Víctor apoyó la frente en el frío cristal de la ventana de su habitación. El cielo de Londres amenazaba con lluvia, mas aún no comenzaba a verter lágrimas. Una hoja del calendario cayó para darle paso a noviembre. En ese último mes, las citas con Bryan se hicieron más frecuentes, llegando al punto de tres en la última semana del mes, cuatro contando con su clase semanal. Siempre tenían alguna lectura o film para comentar, y si no, para ver. En esos treinta y un días Víctor supo muchas cosas de Bryan, la facilidad que tenía este para abrirse a las personas era fascinante. Víctor se mantuvo siempre distante, tratando de no narrar sobre su vida más de lo estrictamente necesario.
Cerró los ojos, su mente dio un salto a las últimas sesiones con la doctora Thompson. Aún no se había concienciado de la realidad a la que se enfrentaba ese día. Podía sentir su pulso acelerándose al recordar el instante en el que conoció el contenido de la famosa carta del doctor Strauss: sino engordaba en ese mes un mínimo un kilo sería internado. Por mucho que Bonnie Thompson se centrase en concienciarlo en comer y eliminar ese miedo irracional a subirse a la báscula por la dificultad añadida, Víctor seguía en sus trece. Era una cifra realmente baja, no suponía un gran esfuerzo engordar un mísero kilo.
Los Hados parecían hacerle burla desde su reino de fantasía. Ni Kenna, ni Kit, ni si quiera la doctor Thompson podían acompañarlo a esa cita. Una idea se manifestó en su mente, iluminada, disipando ese miedo. Bryan. Podría pedirle que lo acompañase. Era descabellado al extremo de desechar la idea casi inmediatamente. Minutos más tarde llegó a la conclusión de que era preferible contarle ese pequeño secreto a Bryan que enfrentarse él solo a Strauss. El mar de dudas parecía ahogarle, y como siempre que eso ocurría, llamó a la cuerda más resistente que lo mantenía en la cordura.
—Al habla Bonnie Thompson.
—Doc... Doctora Thompson, soy Víctor.
—Hola, Víctor. Dime. ¿Es sobre la cita con el doctor Strauss?
—Sí. No... No puedo... No quiero ir solo, me da miedo.
—Sé que la prueba a la que te enfrentas es muy difícil, pero debes superarla solo esta vez.
—Precisamente sobre eso la llamaba... Verá, he... He pensado en... En pedirle a Bryan que me acompañase, pero... —no llegó a continuar la frase, la fémina pronto intervino.
—Creo que es una buena idea hacerlo.
—¿No cree que es muy pronto? —Bonnie suspiró.
—Lo es, pero por lo que me has contado, Bryan se ha ganado un voto de confianza. Tarde o temprano hubieses tenido que hacerlo.
—No quiero que vea lo débil que soy...
—No eres débil. Sólo eres un chico que trata sus problemas, eso te hace fuerte, el querer superarlos.
—Gracias, doctora.
—Ahora, llama a Bryan y dile que te acompañe, no dudes más. —El chico miró por la ventana. El cielo seguía con su mismo rostro sombrío.
* * *
Bryan jamás había estado en la consulta de un nutricionista, supuso que sería un nutricionista por los numerosos carteles de pirámides alimenticias y comida saludable que decoraban las paredes. Los miraba con curiosidad, por mucho que se dedicase a las humanidades, la medicina le llamaba muy ligeramente la atención, ese poder de ser capaz de salvar a las personas usando las manos. Ambos chicos estaban solos, a la espera del especialista. Víctor estaba encogido en su silla, como siempre, mirando hacia abajo. Era gracioso, llevaba puesta la chaqueta que Bryan le prestó aquella tarde que se dirigieron a bar español. "Quédatela, así nunca saldrás desabrigado", le dijo. Sin embargo el acompañante esa tarde llevaba una cazadora de color negro que le daba un toque sexy. La espera se alargaba ya hacia los diez minutos.
—No sabía que tuvieses problemas de... —comentó Bryan, tratando de romper el pesado silencio.
