con su paciencia— si usted se hubiera calmado-

— Solo guarda silencio y ya, aceptemos nuestro fin —cerró los ojos intentando no estresarse más, mordió su labio inferior intentando que las lágrimas no salieran por sus ojos, sentía tanto miedo que así terminara su vida.

No pasaron ni cinco minutos cuando aquellas personas armadas los encontraron, tenían trajes afelpados en un tono grisáceo, casi como el de las hojas de los árboles, acercaron una lanza a sus caras.

Aquel grupo de desconocidos parecía no saber qué hacer al respecto, como si no fuese algo normal ver personas en aquella zona. Una señora canosa se hizo paso entre el grupo hasta llegar al frente, primero se acercó a Hans quien no dejaba de verlo llena de curiosidad, colocó sus manos sobre las mejillas del pelirrojo y sonrió; acto seguido fue con Elsa e hizo lo mismo solo que a diferencia de Hans ella estaba fría como él mismo hielo.

— ¿Cuál es tu nombre? —le pregunto aquella señora canosa.

— Elsa, ¿qué es lo que nos van a hacer? —contestó temerosa mientras que en su mente no dejaba de pensar una manera de escapar.

— ¿Acaso tu..-

No quería demostrarse como alguien débil frente a ellos, con sus manos congeló el suelo provocando que se resbalaran, aprovechó aquel momento para mirar a Hans y apuntar hacia su cuerda.

— ¡Cuidado! —grito para después lanzar varios hielos hacia la cuerda del contrario y cayera al suelo, acto seguido hizo lo mismo con su cuerda, por suerte Hans la atrapó antes de que su cuerpo tocara el piso— ¡Hay que huir!

Se bajó rápidamente de sus brazos y señaló una parte del bosque, por suerte, la zona donde ellos habían caído no estaba congelado, claro que ahora tenían varios raspones pero nada de que preocuparse. Empezaron a correr lejos de aquella situación cuando de repente los pinos que se encontraban frente a sus ojos comenzaron a arder en fuego.

— ¡Alto! —gritó la señora mayor.

— ¿Este fue tu mejor plan? —le pregunto Hans un poco molesto, rápidamente arranco dos pedazos de tela de su ropa y le entrego una a Elsa—, debemos de cubrir nuestra boca y nariz.

— ¡El espíritu les ordena que se detengan! —seguía gritando la señora.

— Larguémonos de aquí —nuevamente tomó la muñeca del pelirrojo y empezó a abrirse paso entre el fuego lanzando ráfagas de hielo en cada paso que daba.

— ¡Iduna!

Se detuvo en seco. ¿Acaba de decir el nombre de su madre? Elsa la miro confundida, ¿acaso la conoce?

— ¿Qué dijiste? —pregunto Elsa.

— Tu eres descendiente de Iduna, puedo ver su rostro en tu cara —comentó la señora con lágrimas en los ojos.

El fuego cesó, y por más que Hans quisiera huir de aquella situación no podía hacerlo, no sin ella. Ahora aquellas personas que los perseguían ya no se veían tan peligrosas, era como si todo aquel salvajismo desapareció por un nombre.

— ¿Cómo sabe eso? —preguntó Elsa llena de curiosidad, tal vez ellos sabían algo sobre sus poderes.

— Sígueme, tengo que enseñarte muchas cosas —la señora tomó la mano de Elsa con cuidado.

Elsa quedó sorprendida por la confianza que transmitía la señora, se dejó llevar por el momento y siguió a las personas de aquella tribu.

— Elsa —hablo Hans tratando de tener su atención—. Reina escúcheme.

No escuchó, solamente le miró y sonrió. Aquello bastó para tranquilizarse y seguirla, si bien no confiaba en los demás pero debía asegurarse que nada malo le sucediera. Si él sobrevivía y ella no, significaba el fin para Hans Westergaard.

Llegaron a la localidad de aquella tribu, sus casas eran palos y sobre estos había telas parecidas a las que vestían. Había niños, adultos, ancianos y sobre todo renos. Por alguna razón la albina se sentía en casa, como si este fuera al lugar donde siempre perteneció.

