Capítulo 12: Un lugar perdido

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Partimos hacia la ciudad en ruinas, sería quizá un día de viaje, pero como habíamos partido en la tarde, tendríamos que dormir en medio del campo.

Rosy me había dicho por teléfono que les habían quitado la toxina para trabajarla. Me importaba mucho llegar a la capital y detener la creación de un arma que podría destruirnos a nosotros también. No me harían caso si se los decía por teléfono, pero pensé que si lograra convencerlos de que no todos los evolucionados eran iguales se podría llegar a un acuerdo.

Más bien me sorprendía que el gobierno no hubiera intentado nada así, quizá ocultaban algo, y eso no me extrañaría.

El bosque estaba lleno de vida. Vida que, en su mayoría, huía al percatarse de la presencia del hábil depredador que iba conmigo. Pronto nos dio la noche. Tendí una sábana en la crecida hierba y me eché; Antonio se sentó al pie de un árbol cercano a mí.

—¿No te recostarás? —pregunté.

—No, prefiero estar alerta —dijo mientras miraba seriamente hacia los alrededores.

Me sentí apenada. Él flexionó un poco sus piernas, apoyó su antebrazo en la rodilla, miró hacia otra dirección y pude ver cómo sus ojos reflejaron la luz de la luna que se encontraba en el cielo.

Me volteé acomodándome en mi costado para mirarlo, así podría abrir los ojos cada vez que pudiera y ver cómo se encontraba. Volteó a mirarme.

Me moría por saber qué pasaba por su mente...

Podía permitirme soñar con un mundo en donde los evolucionados fueran aceptados. O al menos aquí. Sabía que en otros continentes no tenían los problemas que nosotros, y me preguntaba por qué. Los asiáticos respetaban su cultura, los africanos también, a pesar de que los evolucionados de allá tenían dos colmillos extra y eran más salvajes, ellos no tenían los problemas que nosotros.

¿Por qué sería?


***

Antonio observaba a un pequeño venado que se encontraba colina abajo. Estábamos casi al borde de un corto peñasco, quizá de unos tres metros de altura, no era mucho, luego venía una ladera.

El venado se encontraba pastando en el valle, supe que le daría caza. Antonio tenía los ojos completamente enfocados, preparaba cada músculo para salir disparado, empezando a soltar un muy, muy bajo gruñido.

—¿De cacería? —pregunté.

Él soltó un corto sonido de sorpresa. El venado alzó la vista y salió corriendo.

Oh...

—Marien... —Me miró completamente intrigado y desilusionado.

Me tapé la boca y sonreí con vergüenza.

—¡Perdón! Vamos, no necesitamos un animal tan grade de todas formas, recuerda que tengo bastante comida y carne en la mochila.

Suspiró resignado y sonreí por eso. Él era otra obra maestra de la naturaleza.

Calentamos la comida y al cabo de unos minutos ya estaba listo el desayuno.

—¿Quién te enseñó a cazar? —me interesaba saber.

—Mi mamá.

—Vaya, ¿y es tan buena como tú?

—Puede decirse. Rara vez cazamos en nuestra ciudad, es como un simple conocimiento extra. Pero algo me llama a hacerlo, lo tenemos en los genes, supongo.

—¿Cómo se llama tu mamá?

—Enif.

—Oh... es el nombre de una estrella.

Ojos de gato SirioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora