XXXIII.

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Lena POV.

Podría sonreír cómo una tonta complacida por el resto de mi vida por recordar a detalle cada segundo de nuestra apasionada reconciliación y quizás lo haga, porque qué deliciosa forma tuvo Kara de hacerme saber qué me había perdonado completamente la reverenda estupidez qué en mala hora cometí, pero después de padecer su lejanía y no poder estar con ella cómo tanto quiero y necesito, me dejó bastante claro qué no puedo volver a echar todo a perder con Kara, porque de ser así me costaría mucho más qué nuestro amor y perdería la familia qué estamos formando juntas ahora qué ella está embarazada, y eso es  sencillamente impensable para mí.

Y luego de la forma en qué me acorraló en su cocina, exigiendo y demandando absolutamente todo de mi cuerpo, recuerdo qué sólo pude fundirme voluntariosamente con el suyo hasta llevarnos ambas a la cima del placer, qué tanto nos hacía falta a más dos sobre la isla de su elegante cocina y sé qué nunca podré volver a ver su cocina sin pensar en la forma en la qué Kara, mi hermosa rubia, qué volvía a ser mi mujer; me recibía tan abierta y dispuesta a todo lo qué podía darle y le dí todo de mí con toda la pasión y el deseo qué siento por mí hermosa novia y mientras nos hacíamos el amor con tanta y desbordante lujuria, sabiendo qué ella tiene en su vientre a nuestro hijo, me terminó de volver loca de necesidad y me consumí en su cuerpo en esa cocina, y luego contra la pared en el largo pasillo con dirección a las escaleras mientras buscábamos a tientas llegar a su habitación, y no pudimos contenernos de amarnos sobre el enorme sofá de su amplia sala; y para cuándo llegamos a nuestro tercer orgasmo, no pudimos hacer más qué dejarnos caer totalmente saciada y si fuerzas sobre el frío piso de su sala, tan nubladas de la dicha postorgásmica qué nos habíamos causado una y otra vez con tantas ganas.

Me tiembla todo el cuerpo desde mi posición, por sólo recordarnos así de entrelazadas estando tan desnudas, después de terminar nuestra pequeña maratón de amor,  y mientras comíamos el desayuno qué había preparado para ambas y qué para entonces estaba tan frío por todo el tiempo qué lo ignoramos, estando más dedicadas a amarnos intensamente; y luego, con nuestros cuerpos recuperándose y llenándose de energía nuevamente y tan insaciables cómo siempre, nos llevaron a retomar justo dónde lo habíamos dejado y confieso qué no salimos de la cama en todo el santo día qué pasamos haciéndonos el amor una y otra deliciosa vez, recuperando placenteramente todos los días en los qué no nos amamos con fervientes caricias sobre nuestra piel.

Me alegró tanto poder estar de nuevo bien con Kara, porque estaba más qué asustada por haberla perdido para siempre, luego de esa vez en el consultorio en la qué ella me dió un adiós qué sonaba tan definitivo en sus labios, qué creí qué ella se escaparía de mí y no me dejaría volver a tenerla. Y yo me sentí morir cuándo en vez de estar abrazándola y agradeciéndole por el hermoso regalo qué me hizo al esperar a nuestro hijo, estaba en cambio llorando por no poder sostenerla entre mis brazos por un maldito error qué cometí inocentemente y qué me estaba costando tan preciosos momentos con Kara y mí hijo.

Fue en verdad una enorme suerte contar con mi amigo, Maxwell, qué me dió todo su apoyo y me instó a no dejarme vencer por el desaliento. Y cuánto agradezco haberlo escuchado y no haberme encerrado en mí por completo, porque eso me llevó a cantarle con mi corazón tendido para ella y luego de qué nuestros labios, al fin se besaran con el cuidado y el cariño, qué sólo el amor verdadero puede permitirnos, supe qué aunque me costara mucho, lograría demostrarle a Kara qué confiaba en ella, que confiaba en mí y mucho más importante, qué confiaba en nosotras.

Y mientras Kara, descansaba tranquilamente en mi pecho desnudo, con la parsimonia de un sueño reparador, recordé la enorme sorpresa qué me causó saber qué ella permanecía en Metrópolis, a pesar de saber cuánto le cuesta a Kara estar aquí con todas las responsabilidades qué tiene entre sus manos y de qué además tenía todo el derecho en querer poner su distancia conmigo luego de nuestra ruptura; pero no lo hizo y en cambio estaba en Metrópolis, de dónde sabía qué yo no podía salir, esperando ver un cambio real en mí y qué fueran mis hechos los qué hablaran por mí, en vez de mis palabras de disculpa junto a todas mis promesas; y eso fue todo lo qué me dediqué hacer desde entonces, amándola en cada pequeño detalle, sin dejarme afectar por nada más qué no fueran mis ganas de tenerla de vuelta conmigo en todos los aspectos; y teniéndola tan firmemente atrapada entre mis brazos, en el suave abrigo de la noche, con nuestros cuerpos tan unidos cómo siempre quisiera estar con ella, me dí cuenta de qué todo había válido la pena; porque su adiós y su ultimátum, no fueron dichos para destruirnos, sólo fueron para hacernos mucho más fuertes, por nosotras y por nuestro hijo, porque él se merece sólo cosas buenas y definitivamente no es bueno pensar en qué cualquier día venga alguien con palabras maliciosas y nos cause un daño igual o peor al qué nos causó Oliver.

INVICTUSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora