JIMENA tiene quince años, estudia en el instituto privado más elitista de Valencia y llena su tiempo con deberes, jornadas en la hípica y la producción estudiantil de Romeo y Julieta.
CATA cumple dieciséis años en Nochevieja y como cada año celebra...
Trescientas personas han visto la historia que subí ayer a Instagram de la foto con mi novio. De estas trescientas, al menos cien han reaccionado con emoticonos de corazones y aplausos. Jimena también ha visto la foto. Esto es lo primero que he comprobado cuando me he despertado en la cama con la mano de León en mi cintura y las sábanas deshechas.
Ahora el reloj marca las nueve de la mañana y estoy en la terraza de casa, esperando a mi novio, mientras reviso las redes sociales una vez más. Le veo aparecer, vestido con una camisa blanca y unos pantalones vaqueros y se acerca descalzo con dos platos: uno con tostadas con aguacate para mí y otro de bacon y tortilla francesa para él. Los ha preparado Encarna, la mujer que trabaja en mi casa.
—Voy también a por los cafés —añade.
—Ya voy yo.
—No, no te preocupes.
Me alegro muchísimo de que esté aquí, desayunando conmigo en una mañana tan soleada que me hace pensar que todo es posible. Aunque desearía con todas mis fuerzas borrar las últimas horas y los errores cometidos, me alegro de que hayamos hablado y de que todo esté solucionado.
Cuando trae los cafés, aprovecho para hacer una instantánea del desayuno, que subo también a mis redes. Desayunamos en silencio, parando solo para comentar lo bueno que está todo y algunas nimiedades sobre planes para la semana entrante.
—Siento no poder pasar toda la mañana contigo, princesa. Me habría encantado —dice León, cuando termina de desayunar. Los domingos a mediodía tiene partida de pádel. Lo sé de sobra.
—No pasa nada.
—Pues nos vemos mañana —dice, acercándose a mí para darme un último beso en la mejilla —. Te quiero.
—Y yo a ti —le digo, mientras él se marcha.
Apenas me he comido la mitad de una tostada y paso unos minutos inquieta, dándole sorbos a mi café y haciendo tiempo sin saber para qué. Al final, recojo el desayuno, dejo los platos en la cocina y subo a mi habitación. Entonces, llamo a Jimena. No tarda ni un tono en responder.
—Qué madrugadora —le vacilo, cuando ya escucho su respiración al otro lado de la línea.
—Buenos días. ¿Todo bien?
—Sí, tía, está todo bien... ya lo he dicho por el grupo de las cuatro. Lo solucionamos enseguida, no tenéis de qué preocuparos... Estoy con León y estoy bien.
—Cat... perdón por haberte mentido con lo de Nochevieja —no esperaba que sacase el tema y que lo haga me sienta como una patada—. ¿Podemos hablar en persona y te lo explico bien?
—Esto... no... Jimena, yo.... Tengo que pedirte un favor —lo digo rápido para quitármelo de encima—. Tía, necesito que vayas a la Farmacia y me compres una pastilla del día después.
El silencio al otro lado de la línea me atraviesa por dentro.
—¡¿Qué?! ¿Una píldora abortiva? Cata, ¿por qué no habéis usado protección?
—No es una píldora abortiva, mierda —respiro hondo y por la nariz, intentando calmarme—. No hay bebé que abortar, es anticonceptiva, ¿vale? Lo he leído en internet.
Me parece escucharla reír al otro lado de la línea.
—Pues si lo has buscado en internet sabrás que yo no puedo comprarla sin autorización porque tengo quince años. Hasta los dieciséis no se puede. Tú tienes dieciséis. Pero puedo ir a tu casa y acompañarte...
—¡No! —grito, con la voz temblorosa, dándome cuenta de que las lágrimas están amenazando con salir de mis ojos y deslizarse por mis mejillas—. Jimena, no voy a ir a la farmacia. Alguien podría verme y yo... nada, no voy a ir.
El otro lado de la línea se queda en silencio unos instantes.
—¿Me vas a ayudar o no? —insisto.
—Sí —dice inmediatamente—. Claro que sí. Algo se me ocurrirá... Yo me encargo y cuando la tenga voy a tu casa.
—Gracias —digo, con las lágrimas que ya han brotado colándose por mi boca—. Te quiero —añado después.
Me la imagino sonriendo al decir:
—Yo también te quiero.
<3 <3 esta semana tendremos actualización miércoles, viernes y domingo.
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