Siobhan miraba desde su posición privilegiada el manto de edificios que cubría a Londres. El último piso del segundo edificio empresarial más alto de toda la ciudad le pertenecía. Allí hacía y deshacía cuanto le daba la gana, para algo estaba al frente de la empresa. La pared que daba a la calle era de cristal liso y translúcido. Pequeñas motas amarillas indicaban que las farolas estaban siendo prendidas; la noche tomaba posesión de los cielos. Sin descruzar los brazos paseó por la larga pared.
—Todos tan diminutos y a la vez tan grandes —murmuró. Desde esa altura podía ver cuán pequeño era el ser humano respecto al mundo, y también lo grande que se creía cuando no era más que un animal más. Con capacidad de raciocinio, pero seguían siendo animales. Cada día la prensa se encargaba de recordarlo con brutales asesinatos por cuestiones ideológicas o conceptuales creadas por ellos mismos.
Sintió un ligero escalofrío. Pensar en esas cosas siempre le hacía querer darle la vuelta al reloj. La visión de los cadáveres aún la hacían temblar después de tres. En su juventud jugaba a ser Dios en un laboratorio, investigando cosas inverosímiles para los más aférrimos a la fe de cualquier tipo, manipulando órganos animales y células madre, pero ver vidas humanas arrancadas de su cuerpo siempre le partiría el alma. Cerró los ojos. La imagen del cadáver de Isidro Narváez, padre de Víctor, la golpeó de lleno, fue una de sus peores experiencias. En sueños aparecía su rostro pálido a recordarle ese día. Abrió los ojos al oír su teléfono móvil sonar. Con dos pasos se acercó a la mesa y lo descolgó. Era un teléfono cuyo número dos personas tenían, siendo una de ellas Aron. Y precisamente él no era el otro interlocutor.
—Ya tengo las fotos del chico. Mañana te las daré —dijo directamente al acercase el aparato a la oreja.
Su interlocutor colgó sin mencionar palabra alguna en la breve conversación. Siobhan se sentó en la silla de cuero con ruedas. Se quitó del cuello una pequeña cadena de la cual pendía una llavecita, la de un cajón de su escritorio. Sacó del interior una carpeta repleta de fotografías de Víctor. En algunas de ellas salía solo entrando a la facultad, otras con Bryan o Kenna. Se fijó en una de los dos chicos unidos por las manos.
—Tienes buen gusto, desde luego.
Sonrió. Guardó la carpeta en su maletín y se dispuso a marcharse. El día se había alargado demasiado.
* * *
Bryan marcó el número despacio, como si al hacerlo lento nunca se fuese a efectuar la llamada. Era algo que debía hacer antes de que pasase más tiempo. Kenna amenazándolo otra vez no formaba parte de sus pensamientos. Con una vez y un recordatorio tuvo suficiente. Utilizó el móvil de esta, prestado por ella misma para la llamada, ya que tenía una tarifa especial para que las llamadas a España fuesen más baratas.
—Hola hermana, vaya sorpresa me has dado, pensaba que me llamarías más tarde. —La voz de Kit le retumbó en el oído. Ese timbre ligeramente ronco seguía sin gustarle. Y jamás le gustaría.
—Soy Bryan.
—Ah... —sonó decepcionado. Gruñó—. ¿Llamas para amenazarme con arrancarme la cabeza? Lo digo por grabar la conversación para tener pruebas. —Habría madurado, pero la chulería innata en él tardaría en desaparecer. Bryan apretó el puño.
—No. Sólo quiero hablar.
—Esto sí que me pilla por sorpresa. Tú dirás.
—Es sobre... sobre algo. Hace unos días le mandaste unos mensajes a Víctor. Los borré antes de que los viese. —Silencio. Siguió hablando—. Él desconoce por completo la existencia de esos mensajes, no quería que supiese de ellos.
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Tú antes volabas. [LEER DESCRIPCIÓN]
RomanceVíctor Collingwood es un chico de veinte años. Pocos conocen su pasado, y menos personas aún saben por qué se escuda en la soledad casi absoluta, por qué tiene miedo a relacionarse con las personas. Hasta que un día, apareció él. ACTUALIZACIÓN [2022...