—Hola, Víctor, pasa.
—Hola, señora Barker.
Desde hacía dos años, mantenían el mismo diálogo cada vez que Frida Barker abría la puerta, sin variar palabra alguna salvo algún "¿Está lloviendo mucho?" o "¡Qué frío hace hoy!", nada más allá. Ni el uno ni la otra ponían de su parte por ahondar más allá de un mísero saludo cordial. Ni siquiera se sonreían. La sobriedad envolvía esas caderas y ese pecho firme. Frida era una mujer relativamente joven para tener un hijo rondando los veintidós años.
Lo condujo hasta el salón, pequeño, de paredes blancas, pero decorado con cuadros y fotografías de paisajes bellísimos. Una ventana grande de dos hojas daba a un balcón dominado por macetas y plantas. Los muebles eran simples, un sofá, un sillón, la típica mesa de café y un mueble de madera clara con un televisor encima. Víctor se fijó en una balda sobre la televisión, en ella estaban las únicas fotografías con rostros humanos: Bryan y Frida juntos, o Bryan en solitario de pequeño. Esa tarde, la fémina decidió romper con la fórmula dialogal de siempre.
— ¿Tenéis clase? No llevas mochila. —Víctor pensó de manera sarcástica que se merecía un premio a la obviedad, de hecho estuvo a punto de soltar un comentario respecto a esos pensamientos. Frida se adelantó hablando de nuevo en un tono excesivamente alto— ¡Bryan, sal, Víctor está aquí! —Aquello pilló por sorpresa al joven, haciéndole parpadear varias veces.
—Eh... No, no tenemos clase hoy... —respondió. Optó por ahorrarse su opinión sobre ese espectáculo digno de un mercadillo.
— ¿Y qué haces aquí entonces? —Cuán maleducado sonaba eso. La ofensa no era la pregunta en sí, era el tono usado, denotaba que no estaba del todo contenta con su presencia. Y luego el asocial era él. Víctor agachó el rostro.
—Porque su hijo me ha invitado... —contestó. Demasiado tímido como para responderle a la grosería como debiere. Se preguntó qué diablos hacía allí, por qué no estaba devorando un bol enorme de palomitas viendo una de sus series favoritas junto a sus amigos. En lugar de ello estaba a solas con una mujer que lo miraba como si ese no fuese su lugar, aunque quizás era Víctor el que nunca se sentía en su lugar.
—Hola —saludó Bryan entrando, sonriente. La camiseta negra entallada con cuello en pico le quedaba muy bien. Demasiado bien, de hecho. Víctor sintió alivio de verlo tras esos instantes de incomodidad.
—Buenas tardes... —murmuró como respuesta, acercándose para saludarlo. Y sucedió como suceden las cosas, de manera espontánea, sin previo aviso. Dos besos, simples, llanos, en la mejilla. El contacto físico siempre aterró a Víctor, a excepción de que proviniese exactamente cuatro personas, y Bryan no era estaba en esa lista. No sintió la conocida necesidad de evitar el contacto, no reaccionó esquivando de manera poco disimulada como lo solía hacer. El mayor había traspaso la barrera que separaba el terreno verbal del físico por primera vez con un resultado que se podría catalogar como "bueno" al no recibir desplante alguno. Quedó en silencio, mirando los ojos ajenos desde abajo por su posición encogida típica en él y los centímetros extras que le sacaba el mayor. Un rubor de manzana, ligero, meras pinceladas de timidez, tiñó su mejillas.
—Yo me voy a hacer unos recados. —La voz de Frida lo hizo volver a la realidad—. Volveré a la hora de la cena.
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Tú antes volabas. [LEER DESCRIPCIÓN]
RomanceVíctor Collingwood es un chico de veinte años. Pocos conocen su pasado, y menos personas aún saben por qué se escuda en la soledad casi absoluta, por qué tiene miedo a relacionarse con las personas. Hasta que un día, apareció él. ACTUALIZACIÓN [2022...