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Ese día una vida acabaría antes de florecer y otra quedaría cambiada para siempre. En la soledad de la sala en la que tendría lugar la intervención, Kenna buceaba entre sus propios pensamientos y emociones. "Es lo correcto", se decía una y otra vez, "es un bebé no deseado". Otra voz interna, posiblemente perteneciente a los remordimientos siempre intervenía con un "esa criatura no tiene la culpa". Esa criatura no tiene la culpa. Se acarició el vientre. Esa criatura no podía ser culpada por sus errores y tener un padre biológico más inútil que un grano en el culo.

Cuando era pequeña imaginaba su vida en una casa a las afueras, un marido más atractivo que Brad Pitt y una reputación como abogada labrada con esfuerzo. En esa imagen bucólica tenía hijos con ¿qué edad, treinta años quizás? No a los veintiuno. ¿Qué futuro le esperaba si paría al vástago de Barton? Posiblemente abandonar sus estudios, buscar trabajo, sacrificar ese futuro tan brillante que la sonreía cada vez que aprobaba un trabajo o examen. Tan ensimismada estaba que no oyó al doctor Fleming entrar.

—¿Ya está todo listo, doctor? —preguntó distraída.

—Aún no. Quería hablar contigo primero. —Se sentó a su lado. La miró directamente con sus ojos grises tan característicos—. ¿Estás segura de que quieres esto?

—Sí —vaciló un poco en su respuesta.

—Es una decisión muy importante que te marcará para siempre y no tiene vuelta atrás. Aún estamos a tiempo de pararlo todo.

—¿A qué se debe esto, doctor? ¿No debería practicarme el aborto y no preocuparse por esto? —Confusa como estaba, atinó a decir aquello.

—He visto a chicas de tu edad abortar y después pasar por depresiones gigantescas por arrepentirse. No quiero que pases por eso. ¿Estás segura de que que quieres continuar?

En la encrucijada entre lo correcto y lo que le convenía, las señales hacia cada una de las direcciones se disiparon como niebla por las palabras del doctor. Si ya tenía dudas, eso le originó más. 

* * *

Hacía tiempo en el que enfrentarse al espejo ya no le daba miedo; algo tan simple como mirarse desnudo tras tomar una ducha, antaño una proeza hercúlea, ya era algo rutinario y que no le originaba el asco de antes. Fue vistiendo su desnudez con la ropa elegida cuidadosamente por su compañera de piso: pantalones de vestir, camisa púrpura y entallada para que se pegase a su cuerpo, corbata y chaleco negros. Toda esa parafernalia se le antojaba harta innecesaria.

—¡Maldita corbata! ¡No hay quien le haga un nudo!

—¿Qué te pasa ya, quejica? —La castaña entró al cuarto de Víctor—. Déjame a mí. Desde luego hay cosas que los hombres nunca sabréis hacer.

—Si no me obligases a llevarla no habría estos problemas —gruñó.

—Es la graduación de tu novio, tienes que ir bien guapo.

Ella misma estaba invitada al evento que se celebraba con gran pompa en la universidad. Con la excusa se compró un vestido sin tirantes de color blanco, con volumen y una cinta de raso marrón en el abdomen, tacones de vértigo a juego. No iba a desaprovechar la oportunidad de lucir su coquetería. El cabello lo llevaba liso. 

—El protagonista es él, yo soy el secundario. Con una camisa cualquiera sobraba.

—No. ¡Pero mira que bien te queda el púrpura, ni a Killgrave! —Terminó de arreglarle la corbata y el cuello de la camisa.

Tú antes volabas. [LEER DESCRIPCIÓN]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora