⦗𝟏𝟖⦘ 一𝐌𝐢𝐞𝐝𝐨.

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La rehabilitación de una enfermedad como lo era el hanahaki era dura. Las flores empezaban a recogerse y marchitarse desde adentro, más seguían en sus pulmones, lo que significaba que tenían que salir de alguna forma. Escupir pétalos y flores había vuelto a ser parte de su rutina diaria, y a pesar de que se supone que estaba mejorando las recaídas durante el proceso eran inevitables. Sentir las raíces despegarse de su pecho era doloroso, y aunque las flores se irían, el daño ya estaba hecho, y no desaparecería así como así.

Era difícil.

Había días en los que debía quedarse horas frente al retrete, viendo los narcisos deshechos y medio podridos mezclarse con su sangre en una especie de espiral putrefacto cada que tiraba de la cadena del baño. Respirar dolía. El aire que pasaba por sus pulmones le raspaba la tráquea como una lija y sentía que le apuñalaban el torso cada que sus pulmones se inflaban y desinflaban, dando la impresión de estar ahuecados, como si las raíces hubieran roto el tejido y ahora cada que intentaba tomar aire se escapara para llegar a todas partes menos a dónde debería.

Joder, era difícil.

Su cuerpo se había desacostumbrado a hacer cosas básicas, y había tenido que aprender a hacer gran variedad de actividades relacionadas con el sistema locomotor desde cero, como un recién nacido. Odiaba como sus piernas temblaban cada que intentaba levantarse y dar un par de pasos. Odiaba como su boca parecía haber olvidado cómo pronunciar las palabras. Odiaba como sus manos se habían vuelto tan torpes que no podía comer por su cuenta.

Odiaba lo inútil que se había vuelto desde que despertó.

Pero a pesar de todo, ellos estuvieron ahí.

Hinata se mantenía a su lado, palmeándole la espalda con cariño cada que debía escupir los restos de la enfermedad, agachada a su derecha por horas a pesar de que las piernas se le acalambraran y los pies se le quedaran dormidos.

Sakura se había autoimpuesto el título de maestra, y había sido más paciente con él durante esas pocas semanas de lo que lo había sido toda su vida. Le llevaba cuadernillos y lápices para que escribiera y no parecía importarle que tuviera la misma caligrafía que un niño de preescolar.

Kiba acudía a todas sus sesiones de rehabilitación física, ayudándolo a pasearse de un lado del cuarto a otro, con uno de los brazos del rubio sobre sus hombros y sosteniendo parte de su peso para que sus piernas se acostumbraran a desplazarse por sí mismas de nuevo.

Y Sasuke.

Oh, Sasuke.

El chico parecía no querer alejarse de su lado. Sabía que salía de la escuela directamente al hospital, y lo seguía de un lado al otro como un perro faldero. Estaba ahí en el baño junto a él y Hinata, recostado en la puerta y mirando desde lejos con una expresión que le era difícil de comprender. Estaba ahí cuando Sakura le enseñaba a escribir y hablar, sentado en una silla y preparado para ayudar en lo que necesitaran. Estaba ahí cuando Kiba lo arrastraba por los pasillos del hospital cuando su cuarto empezó a volverse un salón de entrenamiento demasiado pequeño, siguiéndolos ni tan lejos ni tan cerca. Sasuke siempre estaba a su lado. Sasuke siempre estaba al pendiente de él. Sasuke siempre le ayudaba en lo que necesitara así no se lo hubiera pedido.

Y aun así, Sasuke estaba tan distante...

Las conversaciones entre ambos eran tan tensas que le eran más agotadoras que las sesiones con Kiba, y el ambiente podía ponerse tan pesado que el silencio se volvía asfixiante, pero romperlo se sentía como un crimen, así que se esforzaba en respirar lo más silenciosamente posible, así le quemara el pecho y el aire le faltara.

Podía distinguir la mirada que el Uchiha le dedicaba cuando pensaba que no estaba poniendo atención, y era una mezcla tan intensa y caótica de emociones y sentimientos encontrados que casi nunca podía entender que estaba sintiendo el chico, a pesar de siempre haberse mofado de poder ver a través suyo.

𝐇𝐞𝐚𝐭𝐡𝐞𝐫Donde viven las historias. Descúbrelo ahora