A ese punto, Henrietta se había encerrado en la biblioteca de su tío por casi un año. No había ido a la escuela en ese tiempo, ni se había reunido con sus compañeros góticos. Solo los veía cuando iban a llevarle comida y su irremplazable café del Village Inn. Tampoco había visto a McCormick ni a ningún otro de sus amigos conformistas.
Toda su atención estaba puesta únicamente en aquella biblioteca. Vagando entre sus estantes y clasificando todos los libros que en su momento su tío había tenido que ocultar para evitar su destrucción o robo por parte del culto. De eso hacía ya casi dos años. Durante ese tiempo, muchas cosas habían cambiado en el pueblo. La policía local, instada por Coon y Amigos, comenzó una persecución contra el culto a Cthulhu. La mayoría de los cobardes intentaron huir o vender a sus compañeros a cambio de tratos con la fiscalía. Entre estos, Richard Adler, profesor de carpintería de la escuela primaria; o Peter Nelson, quien al parecer era un espía al igual que ella, aunque eso solo se lo reveló a los héroes (estaba con el club de conejos, después de todo).
Por supuesto, la única razón por la que todo eso fue posible era debido a la estupidez casi patológica de los adultos en ese pueblo. ¿En qué otro lugar las autoridades habrían tomado con tal seriedad la palabra de un montón de niños que iban por allí usando los calzoncillos sobre los pantalones, mientras jugaban a ser La Liga de la Justicia?
El culto enfrentaba toda clase de crímenes: ocultismo, asesinato, secuestro, infanticidio, sobornos, y un largo etcétera. Era seguro que algunos de sus miembros enfrentaran pena de muerte o cadena perpetua. Los góticos, por su parte, habían recibido la ayuda de McCormick y sus amigos para evitar dichos cargos. Eso y que ellos, al ser solo niños, no habían participado en los ritos más salvajes del culto.
Volviendo al presente, Henrietta tomó una vieja copia de los años cuarenta de El culto de las brujas en Europa occidental para agregarlo al librero correspondiente según la nueva clasificación. La biblioteca de su tío era muy distinta a la biblioteca de cualquier otro etnólogo, salvo por las de los otros graduados de Miskatonic, probablemente. Allí confluían textos comunes que cabría esperar de cualquier otro erudito de dicha profesión, con los tratados y libros negros más extraños. Así, Ritos y simbología de Nueva Inglaterra, de Henry Armitage, compartía estante con algunas obras de Santo Tomás de Aquino. En otro estante, una copia en inglés con la traducción de John Dee del temible Necronomicón, de Abdul Alhazred, se apilaba entre el Unausspreclichen Kulten de Von Junzt y los fragmentos del Libro de Eibon.
Tomó el siguiente libro de la mesa: una edición de bolsillo que llevaba por título El rey de amarillo, de Robert W. Chambers. No le dio mayor importancia y lo colocó en el librero que había designado para literatura.
Se detuvo cuando se percató que nuevamente se le había hecho de noche mientras ordenaba la biblioteca. En los últimos días, eso era muy común. Se levantaba temprano, cerca de las siete de la mañana, y se acostaba casi a la media noche. En todo el día paraba únicamente para comer e ir al baño.
Soltó un suspiro de cansancio y dejó lo que hacía. Tal vez era buena idea hacerle caso a Michael y dejar el trabajo por un día. Era una niña de doce años, no se suponía que ella debía ordenar las cosas de su tío fallecido casi dos años atrás. Pero sentía que era su responsabilidad. Ella había heredado esa casa y todo lo que contenía, por más que sus padres conformistas se hubieran empeñado en que dejara todo eso y volviera a casa con ellos.
Los señores Biggle no estaban en un muy buen estado de ánimo esos días. Un par de meses atrás se había llevado a cabo el funeral de su hijo adoptivo, Bradley, tras un año y dos meses en los que había estado en el hospital. La mente del niño estaba completamente destruida. Las pruebas médicas habían arrojado algo que todos esperaban: daño masivo en el cerebro. Los neurólogos se percataron de que el daño era irreparable y además estaba aumentando. Luego de cinco meses, su estado empeoró hasta ser vegetativo. No más de un año después de eso, se le desconectó de los aparatos que le mantenían con vida.
Bradley Biggle, Mint-Berry Crunch, Gok'Zarah, murió.
Desde entonces, los Biggle habían estado insistiendo a su hija que volviera a casa, pero Henrietta estaba empeñada en permanecer en la casa de su tío. Aún había muchas cosas allí que tenía que hacer. Papeles que ordenar, libros que revisar. No dejaría eso en manos de alguna persona externa, por más que los colegas de su tío insistieran en que no era trabajo para una simple niña. Si solo supieran. Ella estaba completamente al tanto de la verdadera investigación de Edmund Biggle, que no tenía nada que ver con las antiguas religiones Amerindias, sino con los temibles dioses cósmicos de los que pocos en la actualidad conocían.
Henrietta se encaminó en dirección a las puertas dobles que salían justo frente a la escalera del salón principal de la casa. Se dirigió a la planta baja con dirección a la cocina. Sacó lo primero que encontró en el refrigerador: un plato de comida precocinada para el horno de microondas. Mientras la charola giraba en el interior del aparato, se preparó una taza de café puro. Finalmente, se sentó a cenar sola en la mesa de la cocina, como tantas noches venía haciendo.
Ella sabía muy bien cuál era su misión, lo que Edmund Biggle, su tío, le había encomendado. Recordó la lectura del testamento de un año atrás. Su conformista padre no había entendido, y por supuesto tampoco el abogado, el mensaje que aquel documento notariado guardaba para ella. Le había encargado la misión de continuar formándose y proseguir en dónde él se había quedado. Y en una carta, al parecer escrita apresuradamente y enviada a su abogado apenas una semana antes de su deceso, le pedía continuará ayudando al Hijo de Shub-Niggurath.
«Tengo la certeza de que es tu misión asegurarte de que él triunfe. El horror se reviste de formas desconocidas, y estará acechando, pero eres lo suficientemente fuerte para soportarlo. Él necesitará esa fuerza».
No tenía intención de fallar en esa misión.
Ella era la heredera de todo cuanto Edmund Biggle tenía, tanto de lo material como del conocimiento. El profesor Carter, ejecutor momentáneo y albacea de todo hasta que Henrietta cumpliera la mayoría de edad –o se emancipara a los dieciséis años, como era su plan– le había confiado luego de la lectura algo más:
Mucho tiempo atrás, había visitado a los sacerdotes Nasht y Kaman-Thah, de la caverna de fuego, quienes le habían mostrado una visión en la columna de fuego de su templo subterráneo. Allí contempló a una hechicera poderosa nacida de uno de sus alumnos, quien ayudaría a formar a quien finalmente serviría como el vínculo definitivo entre la humanidad y los dioses.
Carter estaba convencido de que esa hechicera era ella. Para tener once años, había conocido y perfeccionado muchos de los conjuros del Necronomicón e, incluso, ahora contaba con la ayuda de Yog-Sothoth. Edmund Biggle no era su padre biológico, ciertamente, aunque sí era el mentor que la había guiado en todo momento, asegurándose de que se mantuviera a salvo en el camino, pero sin desalentar sus ansias de saber. Sin duda, ella había nacido como la hechicera que estaba destinada a ser gracias a él.
Y McCormick era el vínculo.
Kenneth McCormick era sin duda un enigma para Henrietta. Quien podría decir que aquel chico pobre, de actitud usualmente pícara, en realidad guardaba esos poderes. Quien iba a decir que alguien como él podía ser el vínculo definitivo entre la humanidad y los dioses.
Terminó de comer y regresó a la biblioteca. Tenía aún muchas cosas que ordenar, mucho trabajo por hacer, antes de que oficialmente McCormick y su grupo de conformistas héroes pudieran dejar el sótano de los Cartman y pasar a ocupar esa mansión como su centro de operaciones. No tenía duda alguna de que eso era lo que tenía que pasar. Si iba a ayudar a McCormick, era necesario tener un lugar privado, no muy lejos del pueblo, en el cual poder reunirse lejos de miradas indiscretas... Aunque eso significaba tener que soportar al resto de esos payasos.
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Universo Lovecraft-Park
FanfictionCthulhu había sido derrotado, Mint-Berry Crunch le había robado su oportunidad de entender quién o qué era realmente; pero eso no significaba que fuera a rendirse tan fácilmente. Kenny continuaría investigando sobre «El Necronomicón», sobre los Anti...