Vamos en mi coche. Daniel no ha aceptado que me fuera sola hasta mi casa en este estado, y era eso, o llevarme al hospital.
Lo miro de reojo y para mí sorpresa, me percato que me esta observando. Aparto mi mirada rápidamente, sintiendo el rubor en mis mejillas. Intento disimular contemplando por mi ventanilla lo que queda de la noche. Aunque creo que a estas horas, solo estamos él y yo sobre este asfalto. Y eso en parte me causa algún tipo de satisfacción.
-Veo que eres una chica bastante tímida. Y siendo sincero... No te imaginaba así -su sonrisa no es que sea solo perfecta, es lo que te hace sentir interiormente. Hace que tú estómago se cierre por completo y sólo tengas ganas de saciarte de otra manera, de una única forma.
-¿Así como? Si ni siquiera me conoces -respondo con arrogancia, escapándose una pequeña risita. Desvío mi mirada hacia la ventanilla. Perdiéndome en las luces de aquellas farolas que son imperceptibles a la velocidad.
¿Cómo puede ser tan atrevido?¿Y al mismo tiempo hacerlo tan irresistible?
-¿Puede ser que te lo diga, porque no eres capaz de mirarme ahora mismo? -pregunta con descaro.
-¿Y te han dicho alguna vez que resultas un tanto insolente? -lo miro desafiante.
Nos miramos por unos segundos que a mí se me están haciendo eternos. Quizás sea porque aunque quiero dejarle claro que nadie tiene el poder de intimidarme. Sin saberlo ya lo hizo desde el primer minuto que lo ví en aquel restaurante. Nunca había sentido algo así y eso comienza a asustarme, porque sin ni siquiera tocarme tiene la capacidad de hacer que tiemble por completo.
Sus ojos son tan oscuros que te cuesta diferenciar la pupila del iris. Te mira con tanta profundidad que sientes como te absorbe haciéndote desaparecer en un agujero negro. Es extraño, pero su mirada no transmite nada. Es vacía, desoladora. Es como si en algún momento de su vida alguien hiciera que perdiera el brillo que hace que sepas que estás vivo.
-Para tu información, eres la única que me lo a dicho. Así que me lo tomaré como un cumplido -sonríe arrogante.
-¡Eres realmente un engreído! ¿Lo sabes? -grito totalmente indignada.
Sus risas me confirman que disfruta como consigue sacarme de quicio. Y aunque eso sea cierto, no puedo negar que me gusta verlo así. Es como si, pocas personas hubieran conseguido deleitarse de ver estar parte de él.
Llegamos a mi casa. Daniel se ha ofrecido a cogerme en brazos hasta el ascensor, pero me negado en rotundo. Quiero evitar a toda costa tener algún tipo de contacto con él. Porque cuando lo hago, siento que anula totalmente mi voluntad. Convirtiéndome en una marioneta en sus manos, con la única diferencia que a él no le haría falta ninguna cuerda para hacerme mover a su antojo.
Cuanto estoy metiendo las llaves en el cerrojo me doy cuenta que lo tengo justo a mi lado. Esperando impaciente a que abra no solamente la puerta, si no la que tengo entre mis piernas.
-Ya puedes irte a casa, Daniel. Muchas gracias por acompañarme hasta aquí -respondo cordialmente.
-¿Por casualidad tienes hielo?
-¿Perdona? No se a que viene esa pregunta -pregunto confundida.
-¿Quieres estar bien de aquí al evento?porque te aseguro que si vas al hospital te lo van a tener que vendar. Y no creo que quieras ir así al evento, te quitará todo el glamour -responde burlón.
Me quedo pensativa. Y no se si es buena idea dejarlo pasar. Desde que vine a vivir aquí prometí que ningún hombre entraría a mi casa. Para mí es como darle paso a que me hagan daño de nuevo.
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EL PLACER ES MÍO
RomansaUn matrimonio millonario tiene en común una empresa muy reconocida en Barcelona. Todo es perfecto hasta que la infidelidad entra sin aviso y te destruye por completa. Claudia, que así se llama nuestra protagonista se adentra en un mundo sexual que d...