—Pues ya lo sabes —atajó Víctor. Comenzaba a pensar en esa muestra de confianza como un error. Ahora posiblemente lo juzgaría, vería sus debilidades, lo vería más expuesto de lo que jamás volvería verlo. Bryan calló por el corte. Sus intenciones de comentar algo de nuevo se desvanecieron con la entrada del doctor Strauss. Su nariz se veía más afilada que nunca, la bata jamás le había dado un aspecto tan terrorífico a un doctor. Tras unas escuetas presentaciones, la visita inició como siempre. Primero, Víctor le entregaba una lista con todo lo que había comido a lo largo de la semana, del mes ese caso, incluidas cantidades. Henry Strauss comentó, como hacía siempre, que necesitaba meter más grasas en las comidas. Víctor no seguía ninguna dieta calórica porque siempre que intentaba seguirla, jamás la cumplía más allá de tres días. Bryan miró con cierta preocupación a su alumno, no sabía que tuviese problemas de tal envergadura. Y el problema de la comida era el menor de ellos. Le dolió verlo así. Tal y como pensó el paciente, lo vio débil, sin embargo, lo que jamás hubiese sido capaz de vaticinar fue la llama que se le encendió en el pecho, un sentimiento de protección. Algo había florecido en su interior, sin saber exactamente el qué, que lo empujaba a querer proteger a Víctor, que abandonase ese estado de decadencia corporal.
—Ha llegado el momento de la verdad —dijo el doctor. No hizo falta decir nada más. Víctor se levantó, se deshizo de todas sus prendas hasta quedar en unos bóxer negros. Cerró los ojos cuando estuvo en la báscula. La cifra que esta diese podría ser demasiado terrorífica como para soportarlo. Bryan observó la espalda repleta de lunares de Víctor, recordaba a la de un dálmata, como los huesos se remarcaban bajo la piel, sus piernas, con aspecto de quebrarse con una fina brisa otoñal. El tatuaje en forma de mariposa negra le llamó realmente la atención. Strauss estaba tardando más de lo normal en decir algo de eso, el paciente abrió un ojo para mirarlo de reojo. El verlo con el ceño fruncido no daba esperanzas precisamente. Se acercó hasta su mesa y tomó una cinta métrica flexible—. Alza los brazos. —Así hizo. Le rodeó el cuerpo con la cinta, quedándose con la cifra que indicaba el diámetro de su cintura—. Puedes vestirte. —El silencio se hizo con la consulta otra vez. El doctor anotaba varias cosas en el expediente una vez se hubo sentado de nuevo. Esa espera de una noticia, buena o mala, era una tortura. Se sentó, pero esa vez no agachó su rostro como siempre, miró al frente, esperando lo que tuviese que decirle. Dio un respingo al sentir la calidez de dos dedos sobre su mano, que luego se convirtieron en cinco viajando por su palma hasta encontrar huecos entre los propios para hacer un agarre. Víctor miró ambas manos entrelazadas, y luego a Bryan. Este le dedicó una pequeña sonrisa mientras iniciaba una caricia con su dedo pulgar sobre el dorso. Cuando menos se lo esperaba, cuando aún estaba perdido en los ojos marrones de Bryan, el doctor habló—. Has engordado. —La noticia le hizo mirarlo algo incrédulo. Strauss seguía escribiendo en el expediente, sin levantar la vista.
—¿Cómo? —Era la primera vez que escuchaba tal cosa. Cuando engordaba, como mucho eran cien gramos, lo máximo, cuatrocientos gramos, algo que el doctor no calificaba como engordar en sí.
—Lo que has oído. Has engordado, un kilo y medio. —Sonrió—. Al fin me das una alegría, Víctor. Estoy orgulloso. —Sus palabras se vieron abaladas por el brillo de sus ojos marrones, el brillo del orgullo por el trabajo bien hecho. Lograr que Víctor engordase eso había costado años—. No sé por qué ahora sí y antes no, pero espero que continúes en esta línea. Enhorabuena.
No se lo creía, jamás pensó en la mera idea de oír esas palabras en boca de Henry Strauss. En los últimos días sus sueños se plagaron de hombres con batas blancas que lo obligaban a comer. Un apretón de Bryan en la mano le hizo saber que era real, que no era su imaginación. Por una vez, en mucho tiempo, veía la luz al final del túnel. Lejana, pequeña, pero una mota de esperanza a la que aferrarse. Sonrió a Bryan, quien le devolvió una sonrisa aún más ancha, después al doctor. Aquel día de principios de noviembre se convirtió en el inicio del renacer de Víctor Gabriel Collingwood.
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Tú antes volabas. [LEER DESCRIPCIÓN]
RomanceVíctor Collingwood es un chico de veinte años. Pocos conocen su pasado, y menos personas aún saben por qué se escuda en la soledad casi absoluta, por qué tiene miedo a relacionarse con las personas. Hasta que un día, apareció él. ACTUALIZACIÓN [2022...