Capítulo 14: Cediendo a los impulsos

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El viento soplaba desde el frente, íbamos hacia el sur y el viento venía desde el lado sur oeste. Eso mantenía tenso a Antonio porque el viento se llevaba nuestro aroma hacia los posibles depredadores y evolucionados situados más al este, pero mantenía la esperanza de que no quisieran pelear o estuviesen lo suficientemente lejos como para no llegar a tiempo a nuestro encuentro.

Ya había bajado de su espalda. Pasábamos cerca de las afueras de otra ciudad fantasma. Había pedido alejarnos lo más que pudiéramos, pero todavía veíamos algunas casas derruidas. Antonio decía que no olfateaba a nadie, pero tampoco estaba tan seguro, ya que el viento no ayudaba.

Un pequeño zorro cruzó la calle huyendo de nosotros y me sorprendí. Antonio no le quitó la mirada hasta que el animal se escabulló dentro de otro edificio. El viento entró a la edificación que se encontraba a nuestro lado, escuché cómo corría en el interior y volvió a salir por el ventanal roto.

Antonio me alzó en brazos de pronto haciéndome gritar por la sorpresa. Dio un par de saltos retrocediendo y esquivando un par de zarpazos. Pude ver una de más garras pasar veloz cerca de mis ojos. Echó a correr y me hizo entrar por una ventana a un oscuro ambiente, para luego ser embestido por el evolucionado que nos atacaba.

—¡No! —La angustia me devoró de nuevo. Él estaba todavía recuperándose.

La sangre se me enfrió más al ver a otra persona bajar de un salto del techo mientras los otros dos todavía peleaban. Ella volteó, era una mujer evolucionada, no había visto a una mujer de su especie. Tenía unos enormes ojos verdes de pupilas rasgadas, exótica piel morena, el cabello oscuro le llegaba al hombro y sus músculos también estaban marcados. El hombre tenía las mismas características, ambos parecían ser nómadas, vestían ropa suelta y algo ligera.

Me miró con esos ojos felinos inexpresivos y me entró terror.

—¡Antonio! —Chillé huyendo hacia la otra habitación y cerrando la puerta.

La mujer se estrelló contra esta y caí. Grité y corrí cuando la puerta fue hecha pedazos. Algo rompió el vidrio y retrocedí más. Antonio se puso delante de mí, veloz, y los otros dos se levantaron del piso, empezando a gruñir.

—¿A dónde la llevas? Si quieres matarla solo dilo y te ayudamos —dijo el hombre.

Yo respiraba agitada. Me di cuenta de que una gota de sangre bajaba por el brazo de Antonio.

—Lo siento, pero no voy a dejar que la toquen —respondió él.

—¡Ellos nos atacan! —reclamó la mujer—. ¡Merecen morir!

—¡Yo lo sé! ¡Pero ella es la única que puede ayudar a detenerlos, si la matan arruinarían la oportunidad!

Los evolucionados parecieron pensar unos segundos, aunque seguían listos para atacar.

—Cómo saber si no mientes.

—¿Por qué otra razón protegería yo a un humano?

Y eso encogió algo en mi interior. Tragué saliva con dificultad. Aunque para mi pesar, funcionó.

Los hermanos evolucionados relajaron sus posturas y respiraron más despacio. El hombre le hizo una señal a su hermana y salieron, después de clavar su mirada de odio en mí, enfriando mi sangre más de lo que ya estaba.

—¿Estás lastimada? —preguntó Antonio.

—Un poco. —Y en diferentes maneras. Volteó y quiso tomar mi brazo herido por el raspón hecho por la caída, pero avancé—. Vámonos, por favor.

—Uh... Ok. Iré por tu mochila.

Me abracé a mí misma mientras andaba. Él tenía razón en cierto modo, nosotros estábamos usándolos, las historias eran ciertas, y yo no había sabido de eso. Ahora había dos cosas por detener, el uso de la toxina y averiguar qué intentaba esa gente, que para colmo parecían usar el uniforme del gobierno. Y si era el gobierno, eso iba a ser algo difícil sino imposible.

Ojos de gato SirioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora