Lo que se esconde en las sombas - 3

5 1 0
                                    

III. No tengas miedo, defiéndete

1

El parque estaba vacío. Eran las seis con cuarenta. Faltaba muy poco para que anocheciera. Pero no le importaba.

Butters estaba sentado en un columpio, sintiendo cómo las lágrimas de furia se formaban en su rostro. ¡Dios, cómo detestaba su vida!

Había sido un día terrible. Por la mañana sus padres habían pasado todo el desayuno recordándole su castigo por llegar tarde a casa. Luego, en la escuela había tenido que soportar las miradas constantes de Eric, quien no parecía estar dispuesto a dejarlo en paz ni un solo momento. Finalmente, durante el descanso, lo había arrastrado a la parte de atrás de la escuela, cerca de los niños góticos, donde por fin le soltó lo que, claramente, había estado queriendo preguntar durante todo el día:

—Muy bien, Butters, se terminó —había dicho el gordo, mientras lo sostenía contra el muro con mucha fuerza—. Sabemos que eres el culpable de lo que pasa, Caos.

—Ya habíamos discutido esto, culo gordo —había intervenido Kyle—. No creo que Butters...

—¡Oh, por supuesto que es él, Kahl! ¿Por qué otro motivo podría estar en el parque fuera de su hora de llegada?

Había empujado a Eric, algo furioso, para posteriormente ajustarse la chaqueta negra que había comenzado a usar desde el comienzo del otoño.

—No tengo que justificar eso ante ustedes —había dicho, armándose del poco valor que tenía—. Pero igual se los diré: estaba en casa de Dougie y se me hizo tarde.

Entonces, los ojos de Eric se habían vuelto dos rendijas, mientras lo miraba sospechando.

—¿En casa de Desastre, eh? —El tono acusador de Eric le había demostrado que no le creía nada.

—¡Y sí fue así que! —había espetado, ahora realmente cabreado—. Solo somos niños jugando, ¿no es así, Mysterion? —Había un énfasis especial a la última palabra mientras su mirada había pasado de Eric a Kenny.

Entonces Kenny había suspirado de forma cansada.

—El punto es, Butters, que anoche un hombre fue asesinado en el parque; cerca de los columpios. Muy cerca de donde nos encontramos unas horas antes.

—¿A qué hora? —Por un momento su voz había dejado entrever que sabía algo. Lo hubiera podido disfrazar con nerviosismo, pero la mirada de sospecha que Kenny le había enviado le hizo saber que eso no sería posible.

—Cerca de las tres treinta de la madrugada —había respondido Stan.

Butters había pasado la mirada por cada uno de los presentes. Kyle lo miraba con preocupación. Eric acusadoramente. Kenny con cautela. Stan parecía debatirse entre creer o no creer en las sospechas que se estaban levantando en el grupo. Y Damien, bueno, en realidad evitaba mirar a Damien. Le daba miedo.

—A esa hora dormía —había dicho, mientras comenzaba a alejarse.

Ninguno de ellos se había movido.

—Te estaremos vigilando —había dicho Eric, con un tono frío y cortante.

Él no había dicho nada más. Esos malditos héroes podían pensar lo que quisieran. Lo que él debía hacer era proteger a Isabel.

Las miradas acusadoras no lo habían dejado en paz en toda la mañana. Pero las cosas ese día no habían hecho sino empeorar.

Por la tarde, luego de volver de la oficina, su padre lo había llamado a la cocina. La despensa, la maldita despensa. Habían pasado dos horas luego de eso, ordenando y limpiando lo que Stephen Stotch había derramado en el suelo luego de su reprimenda.

Universo Lovecraft-ParkDonde viven las historias. Descúbrelo ahora