La señora tomó la mano de Elsa y la llevó hasta una pequeña choza, Hans estaba apunto de entrar pero no le permitieron el paso, al parecer solo personas "autorizadas" por la líder del lugar tenían permitido entrar.

— Ponte cómoda —dijo la señora canosa.

— ¿Qué es este lugar? —preguntó Elsa con curiosidad.

— Es Northuldra, nosotros nos asentamos aquí desde hace miles de años —empezó a contar la señora con un ligero brillo en sus ojos, amaba hablar sobre su comunidad—, nuestros ancestros hicieron un pacto con los espíritus del bosque para que juntos protegieran estas tierras, otorgándoles la habilidad a algunos de manipular con dones maravillosos.

— ¿Espíritus? —Elsa miró sus manos confundida, tal vez aquí estaban todas las respuestas a sus preguntas—; ¿este es el bosque encantado?

— Los espíritus nos protegen y al mismo tiempo protegen su tierra, aveces hablan mediante señales, pero tú Elsa —tomó sus manos y les dio un ligero apretón— eres nuestro mayor protector.

— ¿De qué está hablando?

— De que este es tu destino, tú perteneces aquí.

¿Por eso se sentía de esa manera el bosque?, tal vez finalmente había encontrado su lugar seguro, todo lo que había estado buscando se encontraba ahí, a unos pasos de Arendelle.

— Necesito tiempo, no puedo quedarme aquí como si nada —soltó las manos de la mujer con delicadeza y sonrió— tengo una hermana que me espera.

— Por lo menos quédense unos días —esta vez llevo su mano a la espalda de la albina y la acercó a la puerta de salida— aprecie todo lo que no ha visto sobre su hogar.

Acto seguido cerró la puerta dejando a Elsa fuera de la casa, no entendía que acaba de suceder ¿protectora?, ante los ojos de Elsa lo único que ocasiona es caos y destrucción, sus poderes no son más que un lío de problemas que no puede solucionar ¿cómo alguien así puede protegerlos?

Recorrió aquel sitio hasta llegar a la zona principal donde había una enorme fogata y varias personas, Hans se encontraba siendo empujado por las astas de un reno por alguna extraña razón. Por el momento no lo mortificaría, dejará que disfrute de aquel lugar y en el momento indicado hablará con él.

Se sentó frente a la fogata para descansar de todo lo que acababan de presenciar, una persecución y una plática sobre el destino de tu vida no siempre son una buena noticia.

De un momento a otro una multitud de niños estaba rodeándola, la miraban llena de curiosidad y admiración, al parecer el rumor sobre que el mayor protector del bosque encantado había regresado a casa. A cualquier lado que mirase o movimiento que hiciera tenía toda la atención de los niños.

— ¿Cuáles son sus nombres? —preguntó Elsa para romper aquel silencio bastante peculiar.

Miles de nombres empezaron a llegar a sus oídos, unos normales y otros demasiado difíciles de pronunciar.

— Enséñenos sus dones —dijo un niño.

— ¡Si por favor! —contestaron los demás en unísono.

Ahora entendía por que la miraban de aquella manera, no podía juzgarlos solamente son niños llenos de inocencia y curiosidad por cosas así. Hizo un movimiento curvilíneo con sus manos haciendo que cayeran copos de nieve sobre sus cabezas. Los niños estaban fascinados, no podía detenerse, después de ver sus rostros y la manera tan maravillosa que la observaban no podía.

Al escuchar aquellas risas Hans no pudo evitar mirar con curiosidad, ya no se veía tan peligrosa como antes; los sucesos que presenciaron juntos, las pequeñas discusiones y miradas agotadas habían desaparecido de la mente de Hans, ahora sólo lograba ver lo pura y bella que Elsa es. Sus mejillas se tornaron rojizas y su corazón aceleró de la emoción.

Tiene que quedarse a su lado.

Lealtad [Helsa]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora