Lo que se esconde en las sombras - 1

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I. Primeros encuentros

1

¿Qué puede decirle un alma condenada a un alma que vive en la luz? ¿Puede realmente haber algo capaz de unir a dos seres tan distintos el uno del otro? ¿O es acaso que la oscuridad solo atraerá a la oscuridad y la luz será repelida?

Quisiera responder esas preguntas. O al menos hacer un intento. Para eso creo que debo contar la historia de dos almas muy distintas, la una de la otra. Pero que, de alguna manera, se encontraron y vivieron una amistad que posiblemente para la mayoría no significa nada; sin embargo, puede tener las respuestas a aquellas preguntas con las que comencé a narrar esto.

2

No salgas por la noche.

Esa fue la advertencia que una anciana amable le había hecho. Butters descubrió que en México ocurrían cosas poco agradables por la noche. Y no es que fueran a aparecer algún asaltante de la nada para «rebanarle el pescuezo» en cualquier esquina o callejón. Cosa que por cierto si puede ocurrir, como en cualquier otro lugar del mundo; pero en este caso se trataba de algo que iba más allá de eso. Algo que, según aquella anciana de modales tradicionales –para su país natal– y sonrisa fácil, ponía en riesgo no solo su vida, sino su misma alma.

—En las noches —dijo la anciana—, el demonio vaga con muchas formas. A veces de aspecto inofensivo, amable o poco amenazante. Pero el demonio es sabio, y con esas formas atrae a las almas a la condena eterna.

A Butters le costó un poco descifrar aquellas palabras –puesto que no hablaba el idioma local muy bien–. Cuando finalmente lo hizo sintió miedo. No quería pensarlo, pero esa amable anciana prácticamente había insinuado que en México los monstruos más abominables vagaban por las calles durante las noches.

Así pues, cuando en aquel momento se encontró solo en una calle, casi a la media noche, culpa de su manía por tratar de ayudar a alguien en problemas, sintió verdadero pánico.

Las casas a su alrededor eran viejas, posiblemente tenían siglos, y la mayoría de ellas estaban vacías durante la noche. Era una zona comercial del centro histórico, con tiendas de todo tipo durante el día; pero con sus cortinas de metal cerradas y sus luces apagadas durante las noches. Las luces artificiales del alumbrado público parpadeaban cada poco y una neblina, producto de la lluvia caída en las últimas horas, le confería a la calle un aspecto aún más lúgubre; como de película de terror.

—Bien hecho, Butters —se regañó a sí mismo, mientras caminaba con pasos lentos y vacilantes, tratando de encontrar el camino de vuelta a la casa donde había estado durmiendo las últimas noches—. Te perdiste en un país desconocido. ¿No te dijo la abuela que no salieras de noche?

Y entonces, aquel llanto infantil que lo había despertado en primer lugar y que luego lo llevó a salir de la casa, se escuchó nuevamente. Esa fue la primera vez que vio a la niña que lo producía.

Era una figura ataviada con un vestido blanco y un sombrero del mismo color, acurrucada en la entrada de un callejón, con el rostro cubierto tras sus manos y el ala del sombrero.

Butters se quedó de pie, sin poder apartar su vista de ella. La espalda de la niña temblaba, al tiempo que sus sollozos se incrementaron. La palabra «mamá» y sus sinónimos son muy parecidos en inglés y en español, así que Butters supo de inmediato que aquella niña llamaba a su madre.

El niño rubio se acercó hacia ella, con pasos temblorosos. Se aclaró la garganta y preguntó en español:

—¿Estás bien? —Era una de las pocas frases que sabía decir en el idioma extranjero.

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