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Era demasiado tarde cuando Anna junto con sus guardias habían llegado a la celda, estaba completamente destruida y era obvio quien había sido el responsable. Los guardias estaban confundidos ante tal acto ¿cómo la reina Elsa pudo hacer algo así?

— ¿Qué están haciendo? —les regañó— ¡hay que detenerla, no debe cruzar esa puerta!

Elsa y Hans corrían lo más rápido que podían, sino fuera por los poderes de Elsa los guardias ya los hubieran capturado, cada que uno estaba cerca, Elsa no dudaba en hacerlos resbalar con sus poderes.

El estrés de Elsa comenzaba a afectar el clima de Arendelle, pronto comenzó a nevar y con ello el viento fue más frío y fuerte. No dudaban en apuntarles con sus flechas por lo tanto ella no tenía piedad al asustarles. No quería más daños, solo quería paz.

— No sueltes mi mano —le advirtió mientras corría—. Nos abriré paso a través de las paredes del castillo, no te detengas.

Todo iba demasiado rápido, a los segundos ya se encontraban en el patio principal que recibía a las personas. Tal como lo mencionó, creo montículos lo suficientemente anchos para que ambos avanzaran y pasaran por encima de la pared con facilidad.

Rápidamente creó una superficie de hielo por la cual se resbalaron hasta caer en el puente que conectaba al pueblo.  Estaban agotados pero no podían darse el lujo de tomar un respiro, era ahora o nunca.

— Que suenen las campanas, debemos de capturar a mi hermana como sea —dijo Anna.

— Pero su alteza, si suenan las campanas, el pueblo se dará cuenta que su hermana está ayudando al enemigo, peor aún, a un traidor a la corona. —le advirtió Matías, su guardia real.

— No importa —contestó mirando el horizonte. 

Tal como lo ordenó, las campanas no tardaron en sonar e inmediatamente las personas del pueblo empezaron a salir de sus viviendas y trabajos confundidos por el suceso, no había nada que se celebrara ese día, ¿por qué hacerlas sonar?

La multitud se fue acercando a la entrada del castillo cubiertos con suéteres gracias al viento, veían como Elsa se acercaba a ellos con prisa, como si estuviera huyendo de algo. Una sonrisa se asomó en sus rostros pero al ver quien la acompañaba se esfumó; tan pronto como los vieron empezaron a susurrar entre sí confundidos aún más por la escena que estaban presenciando.

— Elsa, tu gente.. —dijo Hans sin detenerse.

— No te preocupes, ellos no intentarán detenernos, solo nos abriremos paso —contestó intentando calmarlo.

Hans confió en la palabra de la albina con su vida, al estar a unos cuantos pasos cerca de la multitud podía sentir la mirada juzgando sus acciones, como si estuvieran leyendo su futuro y les deseara todo el mal posible.

— Con permiso —dijo Elsa ignorando sus miradas y caminando sin soltar la mano del pelirrojo.

— ¡No dejen que salga! —gritó Anna desde el puente.

— Princesa, ¿qué está haciendo? —le preguntó una señora con un bebé en brazos— no puede hacernos esto.

Los ciudadanos querían hacerla entrar en razón pero lo único que ocasionaron es que tuviera miedo de lo que pudieran hacerles en ese momento.

— No —contestó Elsa mirando hacia todos lados tratando de encontrar una manera de salir de ahí.

— Ahora yo te guío —dijo Hans.

Empezó a abrirse paso entre la gente no siento tan amable como Elsa, bastaba con dirigirse hacia ellos para que se alejaran de él, uno que otro desistía pero él no dudaba en empujarlos levemente con sus hombros y la única mano que tenía libre.

Lealtad [Helsa]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora