La sombra de Kadath - Segunda parte

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La llamada de Hastur

* * *

Rompen las olas neblinosas a lo largo de la costa;

los soles gemelos se hunden tras el lago,

se prolongan las sombras

en Carcosa.

Extraña es la noche en que surgen estrellas negras,

y extrañas lunas giran por los cielos;

pero más extraña todavía es la

perdida Carcosa.

Los cantos que cantarán las Híades

donde flamean los andrajos del Rey,

deben morir inaudibles en la

penumbrosa Carcosa.

Canto de mi alma, se me ha muerto la voz;

muere, sin ser cantada, como las lágrimas no derramadas;

se secan y mueren en la

perdida Carcosa.

—Robert W. Chambers, El canto de Cassilda

* * *

VI. Robo

A comienzos de año, mientras los vientos fríos azotaban South Park con una de las peores tormentas invernales de las últimas dos décadas, en Egipto las temperaturas invernales rondaban los catorce grados centígrados durante la noche. Fue en una de esas noches cuando una solitaria figura se coló a lo más profundo de las bóvedas del museo egipcio de El Cairo.

Recientemente, se había hecho el descubrimiento más grande de la tumba de un faraón; para muchos superando incluso la importancia de la excavación de la tumba del rey Tutankamón en 1922. La razón de esto era muy sencilla: era la tumba del llamado Faraón Negro, Nefrén-Ka, conocido como el último faraón de la dinastía III y que, hasta ese momento, se consideraba una leyenda. Esta era la primera vez que se encontraba un registro físico de su reinado.

Hasta el momento era poco lo que se sabía de él. Una de las pocas referencias provenía de la tumba de la reina Nitocris (posiblemente la primera reina-faraón de Egipto), en la cual aseguraba haber llamado a su hijo Nefrén-Ka en honor del gran Faraón Negro. Más tarde, se habían encontrado indicios de un decreto emitido por Akenatón en el cual ordenaba eliminar todo registro de su existencia. Una última mención, aunque no proveniente del antiguo Egipto, eran los fragmentos de un poema publicado en Damasco y escrito supuestamente por Abdul Alhazred. En dicho poema, el árabe loco daba claras descripciones de lo que llamó «la morada final del Caos».

De cualquier manera, el descubrimiento de la tumba parecía confirmar la existencia del faraón como algo más que una leyenda. Esta se ubicaba a doscientos kilómetros de Abu Simbel, y resultó ser parte de los restos de una enorme pirámide –se estimaba que fuera al menos cincuenta por ciento más grande que la Gran Pirámide en Guiza–. Los estudios de datación la habían ubicado a finales de la dinastía III; es decir, cerca del 2630 antes de la era cristiana.

Los descubrimientos parecían coincidir a la perfección, tanto con el poema como con la leyenda del Faraón Negro, uno de los más poderosos gobernantes que Egipto hubiera tenido. Y la prueba final: el nombre «Nefrén-Ka» se encontró escrito por todo el lugar.

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