Capítulo 30: Sueños y promesas

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Marien


—Bueno, ahora entiendo por qué estás traumada —comentó Marcos.

—¿Por qué?

—¿Cómo que por qué? Si Antonio le ha volado la cabeza a un par de evolucionados o les ha arrancado carne a lo salvaje frente a ti, pues obvio —aseguró, haciéndome reír entre dientes.

—Él no ha matado a nadie, solo los deja inconscientes —suspiré—. De todos modos, no me gusta que lo hieran, pero los evolucionados no puede pelear sin herirse... —Pensé unos segundos—. Me asusté mucho hoy porque hace un tiempo nos topamos con la misma situación, solo que esta vez Max ayudó. Ese día era Sirio contra los tres, para cuando logré quitarle el control al hombre y desactivarlo... —sacudí la cabeza—. En fin.

Marcos arqueó las cejas por un momento y luego miró al suelo.

—Ya veo...

Los tres evolucionados ya estaban bien, salvo por el más joven, al que Rosy lo tenía entretenido con una conversación. Marcos me miró de forma sospechosa, seguro pensando lo mismo que yo.

—Estará intentando seducirlo para estar igual que tú —dijo casi susurrando y haciéndome reír en silencio.

—No creo que sea así de fácil con ellos —le respondí de la misma forma—, pero sería interesante que lo intentara, por algo se empieza, ¿no? El objetivo es unir las especies y que no haya más guerra.

Esta vez él se rió en silencio.

—¿Arreglar una guerra formando parejas entre humanos y evolucionados? Típico tema de alguna película romántica.

Ambos reímos.

—Sí... suena tonto —admití.

Sirio apareció con su padre y los dos hombres que iban con él.

—Ha sido un gusto, querida, gracias por la atención que nos han brindado —dijo su padre en ese tono autoritario y respetuoso a la vez.

Quedé asombrada.

—D-descuide, el placer fue mío —respondí—, pueden venir cuando gusten.

—Los llevaré hasta las afueras de su pueblo en el auto —dijo el hermano de Max, que venía con ellos.

Me alivié, al parecer ya habían acordado eso.

Los tres asintieron y se retiraron. Sirio volvió a mi lado.

Max también volvió a la sala con el brazo vendado. Los tres recién llegados lo miraron, Ácrux le pidió permiso a Rosy y se alejó de ella, los otros dos se le unieron y se acercaron a Max.

—Queremos unirnos a tu grupo —pidieron.

El muchacho se quedó completamente sorprendido.

—¿Qué?

Ácrux tomó la palabra.

—No tenemos nada ahí afuera, queremos quedarnos y ser útiles en algo, ya han aceptado a ese de ahí —señaló a Sirio—. Tres más serían mejor.

Max pensó unos segundos y se encogió de hombros.

—Ya qué, vengan —dijo mientras daba la vuelta para irse—. ¡Nos vemos luego! —se despidió.

Ácrux le lanzó una fugaz mirada a Rosy, que nadie notó, salvo ella, que no le desprendía la vista, y yo porque esperaba a ver que lo hiciera.

—¿Habrá noticias pronto sobre la grabación? —preguntó Sirio.

Ojos de gato SirioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora