Dieciocho.

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Había perdido la cuenta del tiempo que llevaba conduciendo de tanto sobrepensar en todo. Inicié analizando la razón por la que me fui y terminé imaginando que mataba a alguien para poder ir a la cárcel y comer gratis. Miré la aguja que marcaba el nivel de combustible y, si no paraba en los próximos quince mimutos en una estación, nos quedaríamos varados en el camino.

Pete no habló, no había ni siquiera rechistado o preguntado hacia donde íbamos. Estoy segura que si me dirigía al desierto a morir de inanición, él no se habría quejado. Y yo, yo tampoco hablé. Había tantas cosas en mi cabeza que explicar lo que había sucedido era lo último que iba a salir de mi boca. Lo único que sonaba era el aire colándose dentro del auto y algunos golpesitos que Pete le daba a su pierna ansiosamente.

Jamás había pensado que mis padres se comportaran de esa manera. Es decir, siempre ejercieron presión sobre mi en cuanto a mi futuro, pero no paraban de decir que me apoyarían en todo.

Y claramente no había sido cierto.

Estaba muy decepcionada, enojada, todas las emociones negativas que un ser podría experimentar. Mis manos dolían aparte de todo, durante todo el camino venía apretando el volante como si mi vida dependiera de ello, y comenzaba a pasarme la cuenta aquella acción.

¿Qué carajos voy a hacer ahora? rebelarme contra mis padres y defender mis sueños había sido loco, pero no me puse a pensar en que ellos me mantenían. Necesito buscar un trabajo y un lugar donde vivir, Pete podría aceptarme en su apartamento, pero debo ayudarle con el alquiler, los gastos, la comida... es una mierda total.

La crisis económica y la falta de empleos está terrible, si consigues ser un esclavo con casi nada de paga eres privilegiado. Y estoy segura de que no habrá muchos lugares en los que acepten a una adolescente de diecisiete años que aún no ha terminado la preparatoria y no es para nada amigable.

A lo lejos vi el letrero de una estación y un bajo porcentaje de estrés que se había acumulado sobre eso, desapareció. Al acercarme, aparqué en un lugar disponible y marqué la cantidad de gasolina que quería cargar. Pete se bajó del auto detrás de mi y, pensativo, se acercó a darme un abrazo.

Al principio me mostré indiferente, no me moví ni un centímetro de donde estaba, pero carajo, sí que necesitaba aquél abrazo. Mis manos que antes estaban entralazadas sobre mi pecho, se dirigieron a los costados de mi amigo, tomándolo con fuerza. Sus manos comenzaron a dar un suave masaje en mi espalda y dio un beso en mi cabeza.

-Estoy aquí, Jolenne. Siempre estaré aquí -susurró, dándome tranquilidad.

No tardaron en salir esas lágrimas que venía guardando en el camino. Se sentían pesadas, como si estuvieran llenas de picos, me lastimaban y no quería que salieran más, pero no podía dejar de llorar.

Probablemente los que estaban cargando gasolina habrían pensado que Pete terminó conmigo y le estaba rogando que no se fuera, pero no me importaba en lo más mínimo.

-Siento haberte traído hasta aquí -respondí en un sollozo.

-Ey, no hay problema, ¿sí? -tomó mi cabeza entre sus manos y me miró a los ojos-. Sé que manejar es como terapia para ti. Aparte me gusta ser tu copiloto.

Sonreí levemente -. Gracias -sorví los mocos que sentía en mi nariz. Qué asco.

Revolvió mi cabello y se adelantó a quitar la manguera de gasolina del auto y la puso en su lugar. Sacó dinero de su billetera y la pagó -. Hey no, Pete. Yo la pago -me acerqué y saqué el dinero de mi chaqueta.

-Déjame te digo que si la pagas, te arrepentirás. Eres independiente ahora, y pobre. Debes ahorrar.

Eso había sido crudo, pero realista. Regresé el dinero a mi bolsillo y asentí, subiéndome de nuevo al auto. Pete hizo lo mismo.

Nothing else matters ☆━ Kirk HammettDonde viven las historias. Descúbrelo ahora