Karen, en las Tierras del Sueño - 4

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Viaje de regreso a Ulthar

Blackeye, el gatito de Karen, creció para convertirse en un enorme y maravilloso felino de un blanco increíblemente puro, salvo por el «antifaz» negro que cubría sus ojos.

A lo largo de la historia, los gatos de Ulthar han ido a la guerra contra sus enemigos, los gatos de Saturno, seres formados de materia cósmica de múltiples colores cuya forma física es muy similar a nuestros gatos terrestres, en muchas ocasiones. Esto debido a que estos terribles seres tienen un pacto de mutua protección con las abominables bestias lunares, criaturas con forma de sapo que son servidores de Nyarlathotep, el Caos Reptante, enemigo jurado de la diosa egipcia Bubastis: protectora de los gatos y uno de los Dioses Arquetípicos.

Blackeye había dirigido con éxito muchos de los asaltos contra estos terribles felinos del lejano Saturno, cuya cruel malicia les había hecho perder la protección de la diosa Arquetípica.

Karen se enteró de todo esto por la propia boca de su amigo, pues debe saberse que los grandes soñadores siempre son afines a los gatos y aprenden a hablar el idioma de los mismos. Por tal motivo, como todo soñador, la ahora adolescente era recibida muy bien en Ulthar, tanto por los gatos como por sus habitantes.

Cada vez que visitaba el pueblo, Blackeye y sus descendientes – pues el gato había tenido ya varias camadas y estos, a su vez, más hijos e hijas–, salían y le recibían con todos los honores. Y cuando ella fue coronada princesa de las lejanas tierras de Ooth-Nargai el mismo sacerdote de Bubastis abandonó su templo y, junto con el jefe del pueblo, ofreció un banquete en su nombre.

Atal, el sacerdote, era un hombre anciano y menudo; quien ya era viejo cuando el profesor Carter visitó Ulthar en su juventud, a comienzos del siglo XX.

El tiempo transcurre de manera muy diferente en la Tierra de los sueños. Y el siglo pasado, desde la primera visita de Carter a la ciudad, pesaba como un milenio sobre el anciano sacerdote. Tal era así que, en el último año terrestre, le fue imposible salir de la cama para atender a su distinguida invitada, la princesa Karen.

A diferencia de los Soñadores, cuyas almas iban a las Tierras del Sueño cuando llegaba la hora de su muerte en el Mundo Vigil, Atal había nacido y crecido en aquellas tierras fantásticas. ¿Adónde iría su alma después de su muerte? Se preguntaba Karen. ¿Dios lo dejaría entrar al Cielo? Después de todo, Atal no servía a Yahvé, servía a Bubastis quien, a pesar de ser una diosa Arquetípica, no tenía control sobre la vida y la muerte. ¿Y si fuera enviado al Infierno? Ella no quería pensar en tal posibilidad para tan amable anciano. Tal vez, supuso, podría convencer a Damien de interceder por él y ahorrarle la tortura en caso de ser así. Por alguna razón estaba segura de que de pedírselo ella el Anticristo la escucharía, fuera por temor a su hermano o por otra cosa.

Las últimas veces que Karen visitó Ulthar fue a verle en su lecho. El anciano había dicho que no era merecedor de tal honor. Que la princesa de Ooth-Nargai y protegida del sabio Rey Kuranes fuera a verle en su convalecencia. Así que la joven soñadora le confesó que lo veía a él como a un abuelo; lo que sin duda hizo muy feliz al hombre.

El sacerdote Atal tenía toda clase de historias que contar. Una vida tan larga como la suya basta y sobra para dar a un hombre una extensa selección de historias y lecciones que impartir a los jóvenes.

En sus visitas le habló de cuando era un niño, época en la que un grupo de misteriosos artistas viajeros y comerciantes visitó Ulthar, de cómo fue uno de los pocos que se atrevieron a visitar la granja de aquellos terribles ancianos que despreciaban a los gatos. Él había contemplado con horror sus esqueletos, y a su retorno al pueblo notó como los gatos se relamían. Estuvo presente cuando el jefe de la aldea y otros grandes hombres de su tiempo, entre ellos su padre, que era el posadero, habían celebrado una asamblea en la cual se decidió crear la ley que dio su fama a Ulthar: la ciudad en la cual no se puede matar a ningún gato.

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