Capítulo 35: Mensaje encargado

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Marien

Desperté con sus caricias, y me encontré con sus hermosos ojos felinos. Estaba más que feliz, amaneciendo al lado de mi joven esposo, piel con piel, tal y como debió haber sido desde un principio.

—Debo volver —susurró—. Aunque desearía quedarme aquí para siempre.

—Yo también. —Le di un beso.

Me moví para salir de la cama e ir a por la pastilla anticonceptiva en mi pequeña billetera, que debía tomar ya, solo por si acaso, y por una para el dolor. No estaba tan adolorida ya, pero no quería preocuparlo.

Luego de tomarlas, me di cuenta de que Sirio me había seguido con la vista, luego vio algo más y volteé. Quedé mirándome en la pared espejo, todavía desnuda, y ahí estaban los rasguños en mi piel, pero no era gran cosa.

Sirio vino y me rodeó en brazos, presionando mi espalda contra su caliente pecho. Recorrió mi cuerpo con su mirada en el espejo y me ruboricé más sintiendo algo de vergüenza de pronto, pero su mirada era especial, no había malicia en ella. Sus ojos destellaban ese verde intenso a la luz del día. Contempló mi cuerpo unos segundos más antes de posar sus bellos y felinos ojos en los míos.

—¿Aún sientes dolor?

Le sonreí de forma tranquilizadora.

—Sí, pero estaré bien. Acabo de tomar la pastilla, y es la mejor que hay.

Sonrió y se inclinó, rozó su nariz por mi cuello y subió por mi oído hasta enterrarla en mi cabello. Me apretó contra su cuerpo, ronroneando por lo bajo. Cerré los ojos y sonreí, me encantaba.

—Creo que olemos igual —susurró.

Vi el reloj.

—Quiero ducharme junto contigo. Así además ahorramos tiempo, ¿vamos?

—Como gustes, señorita —dijo con esa traviesa sonrisa.

Lo llevé al baño de la mano, nos lavamos los dientes en el lavado doble que había, entre jugueteos y risas.

Al terminar, giré y rodeé su cuello con mis brazos, empinándome y besando sus tersos y ricos labios. La corriente de impulsos me traspasó nuevamente al sentir mi pecho desnudo presionarse contra el suyo, me apretó fuerte. Se sentía tan cálido, reconfortante, íntimo, como si una especie de barrera invisible se hubiera roto y ahora éramos en verdad como uno solo. No me creía capaz de tener algo así con alguien más, nunca.

Su calor me inundó. Me di cuenta de que la pastilla para el dolor ya hacía efecto y que además mi deseo por él no se había ido. Mi beso se volvió más apasionado, jadeé ante la expectación y tiré de él nuevamente, sacándonos de baño.

Sonreí de forma traviesa y caliente, recorriendo ese escultural pecho con mis manos, bajando más, haciéndole gruñir bajo mientras mordía mi labio. Ya estaba listo de nuevo, estaba tan deseoso como yo. Se topó con el borde del pequeño sofá que había cerca, y cayó sentado.

Jadeé al poseerlo de nuevo. Yo no había terminado la noche anterior, pero no me había importado, la bomba de sensaciones me había aturdido, pero ahora, a plena luz del día, piel con piel, con él devorando y tocando suavemente, terminé explotando por primera vez, corta de aliento, sintiéndome más suya que hacía un rato, sintiendo que era el centro de mi universo.


Junté mi frente a la suya, respirando algo agitada, y reí, avergonzada, pero también sumamente satisfecha, ruborizada por mi arrebatado ataque.

Repartió besos por mi rostro.

—Uhm. Lo siento —dije, conteniendo la risa—. Es que eres delicioso —ronroneé dándole otro beso.

Ojos de gato SirioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora