Lo que se esconde en las sombras - 4

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IV. El peso de los recuerdos

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Isabel soltó un suspiro. Por más que fuera... lo que era, no podía dejar de temer ese momento en el cual el día daba paso a la noche. Aunque, una vez que la luz natural se había ido por completo, se sentía mejor. Se sentía en casa, de una manera un tanto perturbadora, debía agregar.

Se encontraba sentada en la rama de un árbol, en el patio de juegos del orfanato en el cual residía desde hacía un par de semanas. Su mirada fija en el cielo teñido con los tonos rojizos y dorados del atardecer. Por la calle pasó un hombre en una bicicleta. En algún lugar de la lejanía se podía oír el eco de una canción infantil. Una que Isabel conocía muy bien: ella la solía entonar con sus hermanas en los viejos tiempos.

¿Qué haces allá arriba? —escuchó la voz de su amiga, Karina.

Solo pensaba —respondió de manera escueta.

¿De nevo? Últimamente, pasaba mucho tiempo atrapada en su cabeza. Era debido a la época del año, tal vez. Marzo tenía un efecto depresivo en ella. Por esas fechas su abuela había muerto. Y también, fue en ese mes, cuando ella... no quería recordar eso. No valía la pena continuar atormentándose a sí misma con su pasado.

Sus ojos pardos volvieron a centrarse en lo que ocurría afuera, más allá de los muros del orfanato, donde las personas comenzaban a adornar las calles colgando globos y adornos hechos con papel de china.

Todos parecen muy contentos últimamente —comentó, deseosa de saber qué era lo que ocurría.

Karina no respondió de inmediato, puesto que justo en ese momento sufrió uno de sus constantes ataques de tos. Finalmente, tras casi un minuto, se recuperó lo suficiente como para hablar.

Se acerca la fiesta parroquial —dijo con gran entusiasmo.

¿Fiesta?

¡Oh, sí! ¡Es un gran evento! Toda la ciudad se prepara con entusiasmo para esta fecha. Incluso montan una feria. ¡Es muy divertido! —terminó, mientras otro ataque de tos la hacía llevarse las manos a la boca.

Diversión. Isabel sonrió. Hacía mucho tiempo que no tenía algo de diversión normal.

Sin mucho esfuerzo, saltó de la rama, aterrizando con gracia felina en el suelo. Karina no pudo evitar abrir los ojos con sorpresa ante la acción de su amiga. Aunque no era la primera vez que presenciaba como Isabel llevaba a cabo acciones que podían ser calificadas de anormales en una niña como ella.

Karina se recuperó de su impresión a tiempo para ver a Isabel alejándose rumbo al edificio del orfanato.

¡Espera! —gritó Karina, y se apresuró a alcanzar a su amiga.

Isabel se detuvo un momento, se volvió hacia la otra niña y sonrió. Aunque, solamente por un segundo, Karina intuyó que había una sombra en ella. Era como si esa sonrisa ocultara algo turbio y siniestro. Sin embargo, dado su edad y su educación más bien deficiente, le era imposible deducir que era. Así que hizo lo mejor que podía hacer en tal situación: desechar fuera de su mente tal idea.

Isabel, por su parte, al darse cuenta de la reacción de su amiga, sintió una conexión especial con ella. Más eso, a su vez, la aterraba. Había una cierta sombra de fatalidad en todo ese asunto.

No sabía entonces que su presentimiento se tornaría realidad en unos días. Karina no viviría para asistir a la fiesta parroquial.

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