I'm in love with Judas.

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La temperatura no requería de esa manta sobre sus hombros, la quería igualmente, necesitaba sentirse arropado. El ambiente era más frío para él a nivel de sensación. Todo era frío, todo era gris, todo carecía de sentido. Curiosa la forma en la una simple frase podía propiciar tu propia caída al vacío más profundo y helado. Era la mañana siguiente a la pelea y aún no se mentalizaba del todo a la situación. No dejaba de martirizarse por ser un estúpido bocazas que la jodió por perder los estribos. Era total culpable y lo reconocía.

—Toma. 

Su clavo ardiendo al que aferrarse, su pilar siempre que lo necesitaba le ofreció una taza de té. Kenna ya estaba al tanto de todo. Con el tono más suave que pudo le echó una buena bronca la tarde anterior. Al ver que él mismo se sentía suficientemente culpable dejó al lado las reprimendas. Pasó la noche junto a él.

—Gracias.

El té lo revitalizó un tanto. Su estómago vacío por casi veinticuatro horas lo agradeció con un gruñido. No tenía ganas absolutamente de nada. ¿Hasta qué punto Bryan se convirtió en su propia vida para sentirse así con su ausencia? El factor culpabilidad también tenía gran importancia. Se repetía mentalmente una y otra vez cuán idiota era. Dejó irse a la persona que más quería por un arrebato infantil e inmaduro.

—¿Cuánto tiempo vas a seguir haciéndote la víctima? Tanta autocompasión me empieza a mosquear. 

—¿Perdona? —El moreno la miró dolido.

—Estás haciéndote la víctima. No dudo que te duela. Le montaste un drama porque sí, él estará mucho más dolido que tú, créeme. Le hiciste creer que dudabas de sus sentimientos. Él lo dio todo por ti, estuvo ahí siempre que lo necesitaste, te cuida, te protege, y tú le dices eso. No es plato de buen gusto.

Trató de usar las palabras más suaves y menos dañinas dada la situación. No estaba dispuesta a ver como una pareja, a sus ojos, tan bonita como esa se convirtiese en humo por una rabieta de niño. De alguna forma u otra calaron hondo dentro del moreno.

—Tienes razón... —murmuró. Dio otro sorbo a la taza—. Le hice pensar lo que no es. Le quiero, joder. Mucho. 

—Entonces ya sabes qué hacer. —Le quitó la taza de las manos—. ¿Por qué no estás en la ducha y poniéndote guapo para ir a verlo? 

Era difícil encontrar el valor para reconocer los errores. Era difícil enfrentarse a los problemas con las heridas aún en carne viva, sin cicatrizar, era como echar sal encima de ellas y esperar a que no escociese. Quizá en otra situación distinta lo mejor fuese esperar. En esa, desde luego que no. Cuando un corazón se enfriaba era muy difícil que volviese a latir. 

Por el camino hasta la casa de Bryan compró una rosa a un vendedor de la calle. No era nada, una simple flor, pero una flor preciosa. Tardó cinco minutos en atreverse a tocar el timbre, cinco minutos de paseos interminables por el rellano buscando las palabras adecuadas. El corazón le iba a reventar las costillas. Hinchó los pulmones de aire cuando la puerta se abrió. Lo que vio le dejó un poco descolocado. Escondió la flor a su espalda.

—Hola, ¿querías algo? 

Le hablaba una chica quizás un año o dos menor, cabellos dorados y piel gruesa. Se notaba un moreno natural a fuerza del sol, posiblemente viviese en la costa o pasase mucho tiempo frente al mar. Su cuerpo atlético estaba tapado por una camiseta de Bryan que le quedaba notoriamente grande. Víctor sabía que era de él, se la vio puesta mil veces. El aire desaliñado y los párpados hinchados sin duda dejaban claro que la chica durmió en la casa esa noche y que recién despertaba. Parpadeó varias veces antes de hablar.

—No, nada. Me... Me he equivocado de puerta, lo siento.  

—No pasa nada, todos nos equivocamos. —Encogió los hombros—. Adiós. 

Tú antes volabas. [LEER DESCRIPCIÓN]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora