Capítulo 9: Curiosidad

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Sirio

—Eh —Marien me interrumpió cuando me dispuse a mover al hombre—. Si te vas lejos, ¿cómo te alcanzo?

Le volví a sonreír de forma leve.

—Te encontraré, descuida. Ya conozco tu aroma. No tardo.

—Oh. —Bajó la vista con un leve color rojo en sus mejillas y asintió—. Claro...

Se llevó al niño de regreso a la entrada de la ciudad, que no estaba muy lejos.

Me apresuré y, de espaldas, tomé las piernas del hombre para arrastrarlo. Pesaba, pero igual fui casi a paso ligero.

Según escuché, los evolucionados pesábamos algo más que los humanos, ya que nuestros huesos eran más fuertes y teníamos cierto porcentaje más de músculo o algo así. No me había dedicado a estudiar todo eso. Solo viví entrenando y aprendiendo cosas de mi pueblo.

El recordar que Marien, al parecer me temía, me hizo apretar los labios. No quería arruinar la confianza que iba consiguiendo...

Escuché el quejido del hombre y me detuve.

—Esto no acaba —murmuró. Volteé a verlo con molestia—. Quiero a esa humana, huele bien. —¡¿Qué?! Ugh. ¡Este...!—. No creas que no sé que también piensas eso... Solo eres un niño.

Dejé caer sus piernas, me acerqué, y mientras intentaba seguir amenazándome y diciendo tonterías, lo dejé inconsciente con otro fuerte golpe.


***

Vi a Marien salir de la oficina de la muralla, había dejado al niño. En parte me sorprendió. La había dejado sola, pudo haberse escapado de mí. Pudo haber pensado que era muy salvaje y peligroso y cambiado de parecer.

Sin embargo, ahí estaba, buscándome con la mirada mientras se abrazaba a sí misma. Pudo haber escapado, si pensaba que era un monstruo, pero no lo había hecho... Aunque tal vez era porque quería saber sobre los evolucionados.

Negué y me acerqué. Ella, apenas sintió movimiento, volteó y me vio. Sonrió, con esa dulzura que me desarmaba, y caminó hacia mí.

Caramba. ¿Por qué me hacía un lío cerca de ella?

—¿Lista?

Ella asintió y empezamos a caminar. La vi observar los lentes de sol, rotos, porque en algún momento se salieron volando de mi cara. Suspiró triste y trató de repararlos mientras andábamos. Yo ni siquiera recordaba que los tenía puestos cuando me lancé a pelear.

Estaba afectada por lo del niño. Muchos humanos sí eran empáticos con los suyos, no como mi tutor dijo.

—¿Estás bien?

—Sí, tranquilo —murmuró.

No era posible. Sabía que mentía, pero, aunque quería consolarla, debía respetar eso.

—Busquemos en donde comer, ¿sí? —preguntó de pronto con su sonrisa, ya más tranquila.

—Claro...


Tomamos asiento en unas rocas, cerca de un río, y sonreí al detectar un aroma conocido en el matorral más cercano. Conejo.

El animalito salió y Marien sonrió al verlo. Seguro tenía hambre también. Me preparé, no parpadeé siquiera, me agazapé tan despacio que no el conejo no me notó, así que, antes de que lo hiciera, me lancé.

Enterré los colmillos en aquel preciso lugar de su cuello y rodé por el impulso que había tomado. Me puse de pie con el animal ya muerto.

—¿Te gusta el conejo? —le pregunté a Marien.

Ojos de gato SirioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora