Sirio
Mi tutor me tomó del cuello de mi camiseta mientras gruñía. Mis pies no tocaban el suelo. Yo era un niño de diez años, pero a esa edad, en el pueblo, ya debía empezar a ser un hombre independiente.
—Tienes que mejorar tus habilidades —exigió—. ¡Así que ahora vas a llegar al otro lado sin caerte!
Tenía una fuerte quemadura en un costado que ardía demasiado y sentía que el dolor se expandía a todo mi cuerpo. Tenía lágrimas en los ojos, y hacía mucho calor.
Estábamos en algún taller de los herreros del pueblo y había recipientes con acero líquido.
Mi tutor giró para ganar impulso y me lanzó hacia las cadenas gruesas que colgaban del techo. Mi instinto reapareció. Apreté los dientes enseguida y me enfoqué en aferrarme con brazos y piernas a estas, si no lo hacía, iba a caer de nuevo y quemarme otra vez.
—¡Vamos, Sirio! —trató de animarme Altair, mi amigo desde que tenía memoria—. ¡Tú eres fuerte! ¡Esto es solo un juego, agárrate de las cadenas y ya! ¡Las heridas van a sanar, no pasa nada!
Sí. Los evolucionados podíamos ser "salvajes" como decían los humanos, pero habiendo sido esa mi realidad, para mí era normal.
Mi tutor me ponía rocas planas sobre la espalda mientras yo trataba de levantar mi cuerpo del suelo con los brazos. Debía ser fuerte, obedecer a las reglas, honrar a mis padres. Vivir por mi especie.
—Escuché que empezaste a trotar después de las seis de la mañana —recriminaba mi tutor.
Aceptaba mis castigos, aunque fueran horribles.
Crecí conociendo solo entrenamientos. Me hicieron fuerte. Sin embargo, siempre me dijeron que los humanos lo eran peor que nosotros. Aun así, ¿cómo una especie, que había logrado tanto en el mundo, podía ser cruel?
Cuando quedé atrapado, había empezado a reafianzar el odio que mi especie les tenía, a comprobar que era cierto y que tenían razón en detestarlos.
Cuando desperté, temí que me hicieran experimentos despiadados, esos de los que nos hablaban los ancianos líderes del pueblo. Lo peor era que tenía una bata, ya no mi ropa con la que llegué.
Los humanos me observaban con algo de temor, como a una bestia. Me habían atado. No sabían que, con mi fuerza, podía liberarme si las cosas se ponían feas. Los escuché murmurar cosas. Los miraba con rencor. Había salido de un mundo supuestamente tosco, sin libertades, ¿para entrar en otro?
—El sujeto despertó a las cinco de la tarde, por inducción del medicamento —no sabían que podía escuchar sus susurros—, el día número tres de la investigación.
¡¿Número tres?! ¡¿Me habían tenido sedado?!
Mi respiración se agitó levemente y empecé a tensar mis brazos, con estos, las correas que me sostenían.
—La doctora Marien ya viene en camino —avisó una joven de rizos.
—Gracias señorita Rosy.
—Podríamos intentar la prueba de resistencia Ósea...
—No, romperle un hueso no es legal en los vivos, tendría que ser un cadáver para hacer esa prueba.
—Ya le saqué sangre de todos modos para hacer la prueba genética...
Estaban hablando de mí como si fuera algún espécimen extraño. Me tensaba cada vez más. Temía que un gruñido se me escapara. No entendía. ¡Yo lucía humano! ¿No les bastaba eso?
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Ojos de gato Sirio
RomanceÉl es salvaje, pero no sabe ni lo que es un beso. Marien va a quedar fascinada por su naturaleza y va a querer enseñarle. Un apuesto joven de ojos verdes es capturado y acusado de ser un muy peligroso Evolucionado. Pero él no recuerda y está dispues...