Capítulo 8: Hacia la capital

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Marien

—Toma, cariño. —La voz de mi mamá...—. No olvides llevar tus libros, piensas estudiar más que yo, ¿no es así? —decía con diversión.

—Sí, me voy a graduar con honores, descuida —Respondía yo.


Desperté y sentí pesar. El silencio sepulcral reinaba. Volteé con cautela al sentir un escalofrío, y me alivié de pronto al ver a Antonio ahí, mostrando paz en su rostro. Estaba realmente cerca y pude admirarlo mejor.

Mamá, si supieras lo que tengo al lado...

Sonreí apenas, acerqué mi mano a la suya que reposaba cerca y repacé sus detalles. Sus garras parecían estar creciendo. Él soltó un leve gruñido y me quedé quieta, frunció el ceño y abrió los ojos. Me ruboricé. Él me miró sorprendido con esos felinos ojos verdes de pupilas rasgadas, como un curioso y lindo gato.

Escuché una risilla, volteé y pude ver que al pie de la cama se asomaban los dos hijos de mi tía. Solté un grito de sorpresa y prácticamente brinqué lejos de Antonio, cayéndome de la cama.

El preocupado chico me levantó sin dificultad del suelo, mientras mis primos se reían sentados, y tras unos segundos salieron corriendo de la habitación. Antonio me observaba.

—Estoy bien, descuida —le dije—. Buenos días.

—Buenos días, señorita —contestó con esa voz que me encantaba y su amable sonrisa.


Nos alistamos para partir, y guardamos nuestras cosas. Mi tía se dispuso a preparar el desayuno apenas se despertó. Antonio dejó mi mochila en el sofá y se sentó a mi lado en la mesa, mis primos en frente y mi tía en la cabecera. Había casi de todo: leche, pan, embutidos, queso y otros lácteos, mermelada, algunas frutas, y huevos fritos. Antonio probó de todo un poco de lo que yo le iba ofreciendo, pero no dejó la leche de lado, claro.

¿Qué me esperaba si viajaba con él? Mi mamá quizá lo hubiera sabido.


Antonio ya tenía mi mochila a la espalda y me ofreció una leve sonrisa. Mi tía nos alcanzó dos depósitos con comida. Además, me alcanzó unas cápsulas con líquido especiales que contrarrestaban los efectos de drogas como las que eran usadas por los guardias de seguridad para sedar a los evolucionados. Solo por si acaso.

—Gracias —dijimos los dos.

—Perdón por las molestias causadas.

—Descuiden. Por favor, avísenme cuando lleguen a la capital.

—Sí, lo haré en cuando pueda —contesté.

Nos despedimos. Salimos de la casa y caminamos unas cuadras.

—Creo que tengo algo para ti. —Saqué unos lentes de sol.

—¿Por qué? —quiso saber.

—Tus ojos...

—Ah... Claro. —Se los puso y sonreí.

—¡Luces genial!

—Bueno, no me adapto a tener algo en la cara.

—Oh, lo harás.

Le di dos suaves palmadas en el hombro y continuamos el camino hacia la salida de la ciudad. Los guardias pensarían que intentábamos suicidarnos al salir, pero no seríamos los primeros en hacerlo, así que no era problema.

Salir de la ciudad era otra nueva modalidad de suicidio, sin embargo, a los extremistas también les gustaba viajar a pie y así probarse a sí mismos. Había de todo.

Ojos de gato SirioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora