27| UN HOMBRE COMO USTED

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En lo inhóspito del bosque, donde los enormes árboles cubren casi por completo la vista de los cerros, un grupo de mineros ha estado haciendo su labor.

La economía de Sirgo siempre fue basada en sus telas, en sus sedas suaves, exportación de algodón y cultivos que únicamente crecen en sus tierras. Convirtiéndolo así, en un reino en crecimiento y desarrollo, o al menos así eran considerados antes de que Megrana amenazara con invadir el reino tras encontrar a los príncipes enredados en la cama. Una historia que todo el mundo conocía, pues al ser el actual rey de Sirgo el protagonista de aquel escándalo, no existía alma en este mundo que fuera ignorante a ese dato.

Después de firmar aquel acuerdo, que les costó a sus majestades una suma de dinero exorbitante, poco a poco el pueblo fue padeciendo de hambre, y eran las familias nobles, los únicos que tenían el privilegio de gozar de un buen plato de comida sobre su mesa, de atención médica inmediata y una lista infinita de cosas que les fueron arrebatados a los plebeyos por causa de Jeon Jungkook y su libido elevado.

Afortunadamente y gracias a la unión de los Kim con la familia Real, la situación del reino fue mejorando gradualmente, y la inversión que hizo el Rey Min, también contribuyó bastante, aunque a estás alturas, y después del escándalo armado en el reino de Percia, aquel proyecto quedó en pausa, o, mejor dicho, desechado por traición.

Pero eso es algo que todo el mundo sabe; lo que en realidad resulta impresionante, es el hecho de que, por las noches, los cantos graves de algunos hombres logren escucharse en medio del bosque. Que el pico de un objeto punzante retumbe hasta el punto de hacer a los animales silvestres huir a los pueblos cercanos.

Tres comerciantes de Sirgo, quienes se encargaban de viajar por el territorio con frecuencia, habían salido del tercer pueblo más cercano a la capital; con sus caballos sobre cargados de mercancía que no habían logrado vender, y con la esperanza de que al llegar a la capital, la suerte les sonriera con dinero, quizás alguna cama cómoda para descansar y un plato caliente de comida caliente. Fue tanto su cansancio y ansias por poder disfrutar de las ganancias de su mercancía, que tomaron un atajo, escabulléndose en lo más profundo de los bosques, para evitar las rutas transitadas, arriesgándose a que algún animal pudiera quitarles la vida, o que los ladrones terminarán por arrebatarles su único sustento.

Estaba desesperados, llevaban meses andando, sus pies estaban repletos de ampollas y callos por la pesada caminata, sus ropas totalmente sucias y olorosas; y ni hablar de su aspecto físico, porque sus barbas descuidadas al igual que su cabello brilloso, indicaban que no habían tomado un baño en bastante tiempo.

Antes de caer la noche, y aprovechando al máxima la tenue luz de la esfera de fuego en el firmamento, estos viajeros estuvieron a punto de armar su campamento, cuando fueron testigos de aquel sonido que llevaba meses atemorizado a los pueblos que rodeaban aquel bosque. Parecía un picoteo constante, objetos arrastrados por el suelo y una melodía que se repetía sin cesar.

Creyéndose valientes, y siéndole fiel a su naturaleza curiosa, ataron sus caballos en los troncos más alejados de dónde creían provenía dicho sonido, y esperando no ser atrapados por aquellas bestias desconocidas, se adentraron a los cerros, cruzando torpemente la maleza seca, e iluminando su camino con una lámpara de aceite que apenas lograba salvarlos de chocar con los troncos gruesos que hacían su andar cada vez más complicado, como si estuvieran advirtiéndoles que no cruzarán más. Pero esos hombres resultaron ser tan entrometidos y testarudos, que no se rindieron a pesar de tropezar y rasgarse los brazos con las ramas secas; siguieron con cautela el sendero marcado por las ondas sonoras.

El tiempo de búsqueda se extendió más de lo estimado, y después de dar varias vueltas sin aparente rumbo, por fin lograron encontrar algo. A lo lejos, sus ojos se vieron presos de una mancha roja y titilante en lo profundo de la montaña, dónde las rocas son gruesas y filosas. Un lugar que tan árido que ni siquiera los animales frecuentaban.

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