32| JAZMÍN EN FLORACIÓN

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En cuanto sus ojos se abrieron dejando atrás el plácido mundo de los sueños, su brazo se movió por mera costumbre hacia el otro lado de la cama, encontrando nuevamente ese espacio vacío a su costado. Desconcertado, talló sus ojos con sus manos, intentando despabilarse por completo; mareándose por el abrupto movimiento y sintiendo sus sienes punzar de dolor debido a la embriaguez a la que se sometió. Aún con su cuerpo cansado, y la comida regresando hasta su garganta, el monarca no pudo evitar sentirse reconfortado cuando las imágenes de lo sucedido el día anterior chocaron contra su pecho una tras otra, sin darle tregua.

Desde que pidió tomar su mano y guiarlo al pueblo, donde compartieron vivencias inimaginables, sus almas parecieron conectar nuevamente, y su pasado quedó sepultado debajo de la tierra; su sonrisa, y esa manera tan viva con la que se movía y hablaba, su cabello revuelto por el viento, y esos ojos que suplicaban salvación. Aún podía sentir sus labios danzar sobre su piel, sus manos punzaban ante la memoria de su suavidad, y su virilidad, continuaba sedienta de su humedad. Lo amó como nunca, le entregó todo y más de él, besó sus labios hasta casi romperlos y lo hizo suplicar por más de sus caricias. Todo lo que alguna vez pudo desear se hizo realidad en esa fría tarde de invierno, pero ahora, su almohada era su única compañía, y el silencio, su absoluta certeza.

Tragando en seco, Jungkook se levantó de su cama, y apenas enfocó su vista en el suelo, pudo encontrar las prendas de su consorte regadas por todo el lugar; sus zapatos, su camisa, e inclusive, su ropa interior. Lo que le terminó de confirmar, que no había tenido un sueño húmedo, sino que, realmente había tomado como suyo al dueño de su corazón.

Una sonrisa se pintó en su rostro, estúpida e ingenua por saberse vencedor en esa guerra que él mismo comenzó. Tocó la campanilla que colgaba del dosel de su cama, y las sirvientas entraron a toda prisa, recogiendo las prendas olvidadas del suelo, como si supieran con antelación que las encontrarían por ahí; al igual que, le entregaron un cuenco de sopa caliente que solía tomar sin falta después de una noche de tragos.

Era más que evidente que Taehyung había dado la orden de llevarle el desayuno junto a esa medicina; y fue por ese motivo que se negó a recibir su baño matutino, simplemente optó por vestirse apresuradamente; demasiado ansioso por iniciar esa nueva vida, por caminar junto a él, el sendero que prometía prosperidad y absoluta felicidad.

-¿Dónde está Taehyung?- preguntó finalmente, saliendo completamente vestido del biombo en la esquina de su habitación, luciendo desalineado por la premura que tenía por partir.

-En sus aposentos, majestad...

-Díganle a la reina madre que no se moleste en venir hasta aquí-, se apresuró a decir, sabiendo de sobra que su madre ya estaría enterada que compartió la cama con su esposo-. Pídale al notario Real, que prepare el documento que anule por completo aquella absurda regla. Mi consorte podrá entrar a mis aposentos el día que le plazca y a la hora que sea.

-Si me permite...

-No-, interrumpió tajante-. No aceptaré ninguna opinión. Hagan lo que les he dicho, y preparen una reunión con mi hermana. La veré antes de caer la noche en el salón trasero.

Jungkook no les dio tiempo de hacer o decir nada más, su autoridad y esa presencia imponente actuando como sedante ante la imprudencia; o en este caso, una advertencia para la adversidad que todos sabían que vendría, pues el azabache se movió con urgencia por el interior de las habitaciones, irradiando plenitud, sin saber, que del otro extremo de la enorme construcción, se encontraba Taehyung en una posición bastante comprometedora, con un hombre de dudosa moral, y un historial tan manchado como el del mismo Rey.

Los aposentos, tanto del consorte, como del monarca, estaban conectados por la habitación marital en el medio, esa misma que fue dejada al olvido la noche anterior cuando decidieron unir sus cuerpos nuevamente, y que en ese momento, le sirvió a Jungkook para minimizar las habladurías por parte de su personal, y por supuesto, evitar la cantaleta que su madre le daría.

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