Capítulo 37

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Mi salón está invadido por montones de policías que intentan recoger algunas pruebas para averiguar quién ha podido entrar a mi casa. Abordando mi mente con miles de preguntas para esclarecer si tengo algún enemigo que pueda haber hecho esto y quién podría odiarme tanto como para querer matarme. Estoy sentada en el sofá sujetando con manos temblorosas este vaso hecho de tila para poder calmar mis nervios, cuando veo aparecer por la puerta a Lucía que corre hacia a mí alterada.

-¡Claudia! ¿¡Estás bien?!

Mi respuesta se ve interrumpida por ese abrazo que tanto he necesitado desde que me ocurrió toda esta pesadilla.

-No... No sé... quién quiere hacerme daño -respondo nerviosa.

-Tranquila, estoy aquí. No te dejaré sola en ningun momento, ¿De acuerdo? -rodea mi cuello con sus brazos siguiendo de un beso en mejilla.

-Hola, Claudia.

Ladeo mi cabeza hacia un lado para ver de donde proviene esa voz tan particular.

-Hola, Mario. Muchas gracias por venir -sonrio agradecida.

Se agarran de la mano mientras se miran fijamente, como si el mundo no existiera para ellos. Y una felicidad se cuela en mi interior deleitándome de esta imagen tan enternecedora entre los dos.

-¡No tienes que agradecer nada, amiga! Para eso estamos los amigos, ¿Cierto? -lo mira directamente.

Él asiente con una gran sonrisa y nos sentamos de nuevo en el sofá. Esta inquietud va terminar por terminar de  roer totalmente mis uñas, dejando por asomo la parte más delicada de las yemas de mis dedos. Siento como si alguien echa una manta sobre mi, cubriendo este temblor causado por el nerviosismo. Miro hacia el lado derecho y aquí esta ella, con esa sonrisa sanadora para cualquier tipo de situaciones. Le sonrío complacida y apoyo mi cabeza en su hombro, el mismo que para mí es el soporte perfecto para cargar este peso que llevo a cuestas. El trabajo ha terminado para ellos por esta noche y solo me queda esperar de dedos cruzados para que puedan detener a esa persona antes de que sea demasiado tarde para mí. Lucía se levanta para cerrar la puerta, mientras miro cabizbaja este suelo repleto de plumas de oca de las que estaban rellenas mis almohadas de mi precioso sofá, cuando de repente escucho sus gritos.

-¡Te dicho que no puedes entrar, Daniel! -grita furiosa.

Levanto mi mirada consternada y lo veo parado frente a mí, como si nunca se hubiera marchado. Haciendo que mi piel vuelva a su color natural y todos mis órganos vuelvan a ponerse en funcionamiento. Lucía tira con violencia de su brazo para que se marche, pero su cuerpo robusto impide que pueda moverse un solo centímetro de su lugar.

-¡No me voy a ir hasta hablar con ella! -su mirada firme se clava en mí.

Me levanto de un salto y lo miro fijamente, con resentimiento.

-Marchaos, Lucía. Estaré bien -respondo sin desviar nuestras miradas enfrentadas.

Viene hacia mí enfurecida y me agarra del brazo.
-¿Es enserio, Claudia? ¿Después de lo que te hizo vas a dejar que vuelva a tu vida como si nada? ¡Va hacerte daño de nuevo y lo sabes!

-Tengo que hacerlo... Por favor, espérame en casa -le lanzo una mirada piadosa.

Asiente en silencio y señala con furor a Daniel.

-¡Cómo se te ocurra hacerle algo, te juro que te mato!

Su silencio responde a su amenaza y se marchan finalmente a regañadientes. Escuchamos el portazo haciendo que inconscientemente mi cuerpo pegue un brinco del susto, o mejor dicho por la tensión acumulada.

EL PLACER ES MÍO Donde viven las historias. Descúbrelo ahora