Capítulo 41: A entrenar

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Abrí mis ojos y seguía en esa horrible habitación. Tenía que salir, había logrado calmarme y había pedido llamar a Max.

Había accedido también a tomar algo de sopa. Pasé el trago amargo mientras Rosy me observaba con una leve sonrisa. Llené la cuchara nuevamente y la llevé a mi boca. Suspiré.

—¿Qué tal está? —preguntó.

—Desabrida —dije sin ganas.

Asintió, manteniendo su sonrisa. Ella podía estar tranquila, a Ácrux no podía haberle pasado nada, ellos se habían ido a seguir con la búsqueda de su pasado, según lo que escuché. Quizá habían vuelto a sus ciudades, y a reencontrarse con su vida. Una vida arrebatada por los humanos.

—¿Cuánto tiempo...? —pregunté con débil voz.

—Apenas vas aquí casi cuatro días, paciencia —respondió ella.

Vaya, creía que habían sido más. Con el dolor insufrible que tenía, cada segundo me era eterno. Volví a tomar otro sorbo de sopa. Marcos entró a la habitación y sonrió.

—Muy bien —dijo—. Max está en camino.

Asentí. Terminé la horrible sopa con un gran esfuerzo de voluntad. Después de una hora quizá, apareció Max en el umbral de la puerta. Pude notar que se había espantado por mi estado, me encogí de hombros lentamente, tratando de excusarme. Se aclaró la garganta y vino a sentarse en la silla de al lado.

—Así que... esta eres tú —dijo.

—Quiero salir de aquí. —Mi voz seguía siendo débil y patética.

No podía culparme, estaba rota en todo sentido de la palabra.

—Pero yo no puedo hacer nada...

—Quiero que me enseñes a defenderme, a disparar... Así podré irme...

Frunció el ceño.

—Estás loca, no te dejarán irte... ¿Irte a dónde?

—Solo irme, eso no te interesa.

—Olvídalo...

Bajé de la cama casi de golpe, espantándolo de nuevo, y me aferré a su camisa sin darle tiempo a salir disparado.

—Hazlo, hazlo por favor. ¡Debo irme, debo encontrarlo!

Sostuvo mis manos con expresión de horror.

—Sabes que él ya no...

—¡No, no está muerto! —Sollocé—. ¡No lo acepto! —Traté de calmarme—. Debo ir por él, aunque sea... ver su último paradero, en todo caso. Por favor...

No aguanté más y lo solté. Caí sentada en el colchón nuevamente, llorando y negando con la cabeza. Volvía a romper los pocos pedazos de mi corazón que creía que ya había reconstruido de alguna forma.

Obviamente no le diría que planeaba vengarme de algún modo. Querer tan solo ver su último paradero era una idea un poco más razonable para alguien.

—Dios... cálmate —murmuró, pude escuchar el pánico en su voz.

Me dio un par de palmadas en el hombro, y luego de dudar un segundo, me abrazó. Sentí el golpe del rechazo de mi cuerpo. No otra vez, otro aroma, otro cuerpo, era insoportable. Me separé de él y abracé mis rodillas.

Suspiró.

—Ya, basta... Está bien, te enseñaré... pero no estoy de acuerdo con tu misión suicida.

Respiré hondo tratando de calmarme y asentí.

—No tienes que preocuparte por eso. —Volví a respirar hondo un par de veces para calmarme un poco más y dejar de temblar—. De todos modos, aquí ya no tengo nada, no hay alivio ni solución para mí.

Ojos de gato SirioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora